La máquina de cobrar
El sector público empieza a ser en nuestro país esa temible máquina devoradora de impuestos a la que tanto temían los liberales decimonónicos, que tanto ridiculizaron los clásicos de la literatura humorística británica y de la que tanto huyen últimamente algunos Gobiernos occidentales por temor a la ineficacia económica.Este país nuestro está metido de lleno en la reforma fiscal, tan justa socialmente como económicámente necesaria, y, al mismo tiempo, transpira por todos sus poros unos niveles de insatisfacción social tal que resulta difícil cruzar cuatro palabras con cualquier conciuda dano sin que se le cargue el muerto de las responsabilidades al Estado. No sabemos si el ministro de Ha cienda ve por la tele el lamentable serial de los Botejara, pero si por aburrimiento o casualidad ha es cuchado alguno no habrá dejado de echarse las manos a la cabeza p orque al Estado se le piden últimamente todos los imposibles de forma simultánea.
Ante tanta insatisfacción social acumulada por años de represión lo peor que nos puede pasar es que queramos convertirnos todos en cómodos ciudadanos de un potente Estado patrón que todo lo resuelve pero sin darle un duro. Ambos extremos son igualmente desdeñables, porque o pagamos impuestos y nos dan servicios, o tenemos los servicios que merecemos y seguimos escurriendo el bulto fiscal.
Ahora Hacienda nos reclama el 20% de lo que pagamos hace sólo unas semanas, anticipando lo que habrá que pagar a principios del año próximo. Y uno se pregunta cuándo de una vez se va a controlar el gasto público, tantas veces prometido, pero escasamente realizado. Y otra cosa que nos preocupa es cuándo se va a controlar el ingreso del Estado, cuáles son sus límites y sus auténticas posibilidades de invertir y de crear riqueza. No pretendemos pedir moratorias para los aumentos de ingresos, pero sí conocer con más precisión cuáles son los planes económicos del Estado. Son derechos muy legítimos.
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