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Reportaje:Los marginados

Fernando González:"La droga me ha hecho daño, pero yo no estoy en contra de nada"

Una desgana que no se sabe muy bien si es el espíritu de los Rolling Stones, cerca los ojos y la voz de Fernando cuando dice «pues no, yo no paso de todo, hay cosas que me importan más que otras». Y es verdad que siente los tres cuartos de hora de retraso, pero hoy es un día malo, dos horas buscando esta dichosa caja de metadona y tiene ahora mismo necesidad de inyectarse por lo menos seis ampollas. «La droga me ha hecho daño, pero yo no estoy en centra de nada. Lo que pasa es que estamos en una sociedad que no es nada natural. Desde hace miles de años los indios, los árabes y demás fumaban hachís; los chinos, opio, plantas alucinógenas como el peyote y todo esto lo utilizaban los mayas y los incas mucho antes de que Cristóbal Colón llegara a América. Lo que pasa es que yo me he salido del proceso natural, porque estoy en una civilización que ha perdido la naturalidad, y al tocar las drogas químicamente pues han terminado por hacerme daño. En esta sociedad consumista lo peor no es que se consuma, sino que se abuse, y eso me ha pasado a mí.»«Drogarse» a los trece o catorce años empieza a ser hoy un fenómeno bastante frecuente, hasta en los institutos de enseñanza media. Cerca de la mitad de los alumnos lo practican. Pero Fernando González tiene ahora veintitrés años y empezó en este rollo cuando todavía era casi un privilegio de Rolling Stones, hacia el año 69. «¿Quieres decir el primer puerro?» «El primer puerro me lo fumé a los catorce. Fíjate que me acuerdo porque lo cambié por discos. Cambié un disco de los Who que se llamaba Who's next; un disco de los Doors que era el último LP que grabó Jim Morrison, I.A. woman; un par de los Rolling Stones y uno de Simon and Garfunkel. Lo cambié todo por hachís. Yo antes bebía mucho, ginebra y estas cosas, y me gustaba la música, sobre todo los Rolling Stones; ahora ya me gusta más bailar al son que me tocan. El primer día puse poco, para ver cómo iba, y fue suave, pero no desagradable. El segundo día me dije, voy a quemar las naves, y lo metí todo para ver qué pasaba. Y me lo fumé con mi gente y fue demasiao: queríamos ir en tren y mearnos en la chimenea, íbamos por la calle y nos zumbaba todo, o sea, nos pegó.»

No me daba miedo que me detuviera la policía" «El alcohol es la peor de todas las drogas»

"Entre el hachís y la heroína median sólo unos años de desorientación, de estudios que se empiezan con mal pie. Y un famoso viaje a Amsterdam. «Me cansé porque me tocó empezar a estudiar químicas en una etapa de transición. Fue cuando aquel ministro que cambió el calendario. Total que empecé el curso en enero y sin que viéramos ni de lejos un laboratorio. Entonces me marché a Amsterdam para ver el asunto ese de la heroína. Me fue bien, me adapté enseguida al medio y estuve un par de meses. Luego he vuelto muchas más veces a Amsterdam.»

A los quince años pisó Fernando González la primera comisaría por un asunto de drogas, «entonces mi familia se enteró de todo el pastel» y empezó a frecuentar los ambientes del llamado trapicheo, tráfico menor. Ya la marihuana o el hachís quedaban lejos y se vivía con la jeringuilla bajo la almohada. «Miedo a que me detuvieran en realidad no he tenido. No pensaba en la policía ni en las leyes, pero tenía muy presente que había que tomar una serie de precauciones.» «En nuestro barrio -dice Sara, la actual chica de Fernando- hay muchos yonkies, y como la otra mitad son fachas o policías, es algo de demasiao. Pero allí no pasa nada, los de Fuerza Nueva se van a pegar a otros drogadictos, pero a los del barrio que están sentados en los bares no les hacen nada.»

Fernando y Sara llevan varios meses de tratamiento con metadona, una droga de la que muchos psiquiatras desconfían porque acaba siendo simplemente una sustitución de la heroína, porque provoca otra adicción.

Pero Sara, que ahora tiene dieciocho años, trabaja. Le da igual casi todo, pero no su trabajo y piensa conservarlo. Lo malo es estar desconectado del mundo, entonces ya no hay escapatoria. «Para dejar esto -la voz de Fernando se mueve como en un vaivén casi físico- necesito motivaciones, necesito llenar un vacío, hacer cosas distintas. Hay cosas que me motivan a dejarlo, por ejemplo la gente más joven que yo y el insomnio. El insomnio es terrible.» Piensa Fernando que a partir de diciembre, para el año que viene, no habrá más metadona, pero Sara, medio adormilada en el sillón de enfrente, niega de vez en cuando con la cabeza.

Cinco detenciones y un consejo militar

A simple vista era una ocasión magnífica volver a Madrid, desde Amsterdam, en noviembre, justo coincidiendo con la actuación de Jethro Tull y su grupo, si no hubiera sido por el dichoso paraguas y porque entonces todavía este país no era liberal. «Yo no tenía entrada, pero venía de Amsterdam, que es una ciudad liberal, y no lo pensé dos veces, me metí, cuando de pronto veo a la Policía Armada que se me viene encima con las porras, y yo, que tenía un paraguas, me dije, what you want?, y se lió. Me subí al escenario y empecé a gritar, entonces alguien me pasó una entrada, pero yo dije, ¿y los de fuera, qué?, total que me dieron una paliza y me llevaron en el coche y me hicieron un consejo militar.»

Carabanchel ya le era familiar entonces. Cinco breves internarnientos, también por asuntos de drogas, dan una cierta indiferencia ante estas situaciones. Y como en el fondo es un chico afortunado, en el juicio que le salió hace poco le cayeron solamente seis meses de condena, y con lo de la amnistía, pues nada.

-¿Y a todo esto, la familia, qué, porque sigue viviendo con ellos?

-Hombre, viviendo no, lo que pasa es que a veces he salido del hospital y he tenido que irme allí, porque no tengo trabajo, Además somos dos hermanos adictos a cierta clase de productos ilegales y, claro, eso es bastante molesto. Sobre todo porque ellos necesitan de una tranquilidad.

El piensa que no hay motivos claros, que es un fenómeno de grupo, o generacional, o de simple aburrimiento. «Que te picas como bebes ginebra, vamos, para buscar otro estado diferente al normal; la vida en la ciudad es tan monótona, ¿no te parece?» Y si no fuera porque el alcohol embota espantosamente los sentidos, le vuelve agresivo, le da dolor de cabeza y úlcera de estómago... «Pues a veces bebo. Porque como además está permitido y es más barato... Pero es una droga fatal, lo que más daño me hace, para mí encabezaría todas las listas negras.» Y porque el alcohol es la droga de una generación perdida, mucho menos amante de la música, del amor, de la comunicación, de los Rolling Stones. «Yo les diría a los más jóvenes, si me pidieran la jeringuilla, que allá ellos, porque no se debe coartar la libertad de nadie, pero que se iban a meter en camisas de once varas y que tarde o temprano lo iban a pasar muy mal, pero les dejaría mi jeringuilla, porque como todavía la tengo... Ya no sé dónde se encuentra heroína y estoy fuera de ese mundo, y a lo mejor al año que viene ya no tengo ni la jeringuilla.» Porque Fernando trabaja ahora en un invento nuevo, la Unión Española de Defensa contra la Droga, donde le va bien, porque le ha sacado del comercio chico «para llevarme a trabajar a otro tipo de cosas como son el periodismo, la música». Fernando baja un poco el tocadiscos, Mick Jagger y sus Stones vuelven al hogar con su voz agridulce, con un cinismo amable cantan por los que están abajo, por la gente sin suerte, por los que trabajan mucho.» O su canción preferida Prodigal son, «es en realidad como mi vuelta a casa, los Rolling son el espíritu de mi generación, por eso me gustan; aunque ya tienen más de treinta años, son en el fondo esos chavales de una banda de música, llenos de vitalidad y cocaína».

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