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Vuelve a Las Ventas la corruptela de los manguitos

La sorpresa del domingo en Las Ventas fue que los caballos de picar volvieron a salir con manguitos. Poco ha durado la contención de la corruptela en este terreno. Todos recordarán aquel escándalo de la feria de San Isidro, con huelga de cuadrillas, que obligó a la suspensión de una corrida, precisamente por el litigio de los manguitos. La autoridad supo estar en su sitio -que es, por cierto, el que los aficionados piden ocupe siempre y la correcta marcha del espectáculo reclama-, y en la corrida siguiente y sucesivas los caballos de picar salieron al ruedo sin esos adminículos antirreglamentarios.Hasta ayer. Es inaudito que después del escándalo del domingo anterior, que se debió a la insolencia,y falta de responsabilidad del contratista de caballos-monosabio, llamado El Pimpi, la autoridad haya tolerado el fraude y, además, sin dar explicaciones. Las cosas del mundo taurino, respecto a su reglamentación, son chocantes. Hay que ver con qué esmero cuidan la bobada esa de anunciar en tablilla que el espada de turno está autorizado a usar el estoque simulado. Ahí se cogen la legalidad (o lo que sea) con un papel de fumar, cuando ya hace tanto que, a nadie importa un rábano qué tipo de cacharro usan los mal llamados espadas para el toreo, mientras en las cosas fundamen tales operan, astutamente, a la chita callando.

Plaza de Las Ventas

Toros de García Romero, serios, con trapío y casta. El Hencho: Bajonazo a toro arrancado y tres descabellos (silencio). Pinchazo, estocada contraria y descabello (silencio). Rafael Torres: Cuatro pinchazos (silencio). Pinchazo hondo y descabello (silencio). Paco Núñez, que tomó la alternativa: Estocada algo delantera y descabello (algunos pitos). Pinchazo pescuecero contrario, otro bajo tendido, golletazo y descabello (algunos pitos).

En los propios carteles anunciadores de la corrida se garantiza que serán cumplidas en el espectáculo las normas reglamentarias vigentes, y no cuidan de hacer en ese aviso la advertencia de que hay excepciones, como es este caso de los manguitos. La autoridad, al tolerarlos de nuevo ayer, ha incurrido en responsabilidad grave, pues no tiene atribuciones para contravenir las prescripciones de una orden ministerial. La corruptela ahí está de nuevo, lesionando los derechos de los aficionados y el propio rigor y sentido de la lidia en su tercio más fundamental, que es el de varas.

Quizá aducirán razones humanitarias, que no nos valen, pues son pura demagogia. Quizá argumentarán que el domingo anterior un caballo herido en el vientre causo repugnancia, y dirán que toleran los manguitos, pues así se le protege. ¡Cuento todo! El escándalo se produjo no por la herida del caballo, sino porque El Pimpi obligó a que, aun herido, siguiera en el ruedo. Y, además, el caballo está siempre protegido si la lidia se hace como es, debido: le protegen el peto reglamentario; el picador, con su habilidad con la vara y como jinete; las cuadrillas, dispuestas a efectuar de inmediato el quite, y el propio reglamento, que establece la forma correcta de efectuar la suerte de varas.

Pero eso de hacer las cosas bien debe ser dificilísimo, y la autoridad opta por transigir con que se ha gian mal. Le preguntaremos al gobernador -respetuosamente, por supuesto- a qué viene esto, pues nos resistimos a creer que la decisión haya sido gratuita. Mas, a todo esto, la realidad de la lidia está ahí: los toros del domingo se estrellaban contra el peto, sin posibilidad de defensa ni de ataque. La autoridad ha defendido al caballo del toro; a ver cómo defiende ahora al toro del caballo.

Los garcíarromeros teníanpresencia y casta, y posiblemente también fuerza, pero todo se lo dejaban en la muralla y en la maraña del peto, donde, además, perdían las ganas de acometer. Alguno hasta casi se deja la vida, como aquel cuarto, al que le dio leña a mansalva el picador, tapándole la salida, acorralándole, pues -¡venga barro!- estaba a sus anchas sobre el muro de la vergüenza. ¿Es eso humanitario, puede saberse?

Luego, en el último tercio, el comportamiento de los garcíarromeros fue vario. Los dos de El Hencho se quedaban cortos y el cordobés se jugó el tipo con aguante y valor sereno, aunque no pudo lucirse. Los de Rafael Torres fueron manejables, pero el sevillano no se fiaba y echaba siempre el paso atrás. Lástima, porque tiene estilo. A Núñez le correspondieron un toro muy noble y otro incómodo, y en los dos estuvo tan desangelado como desconfiado. La alternativa no venía a qué, según él mismo se encargó de demostrar. La corrida fue un petardo, pero la verdad es que se la empezaron a cargar en el primer tercio.

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