"Había menos medidas de seguridad que en un comercio de tipo medio"
Por encima de las pérdidas materiales producidas en el incendio de la sección de Humanidades del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se ha producido una verdadera tragedia cultural, que afecta, en ocasiones, al trabajo que han desarrollado equipos de personas durante treinta años. El centro, al igual que todos los edificios oficiales, carecía de seguro, y, según Juan Pérez de Tudela, director de uno de los centros de estudio, disponía de «menos medidas de seguridad que un comercio de tipo medio».
El incendio ocurrido en la madrugada del jueves al viernes en el Centro Superior de Investigaciones Científicas constituye, al tiempo que una pérdida irreparable del material científico acumulado durante años de paciente labor investigadora, un verdadero drama humano para las personas relacionadas con el mismo. Bibliotecarias con las manos tiznadas se mezclaban entre los obreros que tiran a la basura cascotes y libros chamuscados, en un vano intento de recuperar algunas hojas, algunos mapas, lo que sea. El director, Juan Pérez de Tudela, señala con angustia lo que ha quedado de su despacho y sus veinte años de trabajo de investigación. El profesor Criado de Val guarda en el maletero de su coche algunos ejemplares menos dañados. El ministro de Cultura, Pío Cabanillas, aún no ha aparecido por allí.La mitad de la cuarta planta ha sido casi totalmente devorada por el fuego. Se descarta que el motivo del incendio fuera un cortocircuito, puesto que por las noches se corta la corriente, y el siniestro comenzó cerca de las 11.30. Antonio Puerta, conserje, que vive con su mujer y un hijo en el mismo edificio, fue el primero en apercibirse, a eso de las 11.45 horas, de un fuerte olor a quemado y ruidos extraños, sin duda provenientes de las estanterías que se desplomaban.
Toda la techumbre del ala afectada ha desaparecido. Era de madera, corcho y alquitrán. En la planta se contaba sólo con unos diez extintores, de los que no existe la certeza de que funcionaran correctamente. Las peticiones enviadas a los organismos competentes por el director, Juan Pérez de Tudela, no han sido nunca escuchadas. «Lo de menos es ahora determinar la causa concreta del incendio, pudo ser una colilla de los trabajadores que arreglaban algunos de los despachos o cualquier otra causa.» El mismo señor Pérez de Tudela presentía que en cualquier momento podía ocurrir una desgracia, no sólo por el fuego, sino por la lluvia, que calaba continuamente el techo, o por un derrumbe. «Los investigadores trabajaron durante años en condiciones que sólo se aguantaban en virtud de una verdadera vocación. Sin calefacción, soportando temperaturas de casi cero grados en invierno y de más de treinta en verano.» Si se han salvado algunas de las obras de la investigación colombina, que dirigía el profesor Pérez de Tudela, es precisamente porque éste se las había llevado a la Academia de Historia, motivado por un sentimiento vago, pero siempre presente, de posibilidad de una tragedia que, finalmente, se produjo el viernes.
Sin sistemas de seguridad
La sede del más importante centro de estudios e investigación, al tiempo que archivo de miles de libros de un valor extraordinario, no contaba con las medidas de seguridad que tiene cualquier comercio de tipo medio. No sólo eso. Las de pendencias del centro, como cualquier otro edificio de carácter público, no están aseguradas contra siniestros, en virtud de una norma legal que lo prohíbe. Aunque en este caso el que se pudiera recibir una cantidad importante de dinero en compensación no paliaría en absoluto la importancia material y sentimental de las pérdidas. En la cuarta planta, bajo la lluvia que ayer por la tarde comenzó a caer fuertemente, los obreros sacaban a paletadas cascotes, cables ennegrecidos y libros rotos y renegridos. Una funcionaria exclamó de pronto, con alegría, que la primera fila de una estantería, pegada al suelo, ha sido protegida por los mismos cascotes del techo, y los libros aparecen con las tapas chamuscadas, pero con su interior relativamente intacto. Los obreros se quejan de que la interferencia de los funcionarios les impiden realizar su trabajo de limpieza con prontitud. No sirve de nada su queja. El jefe de personal del centro, el profesor Pérez de Tudela y los funcionarios comienzan a recoger amorosamente los libros recuperados y ponerlos bajo techo.«Es intolerable que un tesoro bibliográfico como el que había se cobijara bajo un techo de material inflamable y sin ninguna medida de seguridad» -es el profesor Pérez de Tudela, indignado casi hasta el paroxismo, quien habla-. «Se han perdido colecciones de revistas únicas en España. Todas nuestras alarmas a la Administración, nuestras peticiones cursadas durante años, recibían una única respuesta: no hay dinero para el funcionamiento del centro. No sólo soy yo quien está desolado Aquí venían estudiantes a hacer sus tesinas, sólo tres investigadores recibían un salario, el resto eran colaboradores movidos por su vocación. Y todo se ha perdido. Esto, un ingente montón de ladrillos yeso, páginas arrancadas, mordidas por el fuego, es lo que queda de más de treinta años de trabajo.»
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