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Reportaje:

John Travolta, timidez y brillantina para un mito de nuestro tiempo

Juan Cruz

Los dos guardaespaldas que protegen a John Travolta otean el horizonte con la misma pericia que los policías que garantizan la seguridad personal del presidente de Estados Unidos. El actor norteamericano, cuyos éxitos de taquilla le han convertido en la principal estrella del cielo de Hollywood, camina entre ellos tímidamente, como si acudiera con sus padres por primera vez a una reunión social. Va vestido de negro y su camisa es blanca, inmaculada. Es, como resulta obvio en sus filmes, un hombre de esta década que se esfuerza por aparentar que fuera de la pantalla es también un muchacho de los años cincuenta.No usa brillantina, al revés que el protagonista de Grease, su último filme, pero su pelo parece siempre adecuado a la imagen creada para él por Hollywood.

Dicen que es tímido y él no lo niega. Ha pasado por largas depresiones incomprensibles, contó una vez. No lo pudo arreglar la psiquiatría, «porque la psiquiatría no se hizo para mí». Lo resolvió la cientología, un método de autoayuda que contribuye a descubrir las causas del dolor, las frustraciones del pasado. En Grease, cuyo estreno europeo se produjo en la noche del sábado -fiebre del sábado noche fue lo que hubo justamente en la clausura del Festival de Cine Americano de Deauville-, John Travolta no es ese ser depresivo, sino que representa a un joven prepotente americano cuya fortaleza contrasta con el aire frágil, etéreo, de su acompañante femenina, Olivia Newton John, qué estuvo con él silenciosa, en la multitudinaria rueda de prensa que precedió a la proyección de la película. Los periodistas le preguntaron a Travolta, obsesivamente, por el origen de su éxito. Por supuesto, Travolta simplemente respondía diciendo que «el triunfo es lo que siempre esperé, algo por lo que luché durante toda mi vida. Ahora lo tengo, no me preocupa investigar por qué ha pasado». En Grease, John Travolta es un teenager que vive una fragmentada historia de amor, su vida de pandilla es vulgar, rutinaria, como las vidas vulgares y, rutinarias de quienes se ven forzados a contribuir a su éxito cinematográfico llenando los cines, agotando los discos y cubriendo de posters las paredes donde antes estaban Elvis Presley, los Beatles, los Rolling Stones y el Che Guevara.

La gente se identifica con él; en la rueda de prensa, John Travolta insistió en la necesidad de esa identificación y también relató sus esfuerzos para escapar de la mitología de sus personajes. A pesar de ello, es obvio que permanece siendo un personaje artificial, que camina en volandas, ayudado por quienes impiden que una sola mano se le acerque. «Los periodistas siempre me preguntan quién soy en realidad, si soy ese joven que baila en las películas. A veces me sorprende comprobar el desconocimiento tan absoluto que la gente tiene sobre lo que es el trabajo de un actor.»

La entrada de John Travolta en la sala donde se desarrolló la rueda de prensa fue apoteósica. Todo lo que rodea a John Travolta es apoteósico. Cuando se acabe la apoteosis, dijo en un momento de la conversación con los periodistas, a él le gustaría ser tan admirado y, recordado como su bailarín favorito, el ruso Nureiev. Mientras tanto, quiere vivir con su éxito. «Es, lo comprendo, un triunfo muy difícil de analizar. Estoy muy orgulloso de él, aunque no niegue que a veces me cansa tener que rechazar autógrafos, vivir permanentemente perseguido por mi propio personaje.»

John Travolta sigue teniendo miedo, como cuando entró, por primera vez, en la academia donde estudió arte dramático. «La última vez que tuve miedo de lo que la gente pudiera pensar sobre mi capacidad fue cuando se estrenó Grease en Los Angeles.» Pero, después, aunque la película es mala, Travolta no baila prácticamente nada y la capacidad de supervivencia de su mito se pone en cuestión, el actor recibe los parabienes de la industria y vuelve a sentir la seguridad personal que le falla minutos antes del estreno. Travolta, el hombre, es un triunfador orgulloso.

Lo que no piensa John Travolta es que sea cierto «que yo soy un modelo para el joven americano de hoy. Yo soy, simplemente, un actor que ha tenido éxito representando un determinado tipo de personaje. Pero no soy un modelo. Soy un actor». Es también un ser poderoso que atrae a las masas, controla mucho dinero -recibe un millón de dólares, más de setenta millones de pesetas, por película- y tiene la última palabra en la confección de sus filmes.

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