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Los picadores mandan

Los picadores: profesionales cabales, de gran humanidad, históricas víctimas de la iracundia del público, cuando el público sabe poco de qué va, y de la fiereza del toro, cuando éste es poderoso y se le dan una higa el peto y los manguitos.Wenceslao Fernández Flórez se preguntaba de qué material están hechos los picadores, pues se pegan unas costaladas terribles y no les pasa nada. Es cierto: la violencia de ciertas caídas de picadores podría equivaler a la defenestración desde un quinto piso de cualquier ciudadano normal, y mucho extraña que no se desintegren (lo cual celebramos, por supuesto).

Pero hay excepciones, y ahora más que antes. Los picadores pueden ponerse de acuerdo y suspender una corrida, como ocurrió en San Isidro; o pueden hacer la suerte de varas por torcido, siempre que les venga en gana, como pasa todos los días; o pueden darle ordenes a su jefe de cuadrilla o al mismísimo director de lidia, como sucedía el domingo y otras tardes en las Ventas.

Si tal acontece en las Ventas, primera plaza del mundo, cuya seriedad y rigor están más que comprobados, ¿qué será en otros ruedos? Pues lo hemos visto, podemos decirlo: lo mismo. El domingo aludido, en Madrid, Ricardo de Fabra pasaba sudores para poner en suerte al toro, que tenía querencia a tablas del seis, y el picador Chicorro aguardaba en el tercio del siete. Llegaba Fabra con el toro, ambos empapados en sudor y jadeantes, y quedaban donde se podía, no exactamente delante del caballo. Y Chicorro, tranquilo. No corregía su posición para ponerse en la frontal de la res, sino que señalaba con la vara: ahí, y si no, no hay nada que hacer. Y vuelta a empezar el trasiego de capotazos, contra querencia; más fatigas, más sudor. Una y otra vez así. Lo mandaba Chicorro.

Pero, con la anécdota, está la habitual forma de picar, que no debe tener sanciones, pues no se corrige: toreros a la derecha del caballo, donde nada pintan y bastante estorban; la carioca; castigo mientras el jinete tapa la salida; la operación tintero; cuantas rectificaciones del puyazo hagan falta. Y mientras, los matadores permanecen de mirones, alejados de la desigual pelea e indiferentes al suceso, con lo cual se delatan como antilidiadores, pegapases y cómplices de la corruptela.

Los presidentes, de un plumazo, podrían acabar con esto: sanción reglamentaria y hacerla pública de inmediato

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