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Ha muerto el filósofo Etienne Gilson

Intentó renovar el conocimiento intelectual de la Edad Media

Historiador supremo de la filosofía medieval al lado de Jacques Maritain, filósofo él mismo, conocedor fino de todas las manifestaciones artísticas, profesor universitario en la Sorbona parisiense y en varias universidades americanas y canadienses, miembro de la Academia Francesa y honorario del Colegio de Francia, hombre público también hasta llegar a ejercer de senador demócrata-cristiano, colaborador durante varios años del diario independiente Le Monde, Etienne Gilson acaba de morir a la edad de 94 años.

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La muerte de Gilson ha pasado poco menos que inadvertida para un cierto mundo francés del «ruido y el furor» que, estos días, ha impuesto su ley a los mass media con la manifestación de 10.000 motoristas que, anteanoche, desfilaron horas y horas por las calles de París (treinta heridos, algunos graves, consecuencia de los choques a 160 por hora) para protestar contra intenciones gubernamentales tendentes a la prohibición de las cilindradas excesivas.Los apologistas de Gilson, por el contrario, le descubren como un gran «vitalista» o como «ese monumento cuya mirada sobre la tierra, el cielo y el tiempo es aún actual». Etienne Gilson, que dominaba seis idiomas, desde su primera juventud se enraizó en la historia medieval que él juzgaba viva y actual. Toda su trayectoria de profesor y de escritor fue, en definitiva, un intento de renovación del conocimiento de la historia intelectual de la Edad Media. En un tiempo en el que el tomismo no era muy conocido, o se había tergiversado, Gilson, al mismo tiempo que Maritain, fueron sus rehabilitadores: este último más en el plano teórico y Gilson en el de la historia de la filosofía.

La obra de Gilson, sus descubrimientos, sus reflexiones, sus investigaciones giran en torno a los ejes fundamentales:

El problema del conocimiento según las teorías desarrolladas por Gilson, contrariamente a la visión dominante tras Descartes, el pensamiento no es lo primero en la vida de los hombres. Lo primero es el encuentro con las cosas, es decir, con el mundo exterior, con lo sensible. Por este camino del realismo metódico, Gilson, más allá de todos los idealismos posteriores, reencontraba los rastros de Santo Tomás de Aquino.

El segundo tema esencial de la obra de este «apologista del realismo» es la defensa de la existencia de una filosofía cristiana, que, desde su paso, aún adolescente, por un seminario iba a dominar toda su vida. A partir del estudio de los Filósofos de la Edad Media, Tomás de Aquino, San Buenaventura, Duns Scot, Gilson mantuvo una ruda polémica con sus colegas universitarios, sosteniendo que el cristianismo no limita al filósofo, sino lo contrario.

De las treinta obras que dejó escritas podrían destacarse: La introducción al libro de San Agustín, Filosofía de San Buenaventura, Tomismo, Historia de la filosofía Medieval. El erudito universal que fue Gilson, no despreció la vida pública.

Su experiencia, por haber enseñado en Canadá y en Estados Unidos, le sirvió para revelar las grietas del Pacto Atlántico, al que se oponía porque Estados Unidos reservaban el derecho de elegir la forma de ayuda a Europa en caso de peligro bélico. Esta cuestión, más tarde, originaría la creación de la bomba atómica francesa. Gilson, que proponía el neutralismo europeo, con defensa autónoma, incluyendo a una Alemania Federal armada, fue condenado incluso por la Asamblea Nacional y sólo la historia posterior le rehabilitó.

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