_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

"Superman"

EL SUEÑO del superhombre tiene ahora, aproximadamente, cien años. Era un sueño optimista para débiles, y la culpa la tuvo Darwin. Encontró que la creación tenía un sentido positivo y la evolución iba hacia más. Se habló de la «fuerza de vida» y de la «evolución creativa». Lo que iba a pasar después con todo esto iba a ser funesto. Por el momento, los hombrecillos débiles y vulnerables se apoderaron del sueño. Uno de ellos, Nietzsche, que tuvo una vida «errante, doliente y en apariencia morigerada» (Savater), recibió esa idea y la dotó de una fuerza multiplicadora. Pensó que si el mono había producido al hombre, el hombre poría producir al superhombre. «Debemos crear al superhombre, después que al toda la Naturaleza la hemos pensado, hecho pensable en términos nuestros.» Unos años antes la creación del superhombre había salido mal, muy mal: una mole cuadrada y tonta, el monstruo de Frankestein, inventado por Mary Shelley. Después de la euforia de Nietzsche, de ciertos descubrimientos de la ciencia, y de algunas exaltaciones filosóficas, la idea volvió a las islas y la divulgó, con toda su fuerza, un apasionado lector de Nietzsche, el irlandés George Bernard Shaw: Man and Superman era la busca de la eugenesia. La razón ya estaba soñando y producía -como supo muy bien Goya- los monstruos del sueño: iría todo a terminar en raza aria y en los experimentos de los estudiosos, profundos y miserables médicos de las SS. España tiene una gran virtud caricaturesca para transfor mar las ideas dominantes, y aquí todo se convirtió en la aventura republicana de Hildegart y su nietzscheaña, shawiana, demente madre, que quiso crear la superhembra: la mató porque creyó que le había salido, otra vez, el monstruo de Frankestein. En realidad, era simplemente una chica muy bien dotada, cuya obra tiene todavía perfiles muy interesantes. Pero el disparo fue muy oportuno: acabó con otras ilusiones.De Darwin, de Nietzsche, de Shaw, pasando por el creador de antihéroes Sigmund Freud, y hasta un poco por la idea del «hombre total» de Marx, ha nacido este muñeco al que llamamos Superman, que ahora nos visita. El personaje es Clark Kent, y es también Superman. Clark Kent es un chico americano, modoso y sexualmente débil -Lina Luna está desesperada: no hay petting, no hay manoseo en el asiento trasero del coche: un novio idiota-; Superman es un héroe americano, audaz, y, si está sexualmente contenido, es porque participa de la enorme castidad constructiva del caballero andante; de Parsifal, como decía Humberto Eco cuando estudiaba el personaje («Apocalípticos e integrados») porque Wagner anda en toda esta aventura, no faltaba más.

Clark Kent-Superman es ya una rotura de personalidad, una ambivalencia. Una esquizofrenia. Sus creadores han hecho que esa psicosis sea proyectiva: el personaje es unitario -porque es Clark Kent y es Superman, porque sabe que es los dos-, pero el trémulo lector del comic, y ahora el espectador de la película gigantesca, es el que recibe la fragmentación, es el campo de esta pornografía, el masturbador de su propia violencia. Quizá intente un día salir de la violencia solitaria y tome en sus manos una porra, una cadena, un paquete de goma-2 o simplemente una navaja a la puerta de una discoteca -tan disgregadoras, también, las discotecas, todavía psicodélicas- para volar a su manera. La alternativa para «volar» es la droga.

Pero sería un error creer que esta violencia del pobre de espíritu es una consecuencia de Superman o cualquier otro Capitán América: Superman es un fruto de la sociedad fragmentada, del hombre esquizoide, de la psicosis urbana. El Superhombre de entre-dos-siglos representa una época optimista -en la mente de los pensadores y de los científicos; porque en el tiempo real era la de los docks de Londres que relataba Dickens, o las tabernas de París que contaba Zola: miseria y sufrimiento-; Superman está en esta época oscura y confusa, en la que parece todavía más difícil ser el tranquilo muchacho Clark Kent, buen hijo y mal novio, pero trabajador y serio, que el volador caballero andante, enderezador de entuertos, castigo del hampa y, en otros tiempos, de Hitler, de Mao Tse-tung, de Stalin. La visita de Superman nos coge en buen momento. Estamos pensando en las elecciones municipales y en cómo dotar de perfiles heroicos a Tamames, a Tierno, a Alvarez-Alvarez, para que con su cortejo de concejales vuelen sobre la ciudad, la limpien de los malos -especuladores de terrenos, contaminadores, corruptos...- y nos devuelvan la honradez del «madrileño's dream». Estamos, pues, abiertos para acoger toda clase de utopías, sueños, esperanzas y evoluciones.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_