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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La política del cardenal primado

HACE ALGUNOS días señalábamos la conveniencia de que la Iglesia católica española se pronunciara sobre el hecho constitucional, ya que no sobre el texto concreto de la Constitución que el pueblo español va a votar el pró ximo 6 de diciembre. No es misión de la Iglesia ni de sus prelados el inmiscuirse en la vida política, ni mucho menos aconsejar a los ciudadanos un voto en un sentido determinado. Es evidente que los tiempos ya no son aquellos en que el cardenal Gomá, primado de España y arzobispo de Toledo, encabezando a la gran mayoría de los obispos españoles, levantaba el brazo en el saludo fascista bendiciendo a los ejércitos del general Franco en plena guerra civil. Por el momento, la Conferencia Episcopal española ha dejado en libertad a los ciudadanos para que emitan su voto según su conciencia. Con ello, en opinión de muchos creyentes y de otros muchos que, sin serlo, contemplan la realidad política del poder temporal de la Iglesia, se ha perdido una oportunidad histórica que se le brindaba de saludar, al menos en un sentido ético y espiritual, un acontecimiento tan decisivo como la devolución de la soberanía al pueblo español, después de casi cuarenta años de guerra y dictadura. Pero, en cualquier caso, resultaba una decisión prudente, que fue luego completada por una «carta cristiana» del cardenal Tarancón.

El actual sucesor de los cardenales Gomá y Pla y Daniel en el arzobispado de Toledo, monseñor González Martín, primado de España, había perdido abrumadoramente una votación en el seno de la Conferencia Episcopal en torno a sus posiciones sobre la Constitución. Ahora, mal perdedor, acaba de lanzar una carta-pastoral, en la cual, sin tomar de labios hacia afuera partido por el voto negativo, aporta tal cúmulo de razones para el mismo que casi conmina a hacerlo en el nombre de Dios (véase EL PAIS de 29 de noviembre). Ocho prelados más, entre los que se encuentran los más caracterizados representantes de la tendencia ultra conservadora del episcopado, se han apresurado luego a adherirse a este documento. Son los mismos y los únicos que apoyaron al primado en la Conferencia, y ya la prensa de ultraderecha se encargó de anunciar y ahora de airear este documento.

Monseñor González Martín, autor de Franco, hombre creyente, ha elaborado uno de los documentos eclesiásticos menos afortunados de la historia reciente de la Iglesia española. En efecto, este documento, bajo capa de Huminar la conciencia de los católicos, va a contribuir, sin duda, a dividirla. Aumentará, además, el rechazo de las conciencias liberales hacia la institución eclesiástica y regalará argumentos a quienes piensan que el poder temporal de la Iglesia sigue aliado a las acciones más regresivas en política. Apenas una mención en el documento a que tal vez «haya valores políticos que se estiman positivos». El resto es la acumulación de una serie de «elementos negativos», que deben ser «seriamente ponderados». La omisión del nombre de Dios, la falta de referencia a los principios supremos de la ley natural o divina, la no garantía de la libertad de enseñanza, el no tutelar los valores morales de la familia y la falta de claridad en el tema del aborto son estos gravísimos peligros ante los cuales, claro está, palidecen esos simples «valores políticos» citados como de paso.

Ni en un solo momento el prelado alude a la devolución de la soberanía al pueblo, al establecimiento del sufragio universal, a la constitucionalización de los derechos humanos, a la supresión de la pena de muerte, a la igualdad de todos ante la ley, a la condena de la tortura; a la libertad de expresión, de asociación y reunión; al libre ejercicio de los derechos sindicales, al reconocimiento de las culturas de las tierras de España, y a toda la serie de, libertades cuyo catálogo exhaustivo está en el texto constitucional. Monseñor González Martín, cuyo nombramiento como prelado de la diócesis barcelonesa en 1967 diera lugar a una campaña en contra bastante enojosa, y cuya acción pastoral en Cataluña ha dejado un recuerdo controvertido, ha subrayado insistentemente la posible repugnancia a votar un texto en el que, posiblemente, haya gusanos que infeccionen toda la manzana. A quienes ataquen esta posición, el cardenal de Toledo señala que «sepan contestar» y que «la división no la introducen ellos, sino el texto presentado a referéndum». La categoría del cardenal primado es ahora exclusivamente honorífica y no conlleva los caracteres de liderazgo ni de jefatura moral de la Iglesia española que antaño tuviera. Es el presidente de la Conferencia Episcopal, y no el primado, el representante de lajerarquía eclesiástica.

Por otra parte, nueve prelados, de los setenta con que cuenta la Conferencia Episcopal, forman un porcentaje al mismo tiempo pequeño y estimable. La historia todo lo clarifica y las posiciones se alinean donde deben estar. La trayectoria personal -en lo religioso y lo político- de los nueve obispos que así se han manifestado contra la Constitución, y entre los que se encuentran algunos que colaboraron gustosamente con el antiguo régimen, y se sentaron entre los procuradores digitales de las Cortes franquistas, ha desembocado en su sitio natural. Son el ala más reaccionaria de la jerarquía eclesiástica. Y se caracterizan por un intervencionismo en política que en algunos casos fue bien pagado por el franquismo con cargos temporales.

A pesar de todo ello, este documento refleja la rabieta de nueve posiciones personales incapaces de admitir una votación desfavorable. No es la opinión de la Iglesia española, y ni siquiera puede ser tomada por una carta pastoral que refleje la doctrina católica sobre el tema. El proyecto constitucional no habla de Dios -no tiene por qué hacerlo-, pero refleja ampliamente los principios doctrinales del humanismo cristiano, no consagra -aunque lo permite- el divorcio, ni para nada habla del aborto y preconiza la libertad de enseñanza. Es un proyecto de reconciliación entre todos los españoles, católicos y no católicos, mientras que la carta pastoral del cardenal de Toledo lo es de profunda división. La Iglesia española, que dio un hermoso ejemplo de humildad cuando pidió públicamente perdón por sus responsabilidades en la guerra civil, se ve ahora conturbada por los herederos -gracias a Dios minoritarios- de aquellos prelados que bendijeron dramáticamente con el nombre de cruzada lo que fue uno de los.más sangrientos fratricidios de nuestra historia.

El documento del primado supone, además, un acto eminentemente político, so capa de espiritualidad, que hará enrojecer a muchas conciencias, creyentes o no.

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