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La sinceridad de la amargura

Jacques Brel ha muerto. Con él comienza a desaparecer una generación de cantantes que surgieron de las vivencias de una guerra, de una profunda desesperanza y de una amarga ironía.Brel, como Brassens, Ferrat, Ferre o el ya desaparecido Boris Vian, retomaron la canción francesa tradicional, sus formas y su finura algo cínica para incluir en ella el sarcasmo, la frustración y un amor tal vez más profundo que el de aquélla.

Entre todos esos cantantes, Brel ha sido, sin lugar a dudas, el más influyente. Sus canciones han sido utilizadas por los cantantes más diversos, desde Judy Collins hasta Johny Mathis, pasando por Nina Simone. Su estilo, por otra parte, era mucho más sencillo en música y letra de lo que sus admiradores podían aceptar. Brel volcaba en canciones su vida y la de los que le rodeaban de una forma sincera y, además, desgarradoramente directa.

Tal vez por ello, en un momento determinado, dejó la canción; tal vez por ello el año pasado grabó un último disco, que sería, al mismo tiempo, su testamento. Buscaba, entre otras cosas, no mitificarse a sí mismo.

Antes de él, y a partir de 1969, Brel dejó prácticamente de cantar en público, para lanzarse al cine y al teatro. De allí surgió también una de sus grandes creaciones como artista completo en el musical El hombre de La Mancha.

La influencia de Brel en España no puede condensarse en unas líneas. Quien más quien menos ha cantado alguna vez Ne me quittez pas, pero su rastro hay que seguirlo, sobre todo, en una nova cancó catalana que buscaba otras formás de hacer diferentes desde la oscuridad de la España de los sesenta. Una oscuridad aún más densa que la de aquella sociedad francesa que ganó una guerra para no cambiar casi nada y en la que cantaba Jacques Brel.

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