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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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La huelga

Un cuarto de millón de trabajadores madrileños ha integrado la legión silenciosa y pacífica de la huelga. La huelga. aparte de un derecho del trabajadores -si está bien llevada una lección de civismo. una disciplina no castrense que también tiene su heroísmo pasivo, inerme y vertical.Los sectores del metal y de la construcción han sido los más afectados por la convocatoria. Anoche me decía una buena amiga de clase bien, mientras yo le firmaba una lámina de Llorens Poy a la que le he puesto prosa lírica:

-Hay un pueblo de parados cercano a Sotogrande, en Cádiz, donde los vecinos ya se han repartido teóricamente todos nuestros chalets, para cuando venga la revolución.

Rubios andaluces del Sur, entre Puerto Banús y Sotogrande, hundidos en las marismas del paro, suenan apropiaciones revolucionarias a primeros de año. Esto me parece, por hoy , una utopía plato n ico marxista, pero la huelga es una realidad conquistada, una verdad revelada al pueblo de gentiles con mono obrero por los apóstoles sindicalistas Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, aunque la gente fina que les vio en la tele dice que tenía más clase Abril Martorell:

-Naturalmente, señora. Es que mientras Abril Martorell hacía el bachillerato pilarista, o elque fuese, Camacho hacía el bachillerato de Carabanchel, a pan, agua y tres vueltas por el patio de la cárcel. Eso se tiene que notar.

UGT y CCOO convocaron una huelga de ocho horas en el sector del metal de Madrid, en apoyo de sus reivindicaciones relativas al convenio colectivo provincial del sector. Han sido ocho horas de piedra y silencio, ocho horas de granito y disciplina, ocho horas de resistencia pasiva y dontancredismo, querido Carlos Luis, frente al toro cinqueño del capitalismo empresarial, ay blanco muro de España, ay negro toro de pena. Ocho horas.

La revolución silenciosa, aparte de ser la más inteligente e incluso la más estetízante, porque monumentaliza al proletariado en frescos y murales como los de Rivera, Orozco o Vela-Zanetti, con esa grandeza y dignidad que da la resistencia pasiva, la revolución silenciosa. digo. contrasta con la contrarrevolución sucia de las muertes y los muertos. con las idas y venidas, vueltas y revueltas de las tramas rojinegras, negrinegras, con la guerra turbia de unos hipotéticos obreros que jamás han visto otra fresadora que la metralleta, máquina de fresar hombres y hasta correligionarios, si hace falta.

Los metalúrgicos de Madrid son ciento setenta y tantos mil y recuerdo lo que me decía Miguel Mihura, viejo y cínico:

-Mira, Umbral, el escritor político es el que unas veces tiene que defender la siderurgia contra la metalurgia.y otras veces, según, defender la metalurgia contra la siderurgia.

No, querido Miguel, querido muerto. Más allá de la razón que tú tenías, hay ocasiones en que el escritor, aunque no esté comprometido, tiene que defender la siderurgia y la metalurgia, al unísono, contra la explotación, la inflación, el despido y el paro. Hace seis años que no se firma un convenio colectivo en ese sector, y la propuesta patronal retrotrae las condiciones del trabajador a aquel convenio franquista. Y luego dicen que el pescado es caro.

De modo que esta huelga, este farallón no visto de obreros encuadrados, de proletarios sindicados, este mural vivo y convocado, tiene hoy, ha tenido, aparte la eficacia y el ejemplo del caso, la lección añadida, la espectacularidad involuntaria de mostrarnos cómo hace su guerra el trabajo, sin armas ni bagajes, cuando la lengua de fuego del silencio está sobre las cabezas cori boina de todos los apóstoles mudos y en paro. De un lado, la agresión ciega, del otro, el silencio lúcido. Me dice un ultra del barrio:

-Pues al Rastro fueron el domingo los chicos de Carrillo a pegar a la gente.

No, hermano, aunque llevasen bandera.comunista, no eran los chicos de Carrillo. El PCE hará una campaña sobria y práctica, para las elecciones, ya que no hay más remedio que hacer algo. No se les ha perdido nada en el Rastro, donde a todos los madrileños parece siempre que se nos ha perdido algo, por cómo lo rebuscamos. Entre la insolencia empresarial y el calendario conflictivo se alza el acantilado de la huelga, la heredad de los pobres: el silencio.

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