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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Los valores diferentes de las Fuerzas Armadas

Don Arturo Moya, diputado de UCD, ha publicado en EL PAIS (23 y 24-5-78) dos artículos bajo el título genérico de Las Fuerzas Armadas. Pocos temas hay tan interesantes para mí como éste, y más todavía si es tratado por un miembro activo de la política, pues pienso que le dedican menos atención de la debida. Pero resulta, además, que mi interés se ve acrecentado porque el contenido del primero de los dos artículos está dedicado íntegramente a rebatir, o más bien a condenar, las tesis que, según el autor, he expuesto en otros artículos míos recientes, también publicados en EL PAIS, y que son calificados como tesis graves y contraproducentes.Naturalmente, nada tengo que objetar a que se discrepe de mis opiniones, y por ello, no me cabría intervenir salvo en el caso de poder aportar argumentos o enfoques que dieran más luz al tema debatido. Más sucede en este caso, que el señor Moya, junto a un único punto que es cierto que yo sostenía, y sigo sosteniendo, sobre la inconveniencia de que exista una sociedad militar distinta de la civil y con unos valores diferentes, me atribuye una serie de ideas e intenciones que por ningún lado aparecían en los artículos que cita. Por todo ello, aprovechando el reconocido liberalismo de EL PAIS, intentaré deshacer el error del señor Moya y dar, de paso, nuevas perspectivas válidas al importante tema de las Fuerzas Armadas.

Ex comandante del Ejército

Decimoquinta corrida de feria. Toros de Victorino Martín, cuyo juego excelente supuso un triunfo de apoteosis al ganadero. Muy bien presentados, con casta, bravos y nobles; al segundo se le premió con vuelta al ruedo. Dámaso Gómez: media estocada delantera y descabello (división de opiniones y saludos). Pinchazo, estocada corta delantera y caída, rueda de peones, aviso con medio minuto de retraso y tres descabellos (más protestas que aplausos y sale a saludar). Miguel Márquez: bajonazo al encuentro y rueda de peones (escasa petición y vuelta con algunas protestas). Dos pinchazos bajos, media delantera y descabello (silencio). Ruiz Miguel: buena estocada y descabello (oreja). Gran estocada (oreja y clamorosa petición de otra). Fueron ovacionados en banderrillas Pepe Ortiz y Curro Alvarez. Victoriano Martín y Ruiz Miguel salieron a hombros por la puerta grande.Presidió, en general con acierto, el comisario Pajares. Hubo lleno de «no hay billetes».

En primer lugar, el diputado de UCD parece que me atribuye una actitud en mis juicios que califica de «notable desparpajo». Bien. Es posible que sea así, y en realidad no sé si es alabanza o crítica; yo lo único que querría señalar es que la actitud que deseo tener es de un gran respeto (que no excluye la crítica en modo alguno) hacia la institución militar, para aportar con sinceridad mi experiencia vivida durante veintitrés años de servicio activo.

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Hecha esta salvedad, entraré en las cuestiones que se me imputan, equivocadamente a mi juicio. En primer lugar, ¿dónde he propugnado yo que se rompa la disciplina, que se deroguen códigos y ordenanzas para acabar con la jerarquía? ¿Dónde he abogado porque se introduzca en las Fuerzas Armadas la sindicalización partidista o que se promuevan las asambleas de soldados?

Simplemente, me he limitado a señalar la existencia real de un problema, como son los movimientos reivindicativos entre la tropa, y la carencia actual de medios para resolverlos, que no sean los puramente represivos. Que existen las reivindicaciones, es un hecho constatado en la prensa, y que hay motivos para muchas de esas reivindicaciones lo saben todavía mejor que yo los que han hecho el servicio militar. Entonces, ¿le parecerá quizá a don Arturo Moya que la mejor solución a los problemas es la franquista, es decir, la de silenciarlos? Si repasa la legislación militar de los pueblos libres, pluralistas y democráticos, de los que señala acertadamente que formamos parte (aunque olvidando que hace sólo muy poco tiempo), encontrará que existen fórmulas diversas de cubrir esas lógicas necesidades reivindicativas, una de ellas la sindicalización (en Bélgica y Holanda, por ejemplo). Pero yo ciertamente no he propugnado, ni propugno, la sindicalización partidista para nuestros soldados.

Respecto al tema Els Joglars, rechazo el calificativo que da don Arturo de disparatada a la esperanza de que, en relación con una ley de la que se anuncia oficialmente la derogación, previos los trámites de rigor, se suspenda su aplicación hasta terminar esos trámites. En primer lugar, porque no será tan disparatada cuando se está aplicando ese criterio, y precisamente por la jurisdicción militar, a un caso idéntico, el de la objección de conciencia, en que se suspende el cumplimiento del servicio militar Y de toda acción punitiva a los jóvenes que, alegando ese motivo, se niegan a cumplir una ley en vigor, y todo ello en base únicamente a que se esperan nuevas leyes derivadas del actual proceso constituyente. Pero, además, confieso que encuentro, si no disparatado, sí muy sorprendente que el señor Moya diga que, cómo las leyes pueden ser cambiadas continuamente, al parecer, de forma caprichosa, no se cumplirían nunca esperando el siguiente posible cambio. Yo creía que el Gobierno había anunciado cambios profundos en la jurisdicción militar, como por ejemplo, la supresión de situaciones en que es juez y, parte, con el objetivo único de conseguir una mayor posibilidad de justicia, en función de que uno de los caracteres distintivos de la democracia respecto a la dictadura, es que sus leyes son justas y no arbitrarias y represivas. Sin embargo, parece que don Arturo Moya en tiende que cambiar las leyes es una especie de ruleta, según la cual al que le toque, en un momento determinado, dar con sus huesos en prisión, debe pensar, con espíritu deportivo, que simplemente ha tenido mala suerte.

Y, ¿dónde he propugnado yo el absentismo de los ciudadanos respecto a las, Fuerzas Armadas? Desde luego, no en los tres artículos citados, pero, además, en otro también publicado en EL PAIS (1 -11-77), con el título -«Ejército, ¿sólo para militares.?», me pronunciaba con firmeza por todo lo contrario. Y ¿de dónde se deduce que las Fuerzas Armadas se deban ver envueltas en una contienda ideológica? Precisamente, mi más ferviente deseo de que eso no suceda, es lo que hace que siga manteniendo la única tesis que reconozco como mía de las señaladas por el señor. Moya. Y ésta es la de que las Fuerzas Armadas no deben constituir un grupo social separado, y mucho menos una sociedad diferente, la militar como él desea, con valores diferentes (el subrayado es suyo). Muchos son los argumentos que podría dar en favor de mis tesis, algunos de los cuales ya han aparecido en mis artículos anteriores y otros aparecerán en los sucesivos; no sería entre ellos ciertamente de los menos importantes el de la marginación (por un sentido de superioridad o de inferioridad, es lo mismo) que supone para los militares verse condenados a ser diferentes, y me consta la frustración, consciente o no, que ha su puesto para muchos.

Pero prefiero ceñirme a un solo aspecto, aquél que creo que puede conducir a esa preocupante contienda ideológica. Pienso que tener valores diferentes supone precisamente tener una ideología (en definitiva, una forma de concebir la vida) diferente. ¿Es aventurado entonces temer que ideologías distintas puedan acabar enfrentándose, entrando en colisión? Si recorremos la larga historia, propia y ajena, de intervenciones militares, ¿cuántas encontraremos que se hayan hecho en nombre de defender, de instaurar, de restaurar, unos valores diferentes de los que estaban en vigor? Claro, que si profundizáramos más, a lo mejor encontraríamos que esos valores, sagrados para los militares protagonistas, eran precisamente los que un sector de la sociedad civil, pequeño pero poderoso, beneficiario de aquellas intervenciones, había propugnado como imprescindibles para las Fuerzas Armadas.

Finalmente, añadiré un par de reflexiones más sobre otros aspectos de los artículos del señor Moya. En primer lugar, afirmar que, ya que él mismo dice que hay que reformar nuestros ejércitos, los aspectos de esa reforma pueden y deben ser ampliamente conocidos y debatidos, y esto no creo que sea apasionamiento, ni mucho menos politización, o sectarismo. Creo que se minusvaloraría injustamente a nuestras Fuerzas Armadas si se pretendiera llegar a su reforma a través del halago o de la oscuridad y la ambigüedad de los planteamientos.

En segundo, y termino, creo también que el tema de nuestra posible integración en la OTAN merece consideración aparte, y profunda, y así intentaré seguir haciéndolo con mis modestos medios. Pero dado que el señor Moya trasluce claramente su deseo de adhesión a la Alianza Atlántica apoyándolo únicamente en el argumento de que la neutralidad supone «dispendios formidables como en el caso de Suecia y Suiza», me permitiré preguntarle, ¿dónde fundamenta tal afirmación?

Según datos de The Military Balance, del Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, para los años 1972 a 1976, ambos incluidos, Suiza gastó en defensa, en relación con su PNB, menos que España en el mismo período y, desde luego, mucho menos que todos los países de la OTAN, excepto Luxemburgo. Por su parte, y también en los mismo términos relativos, Suecia gastó algo más que España, pero claramente menos que los miembros de la OTAN siguientes: Inglaterra, Francia, Alemania, Grecia, Holanda, Portugal, Turquía y Estados Unidos, y muy poco más que su vecina, mucho menos rica y miembro de la Alianza, Noruega.

Ciertamente, no es el del coste el mayor inconveniente que se puede encontrar al hecho agresivo, casi bélico, de enrolarse en un pacto militar de otra época para enfrentarse a una serie de países, pero, en cualquier caso, es una simple realidad objetiva que estar en la OTAN supone un dispendio mucho más formidable que no estar.

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