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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nuevos personajes: los niños como son

Mucho ha cambiado la literatura juvenil desde aquellas épocas en que las narraciones populares o las sátiras de Swift eran consideradas ideales para los niños. No sólo desaparecieron los ogros del panorama, sino también aquel abrumador desfile de niñas-modelo encabezado por las heroínas de la condesa de Ségur o las asépticas mujercitas de Luisa May Alcot. El éxito que tuvieron los primeros rebeldes que no se ajustaron al esquema del niño-modelo (el inefable Guillermo de Richard Crompton, la Celia de Elena Fortún, el Papelucho de Marcela Paz) mostraron que los chicos deseaban identificarse con personajes que hacían las mismas trastadas que ellos, aun si en cambio debían soportar algún castigo. Mostraron también que entre asustarlos con los viejos mitos o aburrirlos con la moralina -en suma, dos maneras de encerrarlos en las antiguas normas- existía una tercera alternativa: divertirlos. Hoy la literatura juvenil ha dado un paso más: sus personajes son los niños y jóvenes reales, con todas sus antipatías, rechazos y aspectos negativos. No temen mostrarse tal cual son, porque al finalizar el cuento no les esperan moraleja ni castigo.

Leo Pulgamágica o la caza de leones en Oberfimmel

Janosch. El patio de los niños de piedra. Eleanor Cameron. Ediciones Alfaguara. Madrid, 1978.

Pulgas y leones

Leo Pulgamágica o la caza de leones en Oberfimmel, a pesar de su inquietante subtítulo, no, está protagonizado por ninguna fiera devoradora de niños desobedientes. Sus personajes son dos chicos, Kalle Schnappka y Achini Dudek, que, a despecho de sus nombres extraordinarios, se aburren soberanamente en el pueblo de Oberfimmel. Kalle es grande, fuerte y algo tonto; Dudek, pequeño, débil y muy listo. Son amigos, y, justamente por eso, riñen a menudo, salvo cuando se ponen de acuerdo para odiar al maestro o quitar la piedra que frena un carromato de circo. Y cuando el carromato rueda barranca abajo, en la rodada desaparece la gran pulga Leo, la superestrella del circo. Desolados, los dueños escriben un cartel ofreciendo una recompensa a quien la halle. Pero las mismas manos que quitaron la piedra corrigen el cartel y transforman la pulga Leo en un león. Con ese juego de palabras, con esa mínima modificación, muere el aburrimiento en Oberfimmel y culmina el juego entre lo desmesurado y lo pequeño con que Janosch, autor e ilustrador de más de cuarenta relatos infantiles, sabe captar en los primeros capítulos la atención de un público que disfruta tanto con escarabajos como con elefantes. A partir de ese momento, cuando todo el pueblo participa en la construcción de una trampa para el león, dos nuevos recursos atraen el interés: la reiteración de un hecho gracioso -de uno en uno caen los propios habitantes de Oberfimmel en la trampa- y una alegre inconstancia en la hilación de la trama -los atrapados no tienen mejor idea que construir una ciudad subterránea-. Reiteración semejante a la obsesión que muestran los niños con un juego divertido, inconstancia parecida a aquella con la cual saltan a otro juego cuando el primero los aburre.

Tiempo de conflictos

Nina, la protagonista de El patio de los niños de piedra, en nada recuerda a una niña-modelo. Acaba de mudarse a San Francisco, una ciudad que no le gusta, no tiene amigos, detesta el oscuro y maloliente piso que sus padres han alquilado, siente celos y hostilidad hacia su madre y la reciente enfermedad de su padre le inspira confusos sentimientos de pena y odio. No es un monstruo, sino sencillamente una adolescente en una situación difícil con la que no se conforma. Para escapar de ella se refugia en el museo, donde el que reina es el tiempo. Tiempo pasado, feliz como el que ella vivió cuando era niña. Tiempo detenido, sin cambios desconcertantes como los que le trae su adolescencia. Pero el museo no es sólo una vuelta al pasado para Nina: es también el lugar donde puede realizar su aspiración para el futuro, ya que desea ser directora de museo. Y es justamente allí donde confluyen sus tiempos, donde se le aparece Dominique, una joven que viene de otro siglo. Asi comienza la aventura, la acción y la posibilidad de solucionar sus conflictos, quizá en un milagro demasiado norteamericano.Sin embargo, Eleanor Cameron no teme enfrentar a los jóvenes que los inquietan; les pide también una lectura atenta de una narración de inteligentes recursos dónde el final abrupto de algunos, capítulos, la alternancia de períodos de rápido ritmo narrativo y otros dilatorios, la repetición textual de algún momento clave crean un clima de apasionante suspense que se mantiene hasta las últimas páginas. Bajo esta estructura subyace la intención de exigir al máximo la participación del lector juvenil, dándole a cambio el placer de ser el primero en descubrir el misterio.

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