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Opulencia y cajas de ahorro

Por si alguien tenía alguna duda sobre la opulencia de algunos sectores productivos de este país, los trabajadores de cajas de ahorro han disipado la incertidumbre confirmando su posición privilegiada respecto a otros colectivos. El examen de las reivindicaciones, planteadas en las recién iniciadas negociaciones para su nuevo convenio colectivo resulta de lo más clarificador y se comenta por sí solo. Los trabajadores de las cajas de ahorro demandan:

Una jornada laboral de 32,5 horas semanales; es decir, unas 1.500 horas anuales. De aceptarse, sería probablemente una de las más reducidas de todo el continente.

Pretenden que las cargas sociales e impositivas corran a cargo de la empresa; es decir, de los millones de clientes de activo y pasivo de las cajas de ahorro, que abarcan casi todos los españoles.

El aumento salarial exigido supone el 19,5 % -el índice del coste de vida de 1978 más tres puntos-, tomando como base unos salarios medios brutos del orden del millón y medio de pesetas anuales. Sólo las empresas de exploración de hidrocarburos y la banca oficial, incluido el Banco de España -merecedora de comentario aparte en ocasión inmediata-, superan en retribuciones promedio las que perciben actualmente estos privilegiados trabajadores.

Y por si todo ello fuera poco, la reivindicación se extiende a consolidar las diecinueve pagas actuales, lo que representa cobrar doble en meses alternos.

Resulta obvio que denunciar los privilegios de un colectivo de trabajadores equivale, en cualquier caso, al riesgo de ser tachado de estar con la patronal, lo que en este caso supone estar de parte de quienes confían sus ahorros a las -ochenta cajas confederadas -trabajadores y pensionistas, fundamentalmente- Y afrontamos el riesgo para señalar que los dirigentes de las cajas de ahorro han acumulado irresponsabilidad manifiesta autorizando los actuales privilegios como medio de mantener una situación muelle incomparable, en la que nadie exija nada. La principal obligación de los directivos de las cajas es propiciar la mayor rentabilidad de sus recursos, de tal modo que sea viable desarrollar la labor asistencial y desinteresada que les es privativa.

La postura de las centrales sindicales ha sido hasta el momento de silencio, aunque no estaría de más que las que se autodenominan de clase explicitaran su postura -en ésta y otras negociaciones- respecto a una homogeneización de las retribuciones de los distintos sectores productivos del país. A nadie se le oculta que es duro, impopular y difícil plantear a determinados colectivos la necesidad de contener sus ansias consumistas, en aras de aproximar el abanico intersectorial y, en buena medida, frenar la inflación generadora de paro. Pero no es menos cierto que ser dirigente sindical es un oficio de voluntarios, y no una prebenda, a modo de balneario. O al menos debiera serio. Resulta difícil comprender posturas sindicales que propician el mantenimiento de la más cruel de las divisiones: trabajadores de primera, segunda, tercera y aún cuarta categoría. Sin tener en cuenta la enésima categoría, que son los que carecen de puesto de trabajo.

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