El cooperativismo en España
Los pactos de la Moncloa han contemplado el cooperativismo en su apartado V, sobre Urbanismo. y Vivienda, en el capítulo VII, reforma del sistema financiero, y en el VIII, política pesquera, agrícola y de comercialización. Nada nuevo; simplemente se está soslayando el problema básico: Acometer en profundidad una reforma legal del sistema cooperativo e impulsarla en la práctica. Lo que sí han conseguido los acuerdos de la Moncloa es establecer una pugna de competencias entre los Ministerios de Agricultura y de Trabajo con respecto a la ordenación de las cooperativas agrícolas, introduciendo más confusionismo aún. Asimismo, se acomete, por parte del Ministerio de Hacienda, una política de captación para el Banco de España de los recursos financieros propios del cooperativismo, es decir, de las Cajas Rurales y de Crédito Industrial Cooperativo, que representan una cifra aproximada a los 250.000 millones de pesetas.Resulta triste contemplar cómo un sistema -el cooperativismo- que resultaría eficaz antídoto de los grandes problemas socioeconómicos del país: paro, inflación, falta de productividad y huelgas, resulta marginado, olvidado y, lo que es aún peor, manipulado.
Doctor en Derecho y Profesor de Teoría del Estado en la Universidad de Madrid
Italo Svevo. Barral Editores. Barcelona, 1978.
El movimiento cooperativo ha tenido, y sigue teniendo, una importancia vital en países y sociedades tan diferentes como las del norte de Europa, Suramérica, Italia e Israel, Canadá o Alemania. Cronológicamente apareció antes que los movimientos sindicales. Como otra forma de acción obrera que iba a cumplir -y sigue hoy cumpliendo- un papel de primer plano en las estructuras económicas y sociales del mundo. El cooperativismo está tan alejado del marxismo totalitario, como del capitalismo burgués. Su idea es llevar a la práctica la autogestión-. Que haya cada vez más propietarios y ménos proletarios. Actúa de reglaje del sistema económico, abaratando -al suprimir circuitos innecesarios- productos y bienes generados.
El cooperativista reúne, en sí mismo, las notas de empresario y de trabajador. El sistema cooperativista limita la remuneración del capital, haciendo que se reciba sólo un interés fijado de antemano. La mayor proporción de los beneficios obtenidos por las actividades desarrolladas por la cooperativa van a engrosar el llamado Fondo de Reserva y de Obras Sociales. Por ello, la cooperativa es una productora de «dinero social». Además, el sistema cooperativista suprime las empresas de economía mixta, haciendo obsoletas las nacionalizaciones de empresas y de sectores económicos. Lleva, pues, a la práctica el ideal socialista.... sin implantar el marxismo ni ceder en el capitalismo.
Por último, el cooperativismo tiene una regla de oro: un hombre, un voto, y se muestra neutral en lo político y en lo confesional.
Ante un panorama tan atractivo como el descrito (y del que son buenas pruebas casos como el que la compañía petrolífera más importante del Canadá es una cooperativa industrial; o que en Suecia el cooperativismo de consumo tenga más de la mitad de las tiendas y establecimientos del país y que, en toda Europa y desde el siglo XIX, el crecimiento del cooperativismo, tanto agrícola, como industrial y de servicios, haya sido increíble -al igual que en Iberoamérica, donde gran parte de la producción radica en el cooperativismo, hasta el punto de tenerse que aglutinar en una organización internacional: la Organización de Cooperativas Americanas-). En España, el sistema cooperativo se encuentra sumido en una situación de total abandono por parte de los poderes públicos, los cuales no solamente le niegan el más mínimo apoyo, sino que le ponen continuamente una serie de escollos hasta hacerle prácticamente imposible su existencidesenvolvimiento.
Ley de 1931
Precisamente en unas tierras donde el cooperativismo creció como parte integrante de las propias costumbres, como es el caso del País Vasco, de Cataluña o del País Valenciano. Precisamente en un pueblo donde se han creado cooperativas que han servido como modelo al resto del mundo. País que fue capaz de elaborar y aplicar una ley de Cooperativas que ha marcado un hito en la normativa mundial sobre la materia. Nos estamos refiriendo a la ley del 9 de septiembre de 193 1, la cual fue elaborada por expertos de muy distintas tendencias ideológicas en el seno del Instituto de Reformas Sociales. En ella se han mirado para regir su cooperativismo la gran mayoría de los países, tanto europeos como americanos, y aún hoy es recordada con nostalgia por los viejos cooperativistas vascos, catalanes, manchegos o levantinos.
Tras la guerra civil se dictó, por el nuevo régimen, la ley de Cooperativas de 2 de enero de 1942, y su correspondiente reglamento el 11 de noviembre de ese mismo año.
El cooperativismo dejó, así, prácticamente de existir. Se le subordinó a «los intereses nacionales». Se sometió a las cooperativas a la tutela absoluta por parte del sindicalismo oficial. A tal efecto se creó «ad hoc» la Obra Sindical de Cooperación, cuyo único fin era controlar el movimiento cooperativo, limitando lo más posible su eficacia en la práctica. Lógicamente, el contexto político, social, económico y cultural de esos años no daba cabida en su interior a un sistema tan avanzado socialmente y tan progresivo en la distribución de bienes y de riquezas. Consecuencia de todo ello -y salvo excepciones contadas, como puede ser el caso de Mondragón- fue yugular el cooperativismo a base de emplearlo como fórmula sustitutiva en negocios poco claros o en aquellos en los que el gran capital no veía rentabilidad rápiday segura a sus inversiones.
Todo ello remachado con una labor de descrédito a la que las cooperativas de viviendas prestaron -mal dirigidas y sin fiscalización alguna- toda su colaboración.
En este contexto, como en tantos otros supuestos y circunstancias, nuestro país se vio marginado de las. organizaciones cooperativistas internacionales.
Mientras, cerca de 20.0,00 cooperativas que habían crecido contra corriente con sus piropios medios, sin ningún tipo de ayudas, demostraban que el espíritu cooperativista no se puede hacer callar. Hoy día, millón y medio de españoles viven del movimiento cooperativo y sirven a España. La Administración dictó el 19 de diciembre de 1974 una nueva ley sobre el sistema cooperativista más adaptada a los tiempos y que borraba muchas de las cortapisas que imposibilitaban nuestra entrada en los organismos iniernacionales correspondientes. Con ello pareció que los malos tiempos pasaban. La realidad, en cambio, es muy otra. Tras cuatro años de dictada la nueva ley, aún no se ha publicado su reglamento correspondiente. De esta manera se ha paralizado su aplicación. Sirva este artículo para señalar a nuestros gobernantes la necesidad imperiosa de que, a la mayor brevedad posible, se llene este vacío legal, se impulse el. sistema cooperativo, que tanto y tan buen juego está dando en todo el resto del mundo, y se apoye financieramente por el Ministerio de Hacienda el cooperativismo, y no a la inversa. Y, en fin, que seamos capaces, por una vez, de desarrollar lo nuestro, y no de desvirtuarlo mientras copiamos lo de fuera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.