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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Líbano: una guerra que no cesa

LA GUERRA civil de Líbano registra los mismos personajes, parecidos escenarios y similares tensiones internacionales que los del conflicto de 1975-1976, cuando se produjo el estallido de una comunidad nacional que no ha podido resolverse de modo satisfactorio en el avispero de Oriente Próximo. Ahora, como hace dos años, el país se halla enfrentado en facciones irreconciliables, que resurgen en un Estado apenas trabado, facciones que a su vez se corresponden con otros grandes sujetos, a grandes líneas, con Siria e Israel.Siria e Israel, ambos con fronteras con Líbano, no pueden permanecer ausentes en un conflicto cuya resolución influye poderosamente en sus propias políticas exteriores. Por supuesto que cada uno de los dos países actúan en Líbano con procedimientos y objetivos diferentes, que de algún modo se superponen con los designios de las facciones libanesas. Siria no puede permitir en Líbano una proclividad hacia Israel, y éste considera contrario a su seguridad la instalación de cabezas de puente de guerrilleros palestinos. estrechamente proyectados contra su territorio. A lo largo del continuo conflicto se ha intentado repetidas veces conectar el «bando sirio» o el «bando israelí» con la izquierda o la derecha libanesas, con cristianos o musulmanes, etcétera. Tales conexiones se han demostrado superficiales primero, falsas después y, en cualquier caso, totalmente cambiantes.

No es difícil que cambie la actitud de los libaneses frente a sirios e israelíes a medida que la guerra continúa con los mismos datos de treguas siempre vulneradas, combates callejeros mortíferos y enfrentamiento entre las regiones del país. No es extraño que unos y otros combatientes dejen de sentirse apoyados cuando lo que ya parece evidente es que Líbano, convertido por Israel en campo de batalla que luego ha sido aceptado por Siria, es el terreno de juego de Oriente Próximo y la válvula de seguridad de una presión que Israel ha sabido desviar de su propio terreno, incluidas las zonas que controla después de la guerra de 1973. Mientras dura la rivalidad diplomática en la zona, los países en conflicto saben canalizarla, cada vez con más decisión militar, hacia un tercer país, que es el que en definitiva tiene más que perder, con una división profunda de su comunidad nacional y cifras de muertos que todos los días aumentan. Sólo en este contexto del país que se desvanece, de un país que no hace muchos años era puesto como el máximo ejemplo de la civilización occidental en Oriente Próximo, puede entenderse que el conservador cristiano Camille Chamoun llame la atención contra el peligro de exterminación nacional.

En Oriente Próximo no hay separación neta entre la situación de guerra y el estado de paz, ni garantías de seguridad para cualquier país, como Líbano, que nunca mantuvo una política agresiva, ni siquiera de seguridad, y por ello se ha convertido en lugar de paso de todos los visitantes inoportunos. En estos momentos no parece haber perspectivas de pacificación, excepto aquellas que surjan del propio cansancio de los combatientes. Ni siquiera parece que el tema se incluya en las conversaciones de Londres, entre Tel-Aviv y El Cairo, para finales de este mes. Líbano, en definitiva, es el portillo abierto a los roces entre las naciones de la zona, y ello hasta que los libaneses, esterilizados en el largo apoyo a los beligerantes vecinos, sean capaces de encontrar un designio nacional común.

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