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Reportaje:México también se transforma... a su manera / 2

Nuevos experimentos políticos con la prelegalización de tres nuevos partidos

Desde la fundación en 1928 del partido que, a contar del año siguiente, ha detentado sin interrupción el poder gubernativo, se ha hecho axiomático para los mexicanos -y comprendido en el exterior- que el candidato presidencial del PRI (Partido de la Revolución Institucional) ocupará automáticamente ese puesto. Y con mayorías aplastantes en ambas cámaras del Congreso, la misma agrupación había convertido este cuerpo en poco más que un foro de exposición y ensalzamiento de las iniciativas ejecutivas.Ahora, gracias precisamente a una de esas iniciativas emanadas de la presidencia, obra de inspiración personal de su jefe, José López Portillo, se ha roto el molde clásico. Aun cuando todavía no se divisa con toda claridad cuál será su nueva forma, una cosa es innegable: la política mexicana ha iniciado cambios radicales e irreversibles en su estructura y funcionamiento.

Para principiar, el primer capítulo de las reformas propuestas por el actual mandatario, aprobado con un mínimo de discusión en los dos recintos legislativos e incorporado ya a las disposiciones legales sobre la materia, permitirá que tres partidos, antes desconocidos oficialmente, participen en las elecciones nacionales (no presidenciales) de julio del año próximo. Estos son: Comunista (PCM), el Socialista de los Trabajadores (PST), aún debatiéndose entre el marxismo y la socialdemocracia, y el Democrático Mexicano (PDM), apostado en el espectro ideológico a varios grados a la derecha de Fuerza Nueva de Blas Piñar.

Legalización de partidos

Los tres han recibido lo que se denomina «autorización condicionada». De acuerdo con los términos de la nueva legislación pertinente, esto significa que para alcanzar una situación fija entre las agrupaciones políticas del país deberán cosechar el 1,5%, como mínimo, de los votos válidos emitidos durante esos próximos comicios. En el caso de los comunistas, es consenso general que no tendrán ningún problema para lograr el nivel señalado; se estima que ellos habrán de acumular del 5 al 6%, pero que de esa cifra no avanzarán substancialmente en un futuro previsible. Les hace falta un liderato coherente y ya no cuentan con las grandes figuras ornamentales de antaño, tales como los pintores Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Frida Kahlo, entre otros.

En cuanto al PST, éste nació formalmente en 1975 después de casi dos años de cuidadosa preparación, que incluía sondeos nacionales y contactos personales de sus dirigentes con organizaciones obreras, círculos intelectuales de izquierda y electores independientes en todo el país. Parecía que prometería ofrecer, con el tiempo, la primera alternativa viable de poder a las bien atrincheradas huestes del PRI. Sus fundadores principales fueron Heberto Castillo, escritor y catedrático promovido de la burguesía acomodada, y Demetrio Vallejo, líder sindicalista de ferroviarios, en ese entonces recientemente liberado de la cárcel donde había purgado doce años de reclusión, convicto de incitar a huelgas ilegales y de cometer actos de sabotaje, cargos que muchos progresistas de México han tachado de fabricación.

Eran las marcadas diferencias de formación y temperamento entre estos dos hombres, además de algunas divergencias ideológicas de poca monta, las que determinaron el fracaso del partido, hasta ahora, de poder realizar su potencialidad, y de su brusca escisión el año pasado. Vallejo salió del PST, llevando consigo la mayor parte de los elementos proletarios radicalizados. Castillo y sus asociados han tenido un éxito moderado en su campaña proselitista entre campesinos y obreros, tanto sindicalizados como no afiliados; pero aún es prematuro vaticinar sobre sus posibilidades de alcanzar la proporción mínima de la votación en 1979.

El tercer grupo, el PDT, con su título de «democrático», en grotesca contradicción a sus consignas rábida y desordenadamente autoritarias, volverá al limbo después de esas elecciones. Está formado por los sinarquistas, fascistas criollos que a principios de la segunda guerra mundial usaban camisas verdes y montaron simulacros de maniobras militares, hasta que el Gobierno les suprimió y por los cisteros (especie de guerrilleros de Cristo Rey), autores de la última sublevación en masa que registra la historia mexicana, realizada en 1926-27, y que costó varios miles de vidas. Ambos grupillos se encuentran concentrados primordialmente en el estado norcentral de Guanajuato; los sinarquistas, ante todo, en la ciudad de León, centro nacional de la industria zapatera. Se calcula que el número de afiliados al partido no pasa de 15.000.

Otros partidos minoritarios

Desde hace más de un cuarto de siglo han actuado libremente partidos de oposición en México: Acción Nacional (PAN), que compaginaría cómodamente con Alianza Popular; el Popular Socialista (PPS), y el Autentico de la Revolución Mexicana (PARM), fundado por un puñado de veteranos de la revolución misma, decepcionados y disgustados por el creciente conservadurismo del PRI.

Objeto de burlas condescendientes al principio, el PARM ha sabido granjearse de las simpatías de mucha gente -sobre todo entre la juventud-, igualmente desilusionada con las posturas del partido mayoritario, pero poco o nada politizada ideológicamente. El partido ha ganado inclusive varias alcaldías en las elecciones municip ales de años recientes. aunque no siempre lograba reivindicar sus triunfos.

Pero nada atrae adeptos tanto como el éxito perenne. La preponderancia del PRI durante cinco decenios seguidos ha hecho que sus filas se engrosaran cada vez más de personas totalmente apolíticas, o de las que en verdad simpatizaban con el programa de otro partido, más encontraban la conveniencia de estar ligadas con el que gobernaba. El restiltado ha sido una merma inevitable de afiliación formal a las demás entidades políticas (lo que no determina, necesariamente la actuación del individuo en el momento de votar), con el corolaño de una disminución grave de ingresos para aquéllas.

Subvención liara la oposición

Como a las administraciones de la época de posguerra les ha interesado mantener ante el mundo una fachada de democracia operante, han subvencionado a algunos partidos opositores. Curiosamente, en lugar de hacerlo por vía directa, con que muy probablemente no hubieran suscitado críticas duras, optaban por efectuar dichos pagos a través de la tesorería del PRI, lo cual llegó a ser del dominio público, acentuando así el cinismo de muchísimos mexicanos frente a todas las actividades políticas.

Bien consciente de estas anomalías y desventajas, López Portillo ha querido dar un viraje dramático al proceso cívico-electoral.

«El piensa -me dijo hace poco un miembro del personal presidencial- que con esta reforma y la entrada en juego de nuevos partidos, la política nacional tenderá a sanarse, que si hay una amplia gama de opciones habrá más interés, mayor participación y que a la postre, todos los partidos que ofrezcan programas de acción elaborados con seriedad podrán mantenerse a flote.»

Un motivo secundario (o quizá primario) que este ayudante no quiso señalar es el de dar una buena sacudida al mismo PRI, al que la falta de competencia real y las conquistas fáciles le habían vuelto, según la expresión de un observador, «gordo, perezoso y más podrido que la Mafia». El partido oficialista ha perdido todo rasgo de su ímpetu original, del celo de verdaderos revolucionarios como Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles o Lázaro Cárdenas.

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