El castillo encantado
De hecho, es un barrio más de Roma. Un barrio al que todos los días acuden miles de turistas y en el que habita un personaje vestido de blanco que sale a hablar al balcón una vez por semana. Pero es también un barrio especial: durante siglos, las grandes familias romanas lucharon -incluso, sangrientamente- para conseguir que uno de sus miembros ocupara el trono de Pedro.Para los ciudadanos « de a pie », el Vaticano tiene también algo de castillo misterioso y encantado. Saben muy poco de lo que sucede en su interior. Sólo de vez en vez, un libro o un artículo periodístico cuenta algunas indiscreciones. Normalmente, los funcionarios de la curia se encargan de alimentar el misterio y de que siga reinando el silencio. Para ello cuentan con su alambicada retórica diplomática, llena de paréntesis y, eventualmente, con un cierto aire descortés que espanta cualquier pregunta considerada indiscreta.
Este sombrío y discreto clima palaciego, que configura un ambiente de susuros de confesionario, provoca en los romanos las más pintorescas reacciones. El misterio que rodea el Vaticano explica perfectamente cómo buen número de italianos llegaron a pensar, sinceramente, que Juan Pablo I había sido asesinado. La imaginación latina, el fantasma de los Borgia y el culto al secretismo de los funcionarios curiales dieron este resultado. Posteriormente -y aun hasta hoy- la protocolaria resistencia vaticana a llevar a cabo una autopsia del cadáver o a hacer un informe sobre las causas de la muerte del último Papa han sido popularmente respondidas con guiños y sonrisas maliciosas. «Cualquiera sabe lo que pasa ahí dentro», parecen pensar los romanos.
Y, sin embargo, «ahí dentro» no pasa gran cosa. Las 44 hectáreas del Estado vaticano -que habitan menos de mil personas, de las que sólo unas quinientas son residentes- tienden a respirar como un Estado moderno. Pablo VI se encargó de reducir algunas -tradiciones inservibles y de funcionalizar el organigrama. En 1970, por ejemplo, hizo desaparecer su «guardia noble», institución cortesana que agrupaba a los delfines de la vieja aristocracia romana. Simultáneamente emprendió lo que podría llamarse «reforma administrativa», que tuvo dudosos resultados: duplicó prácticamente el número de empleados pontificios, que pasaron a ser unos 3.000.
El Papa es la omnipotente cabeza del Estado vaticano. En él coinciden los tres poderes: legislativo, administrativo y ejecutivo. Para auxiliarle en algunas tareas tiene la secretaría de Estado, que viene a ser, a la vez, el Ministerio del Interior y el de Asuntos Exteriores.
Un Ejército de juguete
Por lo demás, el Estado vaticano no se diferencia gran cosa de ningún otro pequeño Estado: tiene su propia bandera, emite su moneda (de exclusivo uso para coleccionistas, ya que no se cotiza en el mercado), expide pasaportes con escasa generosidad, imprime sellos, posee un puntual servicio de correos, que es la envidia de los italianos, una farmacia que no es más milagrosa que cualquier otra, una sofisticada centralita telefónica manejada por discretas y obedientes monjitas, una emisora de radio, un periódico y un ejército de carácter más bien ornamental.
La Guardia Suiza, el Ejército «de juguete» del Estado vaticano, está compuesto por cien soldados, la mayor parte de los cuales procede de la clase media. Todos vienen de los cantones helvéticos, donde han cumplido ya su servicio militar. Su contrato dura un mínimo de dos años y un máximo de veinte. A partir de los diez años de servicio tienen derecho a retirarse con una pequeña pensión -que el cambio de liras a francos suizos convierte en prácticamente insignificante- y a llevarse su uniforme. Todos ellos, a excepción de oficiales y suboficiales, están obligados a permanecer solteros, lo que, por sus especiales condiciones de vida (viven once meses al año en el cuartel), les supone de hecho un casi forzoso voto de castidad. Todos los años los antiguos guardias se reúnen, como si fueran ex combatientes de un ejército «de verdad», y son habitualmente ellos los que convencen a los miembros más jóvenes de sus familias para que se enrolen y prolonguen largas sagas de guardias suizos.
Los límites del Vaticano continúan, sin embargo, más allá de la mirada de la Guardia Suiza. Sólo en Roma, se calcula que el Vaticano posee más de 51 millones de metros cuadrados: una parte de los cuales está ocupada por residencias y centros religiosos y el resto son pisos alquilados.
Oficialmente, el Vaticano niega este hecho. «No se trata de propiedades del Vaticano, sino de las congregaciones religiosas», se distingue sutilísimamente. Tampoco, oficialmente, existen finanzas vaticanas. El banco del Vaticano -que se llama Instituto para las Obras Religiosas- es sólo «un banco privado que administa el dinero de sus clientes». No obstante, el Instituto para las Obras Religiosas -que funciona, efectivamente, como cualquier banco privado- está regido por una comisión de cardenales y ha logrado ser, en 37 años, una poderosísima entidad financiera que maneja miles de millones de dólares.
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