Israel y la reunión de Camp David
EL CLIMA de negociación entre Egipto e Israel se deteriora a medida que transcurre el tiempo, y si no se presentan signos de optimismo en las pocas semanas que quedan para la reunión de Camp David, la cita del 5 de septiembre quedará reducida a un nuevo encuentro formularlo sin ningún tipo de resultados prácticos. Un nuevo fracaso en la mesa de las conversaciones, además, hará menguar aún más las posibilidades de progreso. El desánimo provocado por la conferencia de Leeds, en el pasado mes de julio, pudo aliviarse algo por la perspectiva de una nueva reunión. Presidida ésta por augurios tan pesimistas y sin que, por otra parte, haya ánimos belicosos en los dos contendientes más importantes en las guerras del Próximo Oriente, el estancamiento de la situación, en todos los aspectos, puede ser muy difícil de superar. Relativamente alejado el recurso a la guerra en egipcios e israelíes, sólo los avances en la diplomacia y la esperanza de una paz negociada podría proporcionar alguna ilusión a sus pueblos. No parece ser así. Después de la sorprendente actitud del presidente Sadat, al acudir a Israel en noviembre de 1977, ningún nuevo paso se ha dado, y el acercamiento entre El Cairo y Tel-Aviv no ha podido encontrar renovados elementos de apoyo.Puede pensarse que desde noviembre de 1977 hasta hoy se ha estado perdiendo un tiempo precioso y permitiéndose la deteriorización de un fruto que fue muy difícil de conseguir. Al presentarse en Israel, Sadat jugaba muy fuerte, no sólo frente al enemigo secular, sino también frente a su propio pueblo y la comunidad de naciones árabes. La terquedad de Tel-Aviv, por tanto, no es sólo un perjuicio a la paz en Oriente Próximo, sino, también, una grave amenaza contra la estabilidad política del presidente de Egipto y, en general, contra la del frente árabe, de por sí bastante desunido. Al mantenerse Israel en sus posiciones, sin que se vislumbren todavía posibilidades de cambio, se le niega una importante baza a Sadat, esgrimible ante su pueblo y toda la comunidad árabe. No es descabellado pensar que al actuar así Israel busca premeditadamente crear una nueva división. No lo es porque, si se examina su participación en la guerra de Líbano, se deduce que Israel ha pasado de ser el Estado al que muchas cosas podrían disculpársele, por la necesaria defensa del territorio, al que interviene más allá de sus fronteras, no ya por un quimérico derecho de persecución de guerrilleros, sino con propósitos políticos de mucho más largo alcance, Israel, verdaderamente, amplia sus designios en cuanto a la solución de Líbano y la Organización para la Liberación de Palestina.
La causa árabe es tan heterogénea que es ilusorio pensar en la supresión de las diferencias en pos de la unión contra el enemigo común. El estancamiento en Oriente Próximo posibilita la multiplicación de las rivalidades, el enfrentamiento entre países moderados y radicales, las escisiones y la guerra civil de las facciones palestinas... Jugando con un frente enemigo que se pulveriza progresivamente resulta que el tiempo juega ya a favor de Israel, que el alargamiento en las soluciones diplomáticas, cuando ya no están claras las soluciones militares, es la consagración en la práctica del famoso principio divide y vencerás. Y, sin embargo, Israel no puede contar infinitamente con la proclividad de los árabes a pelearse entre sí ni utilizar la baza del radicalismo de los palestinos. Tampoco es fácil que Egipto mantenga por mucho tiempo una buena voluntad inútil, sin ningún tipo de resultados cotizables y con grandes costes políticos ante la oposición del país.
Además, también desde noviembre de 1977 hasta hoy, se ha producido un lento deterioro en la unidad israelí respecto a la situación de Oriente Próximo. Las actitudes de Peres y Weizman, entre otros, son muy reveladoras de un cambio de mentalidad e índices de la petición de una nueva política que busque la paz con sinceridad y eluda la sustitución, a la que asistimos hoy, de la agresividad militar por el maquiavelismo diplomático. Si no progresan las negociaciones es posible que se ahonde la crisis en los cuadros políticos israelíes. Por lo menos en los que conducen las conversaciones no ha trascendido todavía ningún ánimo negociador. Es difícil que aparezca si se envía a negociar al general Dayan, se anuncian nuevos asentamientos en Cisiordania y se trata de bilateralizar un arreglo que sólo podrá adquirir su pleno sentido en un marco global M conflicto árabe-israelí.
Estados Unidos, patrocinador de los encuentros en Leeds y Camp David, que continuamente envía a sus diplomáticos a Oriente Próximo y que presta a Israel una sustancial ayuda, evaluada en 2.000 rnillones de dólares anuales, puede hacer mucho en la superación del estancamiento. Las partes ya se conocen y han sido capaces de entablar los primeros términos de un diálogo, algo que parecía de todo punto imposible meses atrás. Sólo falta ya que Israel tenga voluntad de ofrecer algo, y ello sólo será posible mediando una actitud decidida de Washington.
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