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Crítica:LOS CONCIERTOS DEL REAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El retorno de Celibidache

Gran experiencia la del último concierto de Celibidache con la Nacional; entre otras razones, porque demostró cómo puede establecerse un mundo sonoro preciso y adecuado a cada partitura. Así, la orquesta de Rosamunda, la de los Nocturnos debussyanos y la de la Patética se sucedieron ante nuestros oídos con la fuerza de su personalidad, con la obediencia al «ideal sonoro» que los tres universos musicales requieren. Hablar de concepto «de cámara» para referirse a la versión celibidacheana de Rosamunda se me antoja expediente demasiado convencional. No; el gran maestro aplica la sonoridad que la misma sustancia de los pentagramas exigen. La lírica schubertiana nos llegó exacta, limpia y pura en su fluir melódico y en la leve gracia de su ritmo. Otro prodigio: la naturalidad con que fue trabajado el desarrollo o, por mejor decir, el suceder musical.El genio de Celibidache -o sea, su capacidad para «inventar» cosas nunca oídas- se manifestó asombroso en los «nocturnos» debussyanos. ¿En qué momento empezó a sonar el «desgajar» de las Nubes? Casi resulta imposible precisarlo, pues la música empieza en Celibidache con el silencio expectante que la precede. Crear este novísimo discurso sonoro, establecer el orden de las dinámicas, calibrar las distintas superficies sonoras, trazar cada voluta sonora con línea o «mancha» personificada e insertar el todo en una idea atmosférica general, plena de perspectivas, cambiante de luces hasta agotar toda capacidad de sugerencia, fue el «milagro» de Celibidache.

Orquesta y Coro Nacionales

Dr.: Sergiu Celibidache. Dr. Coro: Lola R. Aragón. Trograma: Rosamunda, Schubert; Nocturnos, Debussy, y Patética, Tschaikowsky.

Mucho espacio sería necesario para comentar la Patética de Celibidache. A través de su versión, el arte de Tschaikowsky queda realzado en sus valores esenciales, pues prescinde del «añadido» que suelen sufrir estos pentagramas, un añadido casi demagógico. Si hay una actitud noble en un intérprete es la de depurar, la de devolver a los pentagramas, sin trastocar su intención, los contenidos sustanciales. Sinfonía poemática, Celibidache nos dio un primer tiempo de la Patética cargado de expresión dramática y construido dramáticamente. Después de los movimientos centrales, reposo montado sobre dos ritmos -un vals irregularizado y una marcha-, el punto culminante del largo proceso expresivo se alcanza, en el «lamentoso» final, cima también del «pathos».

Para llegar a los resultados obtenidos hacen falta largos conocimientos y, sobre todo, contar con una biografía definida por la constante búsqueda de la verdad. En este sentido, el arte de Celibidache es el de un intelectual. Alcanzada la verdad, la expresividad se da cual resultado natural. Hay que decir que los profesores de la ONE, absolutamente entregados al genio y la razón de su director, dieron de sí cuanto tienen.

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