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El sábado murió el arquitecto Casto Fernández Shaw

El pasado sábado murió en Madrid el conocido arquitecto y urbanista Casto Fernández Shaw, que en la actualidad contaba 83 años. El sepelio se celebró en El Escorial, y en la más estricta intimidad. Casto Fernández Shaw, investigador infatigable de nuevas formas arquitectónicas y teórico de toda una corriente urbanística, la que él llamó aerodinámica, era hijo del escritor Guillermo Fernández Shaw.

Desde 1919, fecha en que terminó su carrera de arquitectura, comenzó una vida que podría calificarse de lucha contra la mentalidad constructiva tradicional. «Soy exactamente un inventor», dijo alguna vez. «Tal es el título que debiera figurar en mi tarjeta de visita. Comencé estudiando ingeniería, y aun habiéndome incorporado pronto al campo de la arquitectura, siempre he visto en ella muchas de las raíces del invento. Además, tengo patentados unos cuantos.» Efectivamente, su colaboración en la construcción del Salto del Jándula, una central de pie de presa, que él consideraba la obra más importante de su vida, es una buena muestra de la unión entre las dos técnicas.El nombre de Fernández Shaw se une al de los que han protesta do contra los desastres urbanísticos de Madrid, particularmente en el escándalo del derribo de la gasolinera, modernista de Alberto Aguilera, que fuera construida por él en 1929. Allí, en aquella construcción de hormigón armado, comenzó a perfilar la que sería espina dorsal de su pensamiento arquitectónico: la idea de arquitectura aerodinámica, que sería ajustada en un bellísimo proyecto de terminal para el aeropuerto de Barajas, que fue rechazado por exceso de originalidad. En esta concepción entrarían a formar parte formas ondulantes, redondeadas, que además de dar idea de ligereza, era defendido por su creador en función de la menor resistencia al aire, con el consiguiente abaratamiento de la construcción.

La guerra que amenazaba Europa incidió sobre su pensamiento y sus proyectos con un dato nuevo: la necesidad de conseguir casas lo más seguras posibles al menor precio. En este sentido concibió las llamadas ciudades acorazadas y subterráneas, hermosos proyectos jamás llevados a la práctica. Dentro de la que él llamó frecuentemente arquitectura del futuro, igualmente imposible en la España que vivió, se cuenta otro proyecto más: la torre del espectáculo, formidable edificio de quinientos metros de altura y estructura circular, con un kilómetro de circunferencia, que alojaría, además de una potente antena de televisión, un campo de fútbol, varias canchas de otros deportes, piscinas, cines, bibliotecas y salas de conciertos.

Por supuesto, y caracterizándose por el respeto al entorno, ha proyectado múltiples edificios de estilo más tradicional. Merecen citarse el Coliseum, de Madrid; el Colegio de la Asunción, de Málaga, el edificio para la General Motors, en Tánger, y un largo etcétera. Viajero infatigable, ha dictado conferencias en las más importantes universidades del mundo y ha recogido sus investigaciones en numerosas publicaciones. En los últimos años dedicaba su entusiasmo al proyecto de un monumento a la civilización.

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