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Con los petos reglamentarios mejoró la lidia

Hubo corrida. Salieron los caballos de picar con peto reglamentario y no pasó nada. Mejor dicho, sí pasó: que se podía realizar mejor la suerte, y así se hizo; que los picadores manejaban mejor las cabalgaduras; que el toro no se estrellaba contra una muralla, y podía hacer presa, sin herir, incluso crecerse, porque medía su fuerza con un enemigo aún no equilibrado en peso con él, pero tampoco imposible de mover, como ha venido ocurriendo hasta ahora; que a la muleta llegaban las reses no derrotadas por agotamiento físico y psíquico (¿vale?), sino ahormadas mediante un castigo racional; que hubo un derribo espectacular, y en ese mismo toro -último de la tarde-, un primer tercio con incidencias y emoción a raudales, a cuyo término, hecho un somero recuento, podía apreciarse que no hubo catástrofes, ni muertos, ni heridos, ni otros dramas.Así debe ser siempre, y lo esperamos, pues no podemos ni imaginar que la vuelta al peto reglamentario vaya a quedar en una ventolera que a la autoridad le ha dado por un día. En la novillada del domingo, en la corrida de Beneficencia, y de ahí en adelante, sin excepciones, el mandato del reglamento ha de ser la plantilla sobre la que se escriba la tauromaquia de nuestra hora. De forma que, entre otros beneficiosos resultados, hará imposible el acaescimiento de que picadores de rápido conformar le cojan el gusto a la corruptela y no quieran abandonarla sin escándalo, de lo cual han sentado el lamentable precedente que todos conocemos.

Plaza de Las Ventas

Decimosexta y última corrida de feria. Cuatro toros de Los Guateles, con trapío; primero y cuarto mansos y cojos; los dos últimos con casta, nobleza y poder. El sexto derribó con estrépito y recibió cinco veras. Segundo y tercero, de Carlos Núñez, muy bien presentados, mansos, manejables; el segundo, flojo... Todos, salvo el quinto, recibieron las varas reglamentarias y aun más. Picaron muy bien Antonio Vallejo y José Galeano, de la cuadrilla de Parrita . El Viti: Pinchazo hondo, ruedas repetidas de peones y dos descabellos (silencio). Pinchazo echándose fuera, estocada y descabello (escasa petición, gran ovación mezclada con protestas y salida al tercio). Andrés Vázquez: estocada tendida desprendida (silencio). Pinchazo y estocada, de la que sale rebotado; pasa a la enfermería (ovación, que recogen los peones). Parrita: Estocada corta desprendida (silencio). Bajonazo (palmas y algunos pitos, y saluda).Presidió sin complicaciones el comisario Mingüens. Las cuadrillas fueron recibidas con una gran bronca. Hubo casi lleno. Andrés Vázquez fue asistido en la enfermería, de la que no volvería a salir, de contusión en tórax y ligera conmoción cerebral, de pronóstico reservado.

La afición estaba con ellos de uñas. Hubo, nada más sonar el clarín, una ocurrencia genial, corno todas las de la empresa de la plaza: por los altavoces, creemos que en boca de su hombre fuerte, Juan Martínez, oímos que si se celebraba la corrida era sólo por respeto al público. ¡Anda, tío, por respeto! ¿Y por obligación no? ¿No había pagado el público su entrada? ¿No lo hace confiado en que la otra parte del contrato que supone la compra del boleto va a cumplir, sin excepciones, las reglas del juego? ¿No hay un reglamento en vigor por el que se rige todo el espectáculo, desde el edificio de la plaza hasta la inspección de Sanidad, pasando por los espectadores, y, no faltaría más, por la suerte de varas?

La reacción del público, que no estaba para bromas, fue tremenda, y en cuanto aparecieron en el ruedo las cuadrillas, sobre todo los picadores, les dedicó una bronca monumental. El retorno de éstos al patio de caballos fue como un funeral de tercera: cansinos, apabullados por la presión de una masa indignada, y en los tendidos miles de aficionados que se ponían en pie y les gritaban improperios por el plante del miércoles y su actitud contraría a lo que debe ser la fiesta y a la lógica misma.

La corrida salió muy bien presentada, seria, con su muestrario de cojos también, enfermedad que ya es hábito achacarla al Viti, como si éste fuera el agente contaminante, lo cual que no, pues sólo se trata de un sino que tiene el diestro. Dio El Viti meritorios pases sueltos a su primero, que no tenía casta. El cuarto fue protestado por la cojera de referencia, y cuando el maestro salmantino cogía los trastos de matar llegó, del más allá un coro con sordina: «¡Vi-ti, ve-te!» No se fue El Vi-ti-ve-te, sino que se quedó -más casta que la mar tiene- y sacó dos tandas de derechazos hondos y un par de ayudados a dos manos, pura esencia torera. En los naturales, que sejalearon más, hubo menos; dejaba la pierna contraria atrás y cordilleaba. Y, finalmente, marcó unas dobladas eficaces, para entrar a matar con poca fe. Le aplaudieron y le pitaron, pero todo con pasión, que es lo bueno y una de las sabrosas salsas de la fiesta.

Apagado Andrés Vázquez, no se confió con el segundo y sí con el quinto, que era manteca. Magistral su principio de faena, con ayudados por alto impecables, molinetes, de la firma, trincheras, pases de pecho encerrados en un todo armónico, del cual sólo puede ser artífice un maestro. Pero queriendo ser variado resultó reiterativo y sin gracia, mientras la calidad absoluta del toro proclamaba que había allí ocasión para un triunfo de escándalo, que se evaporaba en la falta de inspiración. Al entrar a matar salió rebotado, y visiblemente maltrecho pasó a la enfermería. Ya recuperará fuerzas Andrés. Es un torero, ¿no?

De súbito, en el sexto toro, que era un animal con casta y de gran trapio, poderoso en varas, noble en la muleta, Parrita le echó coraje y sacó una enjundiosa tanda de derechazos. Puede haber torero. Pero quizá le falta madurez y, con toda evidencia, sentido del temple. Su primera faena (un puro en ganchón) y el resto de la otra no tuvieron callidad. Más placeado, acaso llegue Parrita a ser gente en esto del toro. Lo tiene que llevar en la sangre; dato a tener en cuenta y que imprime carácter.

Una corrida de tantas, como la de ayer, pareció mejor que otras, pues en el primer tercio había emoción, aumentada por la psicosis de peto. La lástima es que los espadas, más acentuadamente El Viti y Parrita, no parecía tenerle ley a eso de lidiar y cuando estaba cantado el quite al caballo se inhibían, para que el del castoreño pegara más.

Sin embargo, no hubo caríocas y barrenados a mansalva y la forma de hacer la suerte fue, por lo general, correcta. Ya hablaremos de esto, ahora que acabó la feria.

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