La obra gráfica mironiana
Más que especialista del lienzo y el pincel, Joan Miró se quiere artífice que gusta de jugar, indiferentemente, con cualquier materia que caiga bajo el alcance de su deseo. De ello son buen ejemplo esculturas y objetos en los que se amontonan los más variopintos detritus del mundo. Junto a este aspecto de trapero maravillado con su propia colecta, guarda Miró otras apetencias.En primer lugar, y en ello hay quizás una raíz genealógica, s siente atraído por el combate que se sigue de toda colaboración con artesanos. Quien sueña el objeto y quien le da forma, según las maña del oficio preciso, son aquí dos sujetos distintos, dos agentes que deben adecuar mutuamente su idea de lo que se fabrica, de modo que el objeto resultante no habrá ya de pertenecer a ninguno por entero. De ahí que Miró suela insistir en que sean ambos padres quienes den su nombre a la criatura y estampen sus firmas en él. En segundo lugar, Miró desea para su obra una proyección lo más amplia posible, al tiempo que guarda sus reservas frente al matiz funerario de los museos. De ahí su predilección por murales insertos en la arquitectura, por esculturas situadas en el jardín.
Obra gráfica de Joan Miró
Salas de la Dirección General del Patrimonio Artístico. Paseo de Calvo Sotelo, 20. Galería Felini.
Por todo ello, no es de extrañar la frecuencia con que la obra gráfica ha ocupado el quehacer del artista Respetando el carácter plano y el formato reducido, el grabado o la litografía permiten, sin embargo, una difusión diez veces mayor a la del lienzo, llegándose, en el cartel, a poder substituir la incógnita, por una cifra prácticamente infinita. Al tiempo, el elemento reproducido puede asimilarse a la ilustración, con lo que el círculo colaboración-enfrentamiento queda ampliado a una trinidad que incluye al pintor, al artesano y al poeta. De todo ello se sigue, casi inevitablemente, que la producción de obra gráfica mironiana haya sido literalmente descomunal. Pensar en una exposición que la reuniera en su totalidad excede, seguramente, a toda cordura. Sólo queda, pues, como viable y deseable a un tiempo, la posibilidad de una selección acertada. Ya veremos, más tarde, si se ha dado esta vez el caso.
La actitud de Miró frente a la producción gráfica guarda ese eclecticismo, irreverente frente a las técnicas al uso, que caracteriza su labor en todos los campos de la creación y que, a menudo, le facilita felices aciertos. Resultan ejemplares al respecto los modos que desarrolla en el grabado, técnica en la que se inició en 1930, junto a Marcousis, por consejo de la hija de Matisse. Como en la guerra o en el amor, todo queda aquí permitido. Junto a la ortodoxia que el buen sentido del grabador pueda aconsejarle, Miró gusta de introducir azarosos elementos. Aprovechará, así, objetos diversos o los propios accidentes naturales de una plancha de cobre sin preparar Otras veces se aventura más lejos como cuando abandona una plancha barnizada en el suelo de un gallinero para que las aves la modifiquen a su antojo. Con todo ello se amplía considerablemente el ámbito de soluciones que pueda servir de soporte a la grafía mironiana. Ello es así de tal modo que frecuentemente será en estas obras sobre papel donde mejor se asentará el universo de lunas, estrellas, sexos femeninos, homúnculos y animales monstruosos, que se afianza, cada vez con más fuerza, en la obra de Miró a partir de los años treinta.
La exposición que hoy nos ocupa, incluyéndose en la elefantiásica celebración Miró, da amplio ejemplo de todos estos quehaceres. Con 130 calcografías, 63 litografías, veintitrés libros y veinticuatro carteles, quedarán satisfechas, al menos numéricamente, las ansias del espectador. En cuanto al contenido, se hallan presentes muchas piezas fundamentales. Así, el Dafnis y Cloe, de 1933, primer aguafuerte realizado por el artista, al igual que su primera litografía, fechada en 1930; el retrato de Miró, efectuado mano a mano con Marcousis; la Giganta, Los Magdalenienses, La joya, El gran carnívoro y un extenso etcétera de excelentes obras. Especialmente significativo para la historia artística de estos parajes. puede resultar la presencia de litografías de la Serie Barcelona, que supuso la puesta en marcha de Miró al regresar a su país, tras la ocupación alemana en Francia. Debidas a la iniciativa de su amigo Joan Prats, son el primer paso que permitirá al artista desembarazarse, progresivamente, del exilio interior.
Mas, aunque constatemos que el montaje de esta muestra supone un notable esfuerzo, no podemos por ello dejar de lamentar algunas ausencias fundamentales que empañan un tanto la brillantez de la selección. Tal es el caso, incomprensible, a mi juicio, si quiero pecar de biempensante, de la río inclusión del cartel Aidez L'Espagne, desde el que Miró hacía, en 1933, un llamamiento internacional en favor de la República española. Asimismo, la presencia de algunos libros (el Ubu encadenado, de 1937, las litos para L'arbre des voyageurs, de Tzara, en 1930, o la edición en «pochoir» de las Constelaciones, acompañadas de texto de Breton) hubiera permitido afirmar que la muestra reunía todo lo fundamental. Pese a ello, hace Joan Miró en estas salas, un buen papel.
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