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El nacionalismo andaluz ante la Jinta de Andalucía y la Constitución

De la Secretario General del Partido Socialista Andaluz

Ayer, 11 de agosto, se cumplieron 42 años del fusilamiento de Blas Infante en la cuneta del kilómetro cuatro de la carretera Sevilla-Madrid -precisamente en esta carretera, gritando: "¡Viva Andalucía libre"!

Blas Infante, padre de la patria andaluza, fue el primero que dio una interpretación política al ser de Andalucía: investigó en sus señas de identidad culturales e históricas, fortaleció su conciencia de pueblo, exigió su autogobierno, habló por primera vez de nacionalidad andaluza y afirmó que sus intereses estaban identificados con la clase trabajadora de Andalucía. Todo ello bajo el lema del ideal andaluz, con evidentes connotaciones respecto del socialismo utópico y del anarquismo andaluz.

Treinta,años después, en los años sesenta, el Partido Socialista de Andalucía recogía la caída bandera del nacionalismo andaluz y afirmaba que la clave estaba en el poder andaluz. Un poder que no nos puede venir de fuera, sino que ha de construirse en Andalucía. Y no de repente, sino piedra a piedra. Y la primera piedra es la conciencia del pueblo que tiene que construir ese poder; la conciencia de nuestro pueblo sobre la necesidad de un poder propio.

Pensábamos entonces, y pensamos hoy, que para tener esa conciencia el pueblo tiene que sentirse diferenciado por unos factores determinantes: su específica problemática social y económica, su exclusiva identidad cultural e histórica y, sobre todo, por su voluntad colectiva expresada inequívocamente.

La gran tragedia de los nacionalistas andaluces de hoy es que la democracia por la que tanto luchamos desde la clandestinidad no haya venido a afirmar, sino a negar, el poder andaluz: la preautonomía llegó tarde (en séptimo lugar) y mal (sin brújula política), y la Constitución viene no a favorecer, sino a congelar, nuestras reivindicaciones andalucistas.

La verdadera tarea de la Junta de Andalucía

No hay duda de que la Junta de Andalucía ha supuesto un paso adelante en el reconocimiento de la personalidad política de la nacionalidad andaluza. Pero la realidad de es la primera fase del proceso preautonómico está poniendo de manifiesto sus grandes deficiencias, está poniendo de relieve los pesados condicionamientos que gravitan sobre él al servicio de unos intereses que no son los del pueblo andaluz. En este sentido, el Partido Socialista de Andalucía -partido que entiende representar sus intereses- ha denunciado esta situación y pretende continuar haciéndolo, en una postura crítica ante la forma en que la preautonomía se ha establecido.

Se trata de evitar con ello que las limitaciones con que ese proceso autonómico se ha iniciado no decepcionen las esperanzas que los andaluces expresaron de forma clara el pasado 4 de diciembre; que no queden reforzadas las posiciones de quienes, expresa o veladamente, se oponen hoy a una auténtica autonomía, con contenido político pleno, en cuyo marco el pueblo andaluz, por primera vez desde hace siglos, pueda ordenar su economía, su cultura y su política.

Pero seamos realistas: la Junta de Andalucía nace tarada por el tándem centralista PSOE-UCD, porque permite la discriminación con respecto de catalanes y vascos, y porque está a las órdenes de Madrid, no del País Andaluz.

Sin embargo, en política, renunciar a lo posible, cuando no hay condiciones para un cambio profundo, es apoyar lo existente. Por eso, a pesar de todo, la Junta de Andalucía puede ser eficaz si de verdad pretende construir el poder andauz, empezando por los «cimientos», es decir, devolviendo a los andaluces el orgullo de serio -esto es lo posible- y no por el tejado, es decir, con exigencias verbalistas de transferencias de autoridad de Madrid, que sabemos que hoy por hoy no van a llegar -esto es lo utópico-, puesto que la Junta está controlada por los mismos partidos -PSOE y UCD- que aseguran la presión del poder central.

En Andalucía, el problema inmediato no está en el poder superestructural, sino en el poder de base. En consecuencia, la Junta de Andalucía, primero que nada, tiene que legitimarse, tiene que superar su pecado original, poniendo la primera piedra del gran edificio del autogobierno andaluz: su conciencia de pueblo, que es la más grave expropiación sufrida por el pueblo andaluz. Para ello, la Junta tiene que hacer -y esto sí que puede hacerlo- tres cosas: primera, contribuir a recuperar las señas de identidad del pueblo andaluz, segunda, contestar radicalmente toda discriminación del País Andaluz, venga de donde venga, y tercera, hacer política para todo el pueblo andaluz, no para un partido, cualquiera que sea.

La verdad es que el balance desde la creación de la Junta de Andalucía hasta hoy no puede ser más negativo. Difícilmente puede entenderse que estén haciendo esfuerzos, para colaborar en recuperar nuestras señas de identidad cuando el presidente ha dicho hasta la saciedad que no es andalucista, que Blas Infante pecó de fetichismo e infantilismo, que el pueblo andaluz desapareció con la Reconquista, y que, incluso, tiene dudas de la existencia de Andalucía como algo específico y diferenciado.

No sale mejor parada la Junta, si se analiza la segunda cuestión: su lucha contra la discriminación de Andalucía. No ha dicho una palabra sobre el proyecto constitucional; sigue empeñada en calificamos de segunda clase, con el término región ya despreciado por el propio Parlamento, y permanece insensible cada vez que Cataluña o el País, Vasco consiguen algo, lo que tantas veces es a costa de Andalucía.

Y respecto al tercer tema, su actitud es coherente con lo anterior. El presidente es más un militante del PSOE que el presidente de todos los andaluces. Ahí está su desafortunado mitin en el congreso de la UGT de Sevilla, o el fracaso de su viaje a Cataluña en busca de votos para el PSOE en detrimento de los partidos nacionalistas, sobre todo de Convergencia Democrática de Cataluña y del PSUC.

Aunque puede extrañar a simple vista, los nacionalistas andaluces del PSA que tanto contestamos los privilegios catalanes o vascos, somos profundamente conscientes de que todo avance en el autogobierno de esos pueblos opera en beneficio de la lucha que lleva Andalucía. Por eso lamentamos más que nadie el voto españolista de Cataluña y Euskadi. Nos interesa allí el voto nacionalista.

El texto constitucional -aprobado ya por el Congreso cuando se escriben estas líneas, y a punto de debatirse en el Senado antes de ser sometido a referéndum- ha consagrado, parece ya que de manera definitiva, la distinción entre nacionalidades y regiones. También aparece claro que sólo Cataluña y el País Vasco verán reconocido el derecho a una autonomía política plena. Los requisitos que se nos exigen hacen prácticamente imposible que el País Andaluz la consiga. Andalucía va a verse discriminada una vez más, con el agravante de que, esa discriminación se produce ahora en un momento especialmente importante de la configuración política del Estado español y de la articulación y contenido de las respectivas autonomías. La autonomía que se va a reconocer a Andalucía en ese marco no tendrá sino el nombre de tal, será un nuevo centralismo que en este caso no osa decir su nombre, oculto ahora tras la ficción de unos órganos pretendidamente autónomos.

El Partido Socialista de Andalucía se ha dirigido a la Junta de Andalucía para que con la urgencia y la firmeza que el Lema exige plantee, ante las Cortes, el problema de esta injusta discriminación y presione para lograr que tal distinción desaparezca del texto constitucional. En cualquier caso, entendemos que la Junta y todos los órganos preautonómicos deben pronunciarse de forma clara y tajante en favor de Andalucía como nacionalidad, abandonando para siempre el término región.

En estas condiciones, hasta que el proyecto constitucional no sea definitivamente aprobado, el Partido Socialista de Andalucía no comprometerá su voto, porque habrá de seguir presionando por conseguir el máximo pura el pueblo andaluz.

No obstante, no podemos ignorar lo que esta Constitución significa en la actual correlación de fuerzas: echarle siete llaves al régimen de Franco. Y ello en el doble sentido de superar el régimen anterior y evitar «malos pensamientos» a los que le añoran en demasía.

Esta hora es especialmente grave para Andalucía. Las dolorosas cifras de paro de hoy vienen a añadirse a otros muchos datos de discriminación y de explotación: Andalucía sabe mucho de emigración, de drenaje de su ahorro para financiar la prosperidad de otras tierras, de subdesarrollo en beneficio de otros pueblos, de ignorancia centralista respecto de su cultura y su historia. No es ciertamente una ficción de autonomía el instrumento que hará posible la resolución de estos y otros gravísimos problemas. Sólo si el pueblo andaluz se dota de órganos con auténtica capacidad política existirá esa posibilidad. Y en todo caso, la constitución de estos órganos debe cimentarse sobre el pleno reconocimiento de la nacionalidad andaluza.

Lo que representa el nacionalismo andaluz

Los colectivos políticos, cuando son legítimos y coherentes, representan intereses bien diferentes, de los que hoy por hoy resulta bien dificil prescindir. La UCD es el neocapitalismo occidental; el PSOE, la alternativa de la socialdemocracia centroeuropea; el PCE, la opción revolucionaria eurocomunista; los nacionalismos catalán y vasco, la alternativa federal de España.

Pues bien, el nacionalismo andaluz, representado hoy por el PSA, configura en el Estado español la alternativa de los pueblos oprimidos, el primero de ellos que se rebela contra lo establecido. La verdad es que la existencia de un partido andaluz con fuerza es la única originalidad de la política actual respecto de los planteamientos de la última democracia conocida en España en los años treinta.

Nuestro objetivo durante el régimen de Franco fue nacer y luchar, y lo conseguimos, contra ese régimen, en primera fila, junto a la izquierda histórica, PCE y PSOE. Nuestro objetivo en el tránsito a la democracia ha sido el exclusivo servicio del pueblo andaluz, frente a las pretensiones anexionistas del PSOE, y también aquí hemos triunfado.

Nuestro objetivo inmediato es conseguir en las próximas elecciones a Cortes una minoría andaluza, como hoy existen la catalana y la vasca, que tan productivos resultados han ofrecido a sus respectivos países.

La experiencia parlamentaria del año de democracia que llevamos significa que hay que conseguir un grupo parlamentario andaluz. ¿O es que lo conseguido por catalanes y vascos se lo deben al PSOE y a UCD? Cataluña y Euskadi tienen hoy un sitio reconocido en Madrid. Andalucía todavía no, pero lo tendrá a corto plazo.

Sólo así será posible una Andalucía libre, el grito de Blas Infante, que los nacionalistas andaluces no queremos que se pierda.

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