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Reportaje:

Evita Perón, del mito al espectáculo

La vida de Eva Duarte de Perón tuvo todas las características necesarias para ser un mito. Encarnó, desde los turbios orígenes en un pueblecito del interior argentino, a los no menos turbios principios con un militar de corte populista, Juan Domingo Perón, una imagen que mezclaba la de Cenicienta con la del bandido señorito, que quita a los ricos para darle a los pobres. Llevada por ese azar en el que no cree al poder casi absoluto, en un país increíblemente rico, pero lacrado por hondas e injustas diferencias sociales, y armada de una gran belleza, de una cierta sensibilidad y, no hay por qué no creerlo, de una copiosa carga de buenas intenciones, Evita Perón inspiró leyes sociales que suavizaban la vida de los necesitados y apadrinó un cambio en su país que ya no se puede borrar. Con un lenguaje sentimental, popular y un pensamiento guiado por un primitivo sentido común, consiguió conectar con ese naciente proletariado industrial argentino, con esa ciudad innumerable que, bajo sus auspicios, creció. Se hizo, poco a poco, un carisma que la temprana muerte no hizo sino acrecentar. Ahora, la ópera-rock Evita no hace más que mostrar la sorpresa occidental ante un personaje tan confuso, tan contradictorio, y sobre todo, tan vivo en la mente de tantas personas. Una perplejidad que, a la vista de la realidad argentina, desde el primer Gobierno de Perón, es compartida por las más distantes y diversas ideologías políticas. Esta vez, y de forma esquemática, con cierto humor y apoyados en una música que los asistentes al teatro Prince Edward, de Londres, no podían dejar de conocer previamente, Tim Rice y Andrew I. Webber han construido un cóctel con todos los elementos del éxito.En el camino del mito

Por una parte, un montaje lleno de intención pone ritmo con maestría a una historia que, pese a las pasiones encontradas de unos supuestos espectadores latinoamericanos, puede resultar monótona para esos otros, reales, más bien anglosajones. Y esta obra está dosificada y construida para el consumo internacional. Con todo, tienen gracia la selección de los tipos y las voces; especialmente Joss Ackland consigue un parecido excepcional con el dictador argentino que encarna, y su voz, más desagradable que la del propio Perón, es un dato casi inconsciente, en la imagen que el espectador se va haciendo de él.

Evita (Elaine Paige) recuerda oscuramente a la señora Duarte, pero en cambio lleva con gracia un papel que carga con el peso de la obra, compartido sólo por David Essex, un Che traído de los pelos que, en cambio, quiere dar sentido y contrapunto a la historia narrada y que está, musicalmente, muy bien llevado. Esa facilidad de Essex para el rock, esa dureza raspante de su modo de cantar contrasta con la voz de Perón -gangosa, atiplada- y le añade inconscientes simpatías por parte del público.

Efectivamente, la clave de la obra está en el relato que del primer peronismo hace el Che Guevara. No le falta ni la zamarra militar-estudiantil, ni el cigarro habano, ni la bo ina guerrillera típicamente che. Físicamente, el actor es igual a los posters de Guevara. Y luego hay en la historia dos datos en que apoyarse: el argentinismo de Ernesto Guevara y su antiperonismo de izquierda. Sobre todo, ha sido utilizado el prestigio mítico del líder revolucionario cubano para, desde su figura, hacer la crítica al personaje de Evita. Efectivamente, la obra está concebida como un flash, un viaje retrospectivo desde la muerte de Evita y el llanto popular: ese cine que apaga su música, y ese mensaje que Perón hizo llegar a toda la vida, pública y privada de la Argentina de aquel día, y que durante el tiempo en que siguio en el poder interrumpía en diaria fidelidad, a la misma hora, la programación radiofónica: «Es el triste deber de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de informar al pueblo argentino que Eva Perón, jefa espiritual de la nación, entró en inmortalidad a las 20.25 horas del día de hoy.» El Che, pues, avisa de la falacia que sufre el pueblo argentino, de la ilusión en que vive. Y entonces recomienza una historia que tiene morrientos divertidos y otros dramáticos musicalmente: en éstos, un escalofrío de emoción recorre la sala. El Che, en realidad las supuestas fuerzas revolucionarias argentinas, pasadas por agua, representa el ir y venir de los revolucionarios pro y contra Perón, más, pro y contra Evita, en una suerte de amor-odio psicoanalizable que va de la esperanza a la desilusión.

La obra toma de la derecha los prejuicios morales contra Evita. Su pasado de cabaretera, su, al parecer, origen oscuro -hija natural, vocación de espectáculo, profesión dudosa- aparecen muy acentuados. También se apunta, sabia y fugazmente, su ambición de poder, la fuerza de su carácter y su convencimiento de ser el alma del peronismo, sombra brillante tras un Juan Perón pusilánime, indeciso y nada claro ideológicamente. Según los autores de esta obra, es Evita la que organiza a los trabajadores, que entonces se disponen a lanzarse a la revolución social, con el fin de acceder a un poder difícil de otra manera y encabezar ella misma una fase de la historia para desradicalizarla, para garantizar finalmente que las cosas van a seguir básicamente igual. De otro lado, para conceder datos a la izquierda antiperonista, en el montaje documental que acompaña el paso de las distintas escenas, se hace hincaplé en la visita a Europa, en su encuentro con el general Franco como medio de relacionar el régimen nacional popui ista de Perón con el naclonalsindIcalista español. Y de algún modo, el anticomunismo de Evita, el paternalismo de su funcionamiento y la represión contra los revolucionarios que contrapuntea constantemente la ópera, insisten en el tema.

Añade la obra una punta de crítica, suavísima, a la sociedad establecida, particularmente a ese sector radicalmente antiperonista que son los padres de la patria. Aparecen como un grupo de figuritas vestidos a lo ancien régime -monóculos, polisón, levitas- que bailan moviendo sólo los pies y un maravilloso acierto de coro. Y hay en la actitud de Evita una especie de resentimiento de parvenue... Curiosamente, en esta pieza que tiene muchos ingredientes para un éxito comercial, se arropan las críticas de la derecha bajo un lenguaje de razones oscuramente revolucionario.

La razón de su vida

Cabría preguntarse, después de visto el espectáculo -en el que, a mi juicio, hay que salvar la efectividad de su música, la plasticidad del montaje y la actuación de los cantantes-actores- si responde a la ambigua figura histórica, que después de todo sigue vigente, nos guste o no.

Es cierto que esta mujer, muerta tempranamente de leucemia, se convirtió en una especie de hada madrina de muchos pobres argentinos. Es cierto que despojó -parcialmente- a muchos ricos para hacer funcionar la Fundación Eva Perón. Que en las visitas al interior o a los barrios recogía peticiones escritas en billetitos, y que luego hacía llegar las mantas. las planchas, los cacharros de cocina, los juguetes o las ropas que le habían sido pedidos. Era una especie de rey mago que se ganó el apoyo popular.

También es cierto que, inteligente, no creyó nunca que esa ayuda social practicada por la Fundación resolviera el problema. Dice en su libro La razón de mi vida: «Yo sé que mi trabajo de ayuda social no es una solución definitiva de ningún problema. La solución será solamente la justicia social. Cuandocada uno tenga lo que en justicia le corresponde, entonces la ayuda social no será necesaria. Y a lo largo de la lectura del texto de Evita uno siente que ella acabó por convencerse de su misión, de su carisma, de su elección divina, tal vez porque no podía creer que sin intervención de cielo pudiera haberse hecho real ese cuento de la cenicienta que fue su vida.

El resto lo hizo el propio aparato peronista. Himnos, canciones de descamisados -tan parecidos a los italianos-, posters y cuentas en el extranjero. La figura sale de la ópera-rock un poco como estaba, controvertida y apasionada. Falta quizá la presencia en la música de ese rico folklore peronista y argentino. Sólo unos pocos compases de aquella canción que invoca a Evita capitana suenan para los conocedores, bajo una música de consumo internacional. Falta, también, en el panorama de la historia, un libro que deje esta figura contradictoria plenamente aclarada. Aunque tal vez así goza de esa marca poética de lo finalmente inabarcado.

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