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El doctor Cabaleiro relata su odisea

El doctor Cabaleiro Fabeiro, que recientemente fue librado de una carga explosiva que unos desconocidos le pusieron en el pecho, declaró en la noche de ayer, viernes, en una rueda de prensa, refiriéndose a los artificieros de la policía que le quitaron la bomba, que «suyo es el mérito, y a ellos les daría los diez millones de pesetas (precio que pagó como rescate) porque hacen un trabajo en el que arriesgan su vida por una paga ínfima para salvar a un hombre como yo, condenado a muerte». Dos artificieros le retiraron el artefacto después de dos horas y media de trabajo.

Señaló también que los autores del hecho le habían escogido a él para colocarle el artefacto por ser más joven o encontrarse en mejor estado físico que su madre, o que el doctor Nicandro Pérez Vázquez, a quien iba destinado el explosivo, alternativamente. Este último es el copropietario del pazo de Quizamonde, cuyo anuncio de venta motivó, al parecer, el caso.El doctor Cabaleiro, que se mostró visiblemente emocionado y que en algunos momentos tuvo lágrimas en los ojos, dijo en síntesis:

En la habitación 202 del hotel San Martín, un hombre se me presentó como Julián Rodríguez Suárez, alto, bien parecido, correcto en su expresión, y en la larga entrevista de dos horas que mantuve con él no pronunció ni una sola interjección.

Este hombre, tras un rato de conversación sobre los pormenores comerciales sobre la venta del pazo, me entregó un papel en el que afirmó había una propuesta sobre la venta del pazo. Este papel decía simplemente: "Esto es un atraco."

Creí que era una broma y se refería al precio que marcábamos por el pazo. Cuando me volví a decírselo me encontré encañonado por una pistola de gran tamaño. A continuación me ató las manos, me puso esparadrapo sobre los ojos, me ató los pies y procedió a colocarme un dispositivo de un tamaño aproximado de catorce por catorce centímetros, mientras yo permanecía tumbado en una cama.

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Amabilidad

El atacante se mostró muy amable, y mientras yo estaba en la cama se preocupó de colocarme una almohada para que estuviera más cómodo. Las ligaduras con las que me ató no estaban fuertes, y se preocupó de que luego pudiese desatarme, aunque en ello empleara algún tiempo.

Me advirtió que no podría mojarme, y que el dispositivo del artefacto era más perfecto que los usados para los señores Viola y Bultó. Me dijo que soportaba golpes que no causasen daño al cuerpo humano.

También me indicó que no saliese de la habitación hasta las ocho de la tarde (la entrevista había comenzado a las seis) y que pagase la cuenta del hotel, así como las consumiciones que había hecho en el mueble-bar de la habitación.

Salí del hotel pasadas las 7.30 de la tarde y me dirigí a mi domicilio evitando calles concurridas. Después fui a la vivienda de un matrimonio amigo, donde, por escrito, expliqué lo que ocurría, puesto que temía llevar con el explosivo un emisor-receptor en miniatura.

La bomba, según las instrucciones verbales, tendría que explotar en un plazo mínimo de 75 horas y máximo de noventa. La hora señalada para el primer contacto con los atacantes era entre las tres y las cuatro de la tarde del martes.

En las primeras instrucciones me señaló que fuese a un punto situado a ocho kilómetros aproximadamente de Ponte Areas (Pontevedra), y detrás de una fuente habría de recoger una lata de cerveza donde se me especificaban las instrucciones. En ellas decían que subiese a la montaña más alta que se divisa desde allí, conocida popularmente, dado que su picacho más alto tiene la forma de un pianista.

Tuve muchas dificultades, ya que el dinero, reunido en billetes no nuevos, pesaba más de quince kilogramos, ya que eran diez millones de pesetas los exigidos. Además, la atadura de la bomba me comprimía y no podía respirar con normalidad, a lo que había que añadir la tensión desde que me pusieron la bomba, momento desde el que no había tomado alimentos. Por ello, y tras haber subido unos quinientos metros, desistí del intento, ya que, por otra parte, tenía que cruzar un río para llegar al citado monte y llovía.

Regresé a mi domicilio de Orense y esperé un nuevo contacto que se produciría al anochecer. Expliqué los motivos por los que no había acudido a la cita y se me comunicó que habría una nueva llamada a las cuatro de la madrugada. La llamada se produjo a las tres y media, y me dijeron que fuera a la carretera de Samil, en las proximidades de Vigo. a un punto concreto que se me especificó, donde debía dejar el dinero en una bolsa, regresar al .coche, esperar unos minutos y volver a recoger la bolsa que entonces contendría un precinto. Debía recoger también una lata de sardinas con instrucciones.

A continuación, debía llevar la bolsa a un punto de la carretera de Cortegada, a tres kilómetros de Orense, tras una escombrera, allí habría un árbol marcado con una señal, y junto al mismo estarían las instrucciones necesarias para desactivar el artefacto.

"Temi una nueva bomba"

Entregué la bolsa con el dinero y, al recogerla de nuevo, temí que, dada su forma, tuviera dentro otro explosivo, por lo que decidí abandonar el coche. Cogí un taxi en Vigo y creí que lo mejor sería dirigirme a Pontevedra, con el fin de escapar al radio de acción que, en mi opinión, llevaba junto a la bomba.

Decidí seguir a Orense y me paré en Carballino, donde llamé a mi esposa, quien me comunicó que desde las cinco de la mañana me esperaban dos artificieros en Orense, por lo que me aconsejó ir directamente hacia la comisaría de esta ciudad.

Desarticulado el explosivo

Pese a todo, no fui directamente a Orense, sino que di un rodeo y entré por una carretera distinta hasta que llegué a la comisaría, en uno de cuyos sótanos dos artificieros iniciaron la operación de desmontar el explosivo, tarea en la que invirtieron unas dos horas y media.

Los artificieros, según dijeron, realizaban esta labor por primera vez; no obstante, demostraron una gran serenidad y pericia. Mis cuatro hijos, mientras tuve la bomba, estuvieron fuera de casa, pero mi mujer quiso estar siempre conmigo. La compañía también la compartimos con un matrimonio de amigos cuyos nombres prefiero ocultar.

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