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Tribuna
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La enfermedad y la salud

Desde hace una serie de años parece que se tambalea el monopolio que en Occidente ha tenido la medicina oficial como única garante de la salud y curación del cuerpo. Poco a poco los sufridos enfermos occidentales van mirando con creciente esperanza la solución de sus males por vías no ortodoxas: acupuntura, yoga, meditación trascendental, homeopatismo y un largo etcétera que agrupa técnicas consideradas no ha poco como oscuras supersticiones a rechazar de plano por el hombre civilizado, sustituyen como expectativa, sobre todo en la esperanza, a los asépticos y blanqueados hospitales donde el enfermo es un número y su enfermedad una oscura definición a buscar en el catálogo de los manuales.Quizá lo que se esté tambaleando sea la ecuación Medicina = Ciencia como verdad con mayúscula en la búsqueda de otras soluciones menos artificiales y más eficaces. Lo que ya es más dudoso que se tambalee son las bases mismas en las que se asienta la organización médico-social y, con ellas, toda una manera de ordenar la vida y el cuerpo del hombre en la era actual. ¿Se están cuestionando los términos mismos de enfermo y enfermedad? ¿Se está poniendo en duda el status de dependencia enfermo-médico?

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Las más sofisticadas técnicas aplicadas a la química y la cirugía, el más estricto control sobre las dietas, el descanso y el sueño llevado a cabo por la medicina occidental no han podido evitar que, a semejanza de los males bíblicos, la época actual alumbre fantasmas de muerte que los asépticos muros de los hospitales no nos pueden hacer olvidar. La calavera que acecha a la vuelta de la esquina cambia de nombre pero no redime su eficacia: ahora ya no se llama lepra, peste, tifus o fiebres pauperales, sino cáncer, leucocitemia, infarto y, sin ir más lejos, toda esa serie de enfermedades que fatiga la madurez occidental, sin que los médicos puedan hacer sino perpetuarlas: torcimientos de columnas, úlceras, arterioesclerosis, reuma, diabetes... Se dice que es el ritmo de la vida moderna quien las produce. La organización médico-social siempre alerta no limita ya sus armas a los terrenos tradicionalmente acotados de los microbios, células y órganos, se adentra ahora en la psique o, para ser más exactos, en los endurecimientos mentales que esta sociedad produce: se dice ahora que el stress, la depresión y la angustia son factores a tener en cuenta en enfermedades incurables como el cáncer o el infarto.

Pero esta amplitud de miras parece que sólo conduce a una mayor amplitud de centros sanitarios; O, todo lo más, a la creación de anexos psiquiátricos, mientras se acelera el consumo de fármacos y en la Seguridad Social la falta de camas y atención suficiente resultan ya un tópico. Se diría, por el número de enfermos, que es la misma especie humana la que se ha debilitado. Pero quizá lo que suceda sea que a la sociedad y sus instituciones no les interese que no haya enfermos, sino justamente que los haya, para curarlos, normalizarlos, o simplemente nombrarlos. Michel Foucault habla de una «medicalización general de la existencia» como forma de vigilancia y control de los individuos en aras de su productividad. El economista Jacques Attali llega a decir que la preocupación exagerada de la salud, como necesidad creada, puede llegar a solucionar la actual crisis del capitalismo al abrir un mercado inagotable a productos de la más avanzada tecnología: pequeños ordenadores para autovigilarnos, para autodiagnosticarnos... Pero ¿qué es, en definitiva, ese término enfermo, capaz, por lo que se ve, de mover montañas, y ese otro que lo justifica, la enfermedad?

Según nos ha hecho creer la organización médico-social, el cuerpo enfermo sería aquel que sufre cualquier tipo de alteración en su funcionamiento, producida por factores internos o externos. Toda una serie de medidas acuñadas desde la infancia nos encauzan a preservar este cuerpo inalterable ajeno al dolor y precisamente porque toda una serie de esquemas mentales nos determinan a considerar el dolor, la fiebre, o cualquier forma de anormalidad, como fantasmas a evitar.

Pero volvamos a la enfermedad. ¿Qué es el dolor, la fiebre, la enfermedad, en suma, sino síntomas de vida? ¿Qué cuerpo no reacciona defendiéndose ante un ataque exterior? Y en ese movimiento continuo de lucha y adaptación al medio, el cuerpo mismo se va fortaleciendo. Pero ¿qué hace el hombre actual ante la aparición del más leve síntoma? Se alarma y acude presuroso al médico pára que le vuelva a la normalidad. Y éste no sólo le cura, si puede, sino que le previene futuras anomalías, racionalizándole la dieta, el ejercicio y las horas de descanso y sueño. Y el resultado de este cuerpo superprotegido que es el normal, según los cánones, es que las enfermedad es que le acechan (anemia cerebral, esteriocardio, cáncer, leucocitemía) se caracterizan justamente por la insensibilidad del cuerpo ante el dolor y la vaguedad de los síntomas...»

El doctor Noauchi, creador en Japón de, la sociedad SEITAI para la salud del hombre y cuya labor continúa en España Katsumi-Memine, imaginó que comenzaría un diálogo desmitificador de nuestra idea occidental de enfermo con esta pregunta, por ejemplo: «... Pero empecemos hablando del cuerpo. ¿Quién consideraríais que goza de mejor salud, aquel que cuida constantemente de su cuerpo, controlando sus comidas y hábitos de modo que ningún elemento nocivo pueda alterar su funcionamiento o aquel otro que puede vivir con naturalidad y sin hacer nada especial, mantener un estado de estabilidad, a pesar de fumar, beber o cometer excesos?»

Luego pasaría a desmitificar nuestra idea de enfermedad: «... El hecho de tener salud no consiste, como erróneamente se suele considerar, en tener un cuerpo inalterable y exento de anormalidad, sino en poseer aquel estado flexible y mutable propio del movimiento natural de la vida. El cuerpo sano es aquel que, por su capacidad de adaptarse al cambio, puede mantener la estabilidad ...»

Defender y potenciar al máximo la peculiar sensibilidad de nuestro cuerpo, pasando y asumiendo la experiencia del goce y el dolor; dejar hablar el lenguaje del cuerpo, no traicionar su deseo. Esas son para Noguchi las únicas pautas posibles para vivir sano.

Pero si la sociedad provoca sus enfermos, también les facilita la tarea. Y no ya porque el hombre aprenda a pensarse inevitable enfermo en potencia. ni siquiera porque haya llegado a desconfiar tanto de su cuerpo y tan poco de los fármacos. sino porque es indudable que. para muchos hombres, la enfermedad es hoy en día más compensatoria que la salud, El rótulo de enfermo es el único que esta sociedad tolera para que el abrumado ciudadano se vea libre, al menos temporalmente, de sus cargas y obligaciones, haciéndose acreedor de una solicitud y cuidados que la dureza de la convivencia cotidiana le niega.

Miedo a la autonomía

¿Nos es ya tan difícil soportar nuestra propia autonomía? ¿Tan peligroso es para la sociedad la existencia de un cuerpo sano que desea? Pues parece que lo que justamente no interesa es que el cuerpo del hombre sea autosuficiente y se rija por su propio deseo. Puesto que se le repite hasta la saciedad que no es nadie sin el conocimiento de la ciencia, que su cuerpo es un ignorante saco de desdichas que perecería a buen seguro sin la sabiduría de los conocimientos y el cobijo de las instituciones, que, por no saber, no sabe qué debe comer, ni cuántas horas debe dormir, que su vida se encuentra constantemente acechada por peligros (el dolor, el parto, las muelas, el hígado), que sólo ella puede neutralizar.

Interesa que el cuerpo, allí donde nacen deseos incontrolados, allí donde reclama su puesto el dolor y la muerte y, por tanto, el placer, el gozo, el movimiento, la libertad, interesa que ese cuerpo perpetúe, por medio del hábito y el miedo, su dependencia a factores extraños a él, que no llegue nunca a sentir lo que su propia y peciliar sensibilidad le dicta, que no sobrepase nunca la edad de la dependencia y no llegue a hacerse un hombre que se levante sin muletas sobre sus propios pies.

Interesa que el hombre viva constantemente en el temor de la desagacia, del dolor y de la muerte, porque si dejase de temer esas cosas, ¿quién sabe si empezaría a temer otras. como que su cuerpo no le pertenece?

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