_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fraga

Rosa Montero

¡Ay don Manuel, no se nos vaya usted, hombre, no se vaya! Es don Manuel pomo de esencias, virulencias e incluso impertinencias, que ya se sabe que tiene el genio bronco y vivo y que a veces se le desmanda la vertiente sanguinea e iracunda por encima del Fraga gentleman farfullador de inglés. Fue don Manuel azote de mi adolescencia, que allí está, orondo y obeso en mi memoria, remojando sus michelines de entonces en las contaminadas aguas de Palomares, por ejemplo. Pasaba entonces Fraga por aperturista y es que hay que reconocer que este hombre siempre ha tenido la decencia y la demencia de ser inoportuno, y así, era más abierto cuando en el país predominaba lo cerrado, y ahora que en el entorno se estila la apertura, don Manuel se nos ha convertido en un cerrojo. No da una, el hombre, y el no poseer esa astuta cualidad de veleta de los que le rodean le hace cuando menos enemigo respetable.Porque don Manuel es el enemigo perfecto, volcancito de pasiones políticas, animoso batallador de imperios inexistentes. A Fraga se le ve venir siempre de lejos, se anuncia en el retemblar de suelo y de mofletes, que es un adversario algo mandón y brusco, pero honrado, y en su mirada jupiterina y un punto estrábica se pueden contemplar sus intenciones fácilmente. Así da gusto. Con él, el ingenio popular se agudizó y desarrolló esplendorosamente, su nombre dio lugar a mil recreaciones callejeras: Fraga, el pueblo no te traga, fragancia, fragor, fragata, estás hecho unas fragas, Fragados y Construcciones, in fraganti, y así hasta el infinito, que hay que reconocer que don Manuel es hombre inspirador, es como una tonelada de musa en embestida.

Recuérdenle. Recuérdenle vestido de almirante, con sus plumas flotando sobre la coronilla segada a cepillo. Recuérdenle animoso como siempre, luchador en mil Lepantos, cazando gallinas con su nombre, arrancando cables telefónicos, insultando al futuro con tesón. Recuérdenle quitándose su informe chaqueta de mil rayas -con lo que todos descubrimos que lo informe era su torso y que la chaqueta estaba maravillosamente bien cortada- para arremeter en un mitin contra los revoltosos al bélico bramido de «a por ellos». ¡Ay don Manuel! Los revoltosos, hoy, le han nacido de dentro, amamantados a sus pechos. Ya no quedan enemigos como usted, tan rectos en su ataque, tan fuera de maquiavelismos. Hoy Fraga, Fraga el almirante, el diplomático, el ex ministro, el aperturista y reaccionario, Fraga el guerrero, el fragoroso Fraga Bonaparte ha topado con su Waterloo y sucumbe con los estandartes desplegados. Le han dejado solo al hombre, le han abandonado, y los mismos que se aprovecharon de sus votantes de AP (que eran suyos y sólo suyos, eso está claro) y que le acompañaron en una campaña de ataques incesantes a la UCD, ahora, en el momento del fracaso, se pasan con armas y bagajes al enemigo, ofrecen a Suárez una lealtad que durará dos días y dejan a don Manuel más solo que la una, sobre el campo de batalla, alicaído y mustio su penacho de plumas, quebrantado su orgullo en la contemplación de tantos cadáveres como le rodean, tantos muertos que son él mismo repetido. Y ahí agoniza, ahogado en rabias interiores. Porque don Manuel es demasiado ultramontano para enardecer a un pueblo ansioso de aires nuevos, y demasiado honesto, para disimular, como otros, su condición de ultramontano. Fraga, en fin, es uno de los últimos hombres de derechas sin disfrazar que sobreviven.

Pobre enemigo mío, despojado por sus antiguos aliados. El país echará de menos sus bramidos, las mesas ministeriales añorarán sus puñetazos y el Parlamento recordará con nostalgia su leve paso de rinoceronte justiciero. ¡Ay don Manuel, no se nos vaya usted, hombre, no se vaya!.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_