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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Incertidumbre en Mauritania

EL GOLPE de Estado en Mauritania abre una amplia serie de interrogantes a las que en absoluto son ajenos los países occidentales, Francia en particular, y los vecinos africanos, especialmente Argelia y Marruecos. Durante mucho tiempo considerado como una especie de pariente pobre al lado de los estados vecinos, con los que apenas podía compararse en recursos, población y designios de política exterior, Mauritania se ha convertido, coincidiendo con la descolonización, el reparto y la guerra en el antiguo Sahara español, en un país esencial de la zona. Un país insustituible, quizá a pesar suyo, cuya evolución política se sigue con extremada atención desde otras capitales. La desestabilización de Mauritania, si es que ésta se consuma después del golpe militar, es la pieza ya imposible de asimilar en un escenario de por sí bastante complicado de guerra latente en el Sahara, tensiones entre Marruecos y Argelia y tendencia al intervencionismo armado por parte de Francia.Mauritania era el gran perdedor en el conflicto del Sahara. Su resolución vino grande a un país de poco peso específico que ante las complicaciones crecientes -en los planos territorial e internacional-, tuvo forzosamente que echarse en las manos de Francia y Marruecos, enajenarse de este modo la amistad argelina, reforzar sus dispositivos militares e, incluso, admitir en su territorio la presencia de los soldados de Rabat. Las incertidumbres internacionales y los deseos de mantener la seguridad a cualquier precio hicieron creer, con una óptica evidentemente exagerada, que el régimen de Uld Daddah era altamente necesario para el progreso del país y para el alivio de las tensiones exteriores. Esta perspectiva era sin duda equivocada. Un Estado cuyos súbditos se dedican fundamentalmente a la agricultura y la ganadería, que sólo cuenta con un millón y medio de personas, con altísimo porcentaje de analfabetos, cuya mayor parte del territorio es desértica y que sufre gravísimos problemas de sequía, y con una renta per cápita de tan sólo 230 dólares, difícilmente podría haber sostenido el peso de un conflicto como el del Sahara, al que ni la sociedad internacional ni los grandes países han podido darle, todavía, una solución total.

Por todo ello, por su propio peso específico tan pequeño y por la cercanía del avispero sahariano, el régimen mauritano tenía que poseer unas grandes dosis de artificialidad: las proporcionadas por el alineamiento (otros lo llamarán dependencia) con Marruecos y Francia. Las primeras declaraciones del llamado Comité Militar de Reconstrucción Nacional, autor del golpe armado contra Uld Daddah, autorizan a creer, con cierta precariedad todavía, en el talante moderado y pro occidental de sus autores. Es pronto para saber qué rumbos nuevos seguirá el país que antaño fue parte del grupo progresista de naciones africanas y que coincidiendo con la crisis del Sahara se vio obligado a un brusco cambio de alianzas en favor de Occidente. La actitud de París y Rabat será determinante para seguir la evolución de los hechos. Igualmente lo será la de Argelia. Mauritania siempre tuvo temor tanto a los ataques inspirados por Argel como a los apetitos expansionistas de Marruecos. Ni unos ni otros han desaparecido y, además, el conflicto del Sahara cuya solución sí sería el verdadero elemento de paz en la zona, permite en su alargamiento cualquier tipo de sorpresas e incidentes.

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