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El alcalde de París quiere trasladar la Universidad de Vincennes

La Universidad de Vincennes nació de una necesidad revelada por la llamada revolución de mayo de 1968. El entonces presidente de la República, el general Charles de Gaulle, según sus allegados y colaboradores más objetivos, nunca entendió lo sucedido durante aquel mes legendario. A su fiel amigo Michel Debré llegó a confiarle en los días más absurdos del Barrio Latino: «Esto es el fin de Francia, el fin de la Iglesia.» Pero superados el susto y el berrinche con intuición y con orgullo probablemente, el general intentó sacar consecuencias de aquel mayo que según un periodista británico, «fue un pretexto de los franceses para escribir cien libros» (de hecho se han escrito 202).En el plano más directamente político, el señor De Gaulle ideó el referéndum sobre la regionalización que el 21 de abril de 1969 le retiró definitivamente de la vida pública. Y para satisfacer a los estudiantes le encargó que «hiciera algo» a Edgar Faure, ministro de Educación Nacional. Y el señor Faure, hoy académico, ex presidente del Consejo, ex ministro, ex presidente del Consejo, ex ministro, ex presidente de la Asamblea Nacional y ex autor, con pseudónimo, de novelas policíacas, ideó Vincennes.

Un profesor actual de Vincennes explica así el nacimiento de esta Universidad que, en el plano de la celebridad mundial, ha reemplazado la leyenda de la Sorbona parisiense: «Es cierto, en efecto, que Vincennes nació de aquel mayo crítico del 68. Por ello es una Universidad crítica, popular, que revela la necesidad que sentía la sociedad de alta cultura de formación ligada a las masas. En segundo lugar, Vincennes también fue consecuencia de una maniobra del Poder, que no tuvo más remedio que responder a esa necesidad social evidenciada por mayo del 68, pero lo hizo de manera aislada, sectorial, para cubrir las apariencias del momento. Y en tercer lugar, no hay que olvidar que Francia es un país de tradición cultural considerable, y esto pesó también para lanzar Vincennes como centro experimental, a ver qué pasa.»

Un año después de las barricadas, ubicada en el bosque parisiense de Vincennes, la Universidad empezó a crearse asimismo con dificultades, con excesos de toda especie, con esperanzas.

Diez años más tarde, el curriculum vitae de Vincennes se ha convertido en fuente de investigación, de experiencia y de orientación para profesores y especialistas de la enseñanza del mundo entero. El profesor y filósofo François Châtelet afirma: «Vincennes no es un modelo porque no hay modelo universal, pero lo que no ve el Gobierno es que lo ocurrido en Vincennes anticipa el porvenir de este tipo de establecimientos llamados universidades y que yo, exagerando levemente, afectaría al ministerio de la calidad de la vida.»

¿Qué es Vincennes? En primer lugar, se trata de sus 32.000 estudiante: el 34% no son bachilleres; el 42% son extranjeros, en su mayoría del Tercer Mundo, de Africa y América Latina en particular. Para ingresar en esta Universidad no es necesario haber cursado la segunda enseñanza. Pueden seguir estudios en Vincennes los bachilleres y, además, cualquier ciudadano que acredite haber sido trabajador los dos años anteriores a su inscripción. Los mismos requisitos incumben a los extranjeros que deseen ingresar en Vincennes.

La Universidad está dirigida por un presidente y su funcionamiento es totalmente democrático. Las asambleas de alumnos y profesores se celebran a puerta abierta, el consejo de Universidad y las comisiones interdepartamentales son elegidos democráticamente y es un centro de enseñanza en el que, a través de su gestión democrática, existe un lazo de unión entre los distintos estamentos que lo componen: profesores, estudiantes, administración y servicios.

El sistema de enseñanza está basado en lo que en Vincennes se llama «pedagogía activa»: el profesor no transmite un conocimiento, sino que este último es paralelo a un trabajo de reflexión o de investigación por parte del alumno. En la práctica cotidiana de la Universidad la «pedagogía activa» se traduce de la siguiente manera: el profesor orienta discutiendo con el alumno y ofrece una bibliografía posible sobre los temas, que conjuntamente han seleccionado para el estudio; después, los estudiantes, libremente, distribuyen en grupos los temas que les interesan, y así desarrollan su trabajo. Semanalmente presentan trabajos y luego se entablan discusiones entre los profesores y los alumnos.

Existen horarios y los profesores realizan un control continuo sobre los trabajos escritos y orales desarrollados por los estudiantes. Este control es el que determina las calificaciones del curso, ya que en Vincennes se han suprimido los exámenes finales. Las facultades están divididas en veintidós departamentos, equivalentes a otras tantas disciplinas diferentes. Los estudios constan de dos ciclos de dos años cada uno. Para cursar el primer ciclo el alumno debe escoger veinte «unidades de valor», es decir, veinte temas de estudio, de los cuales doce tienen que ser dominantes o, dicho de otra manera, deben configurar su especialidad. Los otros ocho temas se refieren a materias no ligadas a su especialidad. Lo antedicho infiere el carácter pluridisciplinario de Vincennes. Al cabo de estos dos años del primer ciclo, el estudiante obtiene lo que en Francia se llama «diploma de estudios universitarios generales».

Al final del segundo ciclo el estudiante sale de Vincennes con la licenciatura y la maestría. Según las estadísticas conocidas, la posibilidades de empleo del licenciado por Vincennes son similares a las de los demás universitarios.

«Esta Universidad multitudinaria y creadora (como el departamento de cine, son varias las disciplinas que han entrado en la Universidad), al cabo de diez años de vida y de crecimiento se encuentra enfrentada a un problema de hectáreas», ironizaba un estudiante.

La villa de París arrendó diez hectáreas del bosque de Vincennes al Estado para construir la Universidad por un período de diez años. En 1979 termina el alquiler y el alcalde de París, Jacques Chirac, ya anunció su deseo de recuperar las diez hectáreas del recinto universitario para «devolver el bosque a los parisienses». El bosque ocupa en total novecientas hectáreas. Por su parte, la ministra de las Universidades, Alicia Saunier Seite («en Vincennes se ha dado un diploma a un caballo», declaró recientemente), ha decidido trasladar la Universidad a la barriada periférica de Saint Denis para ubicarla en un espacio de dos hectáreas. Si las diez hectáreas de Vincennes se quedaron raquíticas para los 32.000 estudiantes, las dos de Saint Denis son, según creen todos los interesados, el preludio de dificultades múltiples destinadas a «destruir la Universidad francesa más conocida en el extranjero por sus trabajos», según el presidente actual de la misma, Pierre Merlin.

Las autoridades locales y estatales aseguran, sin embargo, que sus intenciones no son maléficas, pero cada cual ya calcula las disciplinas que tendrán que desaparecer y los estudiantes que no podrán ser acogidos por falta de espacio hasta que este laboratorio de la enseñanza pierda su sustancia. Una parte de la opinión pública sirve de apoyo a los responsables debido a la imagen pintoresca que se ha ofrecido de Vincennes: droga, sexo, comercio, contestación. Para salvar a Vincennes acaba de crearse un comité internacional de apoyo, avalado por personalidades universitarias, científicas y por algún premio Nobel. Los cuatro presidentes con que ha contado la Universidad más el actual hicieron un llamamiento el otro día en una conferencia de prensa. Su creador, Edgar Faure, declaró que él hubiese multiplicado la experiencia de Vincennes. Todas estas personalidades estimaron al unísono que Vincennes es un «invento necesario e ineludible».

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