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Gran Bretaña congela la venta de aviones Harrier a China

Después de diez días de negociaciones, Londres no ha dado la luz verde final a la venta a Pekín de noventa aviones de combate Harrier de despegue vertical. La delegación china de alto nivel que ha visitado Gran Bretaña en busca de armas y tecnología occidental abandonó ayer visiblemente decepcionada la capital británica, después de que el primer ministro británico, James Callaghan, precisara que este contrato militar ha de ser discutido previamente con sus aliados.

El primer ministro británico y el viceprimer ministro Wang Chen han acordado «en principio» una gran íntensificación del comercio entre ambos países, que se multiplicará por cuatro, hasta llegara los 600.000 millones de pesetas en ambos sentidos, durante los próximos siete años. Pero, según el lacónico comunicado de Downing Street, los detalles de esta cooperación han de ser todavía perfilados.La interpretación más autorizada de esta falta de conclusiones es que Pekín condiciona un gran acuerdo comercial con Gran Bretaña a la venta de los Hamer, que los expertos militares chinos consideran el avión ideal para patrullar su frontera con la Unión Soviética. El viceprimer ministro Wang habría precisado en noventa unidades, 45.000 millones de pesetas : las necesidades iniciales de su pais, ampliables posteriormente hasta doscientos aparatos. La decepción china por la falta de resultados concretos en el que, sin duda, era el aspecto más importante de su visita, sumada a problemas de protocolo con las autoridades britániÚas, se tradujo para los periodistas en la cancelación de una rueda de prensa con el señor Wang Chen.

Además de la ambigua posición norteamericana sobre la venta de los Harrier, el primer ministro Callaghan preside un Gabinete ideológicamente dividido sobre el tema, y evalúa cuidadosamente su repercusión en las relaciones con la Unión Soviética.

La embajada de la URSS en la capital británica, finalmente, ha hecho saber de forma explícita que la venta a China de aviones de combate podría tener serias consecuencias en las relaciones entre Moscú y Londres, unas relaciones que el señor Callaghan desea preservar al nivel más aceptable posible.

Para los industriales británicos, que aspiran a convertirse en proveedores privilegiados de la República Popular, el entendimiento final con Pekín resulta vital. Los chinos se han mostrado firmemente interesados en numerosos aspectos de la tec-nología inglesa (acero, minería, agricultura, barcos, productos químicos, explotación petrolífera y un largo etcétera), y así ha quedado reflejado en el borrador del «gran acuerdo» concluido.

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