La corrida-concurso de Carabanchel, un despróposito
La corrida concurso tuvo muy poco de concurso; fue un verdadero despropósito. Aparte los toros, más o menos mansos, toda la culpa hay que echársela a los espadas. No pusieron a un toro en suerte ni por equivocación. Peor: no pudieron lidiarlos. Dieron cientos de capotazos para después poner al toro dirección puente de Toledo o bien, lo dejaban bajo el caballo. Los picadores se ensañaban con el pobre animal en varas interminables. Luego el espada, a pedir el cambio de tercio, y el presidente, no faltaba más, lo concedía. Todo de pena; un anticoncurso.Bien presentado el toro de Juan Pedro, un precioso colorao, manso y con fuerza, que derribó en la primera vara. Como lo cambiaron con sólo dos puyazos y su matador no lo lidió, quedó inédito. Terciado el de Gavira, escarbón y sin fuerzas, tomó alegre la primera vara y manseó en las otras dos. Terciado y gacho el de Méndez, un «conejo», sin fuerza, tomó bien dos varas, la cabeza bajo el peto. Bien presentado y serio el Osborne, acudió bien tres veces al caballo, donde le pegaron a mansalva. Bien presentado el de Lafitta, sin fuerzas, echó la cara arriba en varas; noble en la muleta. Muy serio el de La Jarilla, que fue un manso total.
Plaza de Carabanchel
Corrida concurso. Toros de Juan Pedro Dornecq, Salvador Gavira, Antonio Mández, José Luis Osborne, Felipe Lafitta y La Jarilla. Miguelín: bronca. Bronca. Gabriel de la Casa: vuelta. Oreja. Currillo: silencio. Palmas.El jurado declaró desiertos los premios al toro más bravo y al mejor lidiador; se le concedió a Antonio Salas el premio al mejor picador.
De los espadas, el mejor librado fue Gabriel de la Casa. En el segundo dio buenas verónicas a pies juntos y media colosal. Con la muleta, un buen trincherazo y garbosos remates por bajo, en una faena sin dominio en diversos terrenos. En el quinto hizo una faena muy larga, a ratos templada, pinturero y superficial y, en general, anodino.
Currillo dio al tercero dos verónicas por el pitón izquierdo, cargada la suerte, muy lentas. Con la muleta estuvo valiente y aguantó al toro, que, sin fuerzas, se quedaba a mitad del pase. En el sexto, faena larga y voluntariosa; abusó del pico y sólo al final logró templar en unos derechazos dando los adentros al toro.
Miguelín era aquel señor de la pelambrera que corría por el ruedo con el capote, las banderillas y la imuleta y luego, agotado, permanecía en el callejón o pegado a las tablas, ausente a todo, como en éxtasis. Para colmo, muy mal las cuadrillas, inservibles los caballos de picar y mal, sin paliativos, los picadores.
Babelia
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