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Reportaje:Rumanía, un stalinismo gaullista/ y 4

Mercado negro y corrupción en una economía desfalleciente

Por alguna misteriosa razón son los cartones de cigarrillos Kent y no los de Winston o LM los que sirven, junto con los billetes de banco americanos, alemanes o suizos, de moneda de cambio en el mercado negro de Bucarest. Cualquier periodista, comerciante o estudiante extranjero que llegue a la ciudad advertirá en los primeros días que es seguido por dos o tres personas; una de ellas es un policía de la militia secreta, según aseguran los residentes occidentales, pero los otros resultan ser siempre cambistas «negros», dispuestos a pagar hasta cuarenta leis por el dólar «turístico», es decir, por el que las autoridades obligan a cambiar en la aduana, al entrar, a doce leis la unidad. Lo difícil es saber quién es quién, o qué, porque a veces también el miliciano -o la miliciana- encargados de la «custodia» tratan de ganarse, sin ningún ánimo provocador, su sueldo extra. «Nuestro mercado negro -le dijo al enviado de este diario un intelectual muy ligado al partido- es hoy el más floreciente del Este. Calculamos que todos los meses se cambian aquí ilegalmente entre cien y doscientos millones de leis. A Viena suelen llegar regularmente camiones cargados de billetes rumanos y extranjeros; las valutas (divisas) se transforman allí en leis, a los precios reales, y regresan a Rumania para seguir alimentando el estraperlo. Ese proceso implica, claro está, cierto grado de complicidad por parte de algunos grupos dirigentes. Así, las purgas y los cambios de Gobierno no tienen sólo motivaciones políticas, con ellos se quiere combatir, además, la corrupción que pesa en todos los estamentos del país.»De acuerdo con la política de acercamiento al Tercer Mundo, en Bucarest hay alrededor de 15.000 estudiantes africanos, árabes y latinoamericanos (en minoría). Según los expertos rumanos y los diplomáticos extranjeros, el mercado negro se encuentra en manos de dos o tres grandes organizaciones formadas por esos estudiantes. De tanto en tanto, la militia desaloja un camin (residencia para extranjeros) con el fin de desbaratar las bandas, pero los grupos vuelven a organizarse con rapidez. En general, la tolerancia parece ser la regla en esa materia, y hasta ahora se han registrado muy pocas expulsiones. A fines del año pasado los becarios griegos comenzaron a apoderarse del «mercado», pero los negros y los árabes volvieron a recuperarlo, tras algunas refriegas en las que no intervino con demasiada fuerza la militia.

Baja productividad

Entre las causas de la lacra estraperlista se señalan, además de la corrupción en el poder, la férrea centralización económica, la carencia absoluta de determinados productos y el bajo índice de productividad y de tiempo real de trabajo, que en Rumania se estima de sólo el 40%, contra un 80-85% en los países avanzados de Europa occidental. En los hospitales puede verse a dos personas en la misma cama, y la anestesia para las intervenciones menores o los antibióticos sólo se pueden conseguir con los consabidos cartones de Kent. Los salarios comunes oscilan entre los 1.500 y los 1.800 leis. Un kilo de naranjas cuesta veinticinco leis; un kilo de carne, cuarenta o cincuenta; un par de zapatos, trescientos, y una vivienda de cuarenta metros cuadrados, para las que se forman listas interminables de solicitantes, entre 75.000 y 100.000. Con frecuencia el pan. los huevos. las carnes o las legumbres desaparecen de las tiendas, lo que obliga a recurrir al «negro», con precios dobles o triples. Se fabrican en el país alrededor de 70.000 automotores por año, pero el Dacia (Renault 12) cuesta 70.000 leis. El régimen ha firmado un acuerdo con Citroën, lo que le permitirá fabricar 250.000 vehículos en 1981. aunque a costos similares a los actuales. Entretanto, la producción agrícola tiende a bajar: dieciocho millones de toneladas de cereales en 1977. frente a veinte millones en 1976.

Naturalmente. no todos los problemas económicos son imputables al sistema, ni a su conducción, y en ese aspecto conviene recordar que la Rumania moderna partió, tras la última guerra mundial, de una situación de acusado subdesarrollo, con un proletariado industrial mínimo (no más de 600.000 obreros) y una «deuda de guerra» con la Unión Soviética que hasta 1969 la obligó a sacrificar, para pagarla, el 40% de su presupuesto nacional. Es evidente también la preocupación desarrollista de la dictadura de Ceaucescu, la cual no sólo la induce a las purgas periódicas del aparato administrativo, sino también a preparar planes quinquenales cuyas tasas de acumulación son. como en el actual. las más elevadas del Este (33% del producto bruto), con un aumento medio de los salarios que al fin del período (1981) será de sólo el 30% (6,1% este año), todo ello. claro está. a costa del consumo.

Parece justo subrayar, además, que pese a la crisis energética (Rumania produce quince millones de toneladas de petróleo, importa diez millones y reexporta cinco), las presiones financieras de la URSS y la necesaria y creciente importación de bienes de equipo occidentales. su deuda externa. de unos 3.000 millones de dólares -cifra que se mantiene en secreto en el interior- es la más baja del Pacto de Varsovia. que en conjunto asciende a los 40.000 ó 50.000 millones de dólares. Para una economía abierta a Occidente, su volumen general de producción no es, por lo demás, desdeñable: once millones de toneladas de acero en 1977, 64.000 millones de kilovatios-hora, 27.000 millones de metros cúbicos de metano (una de las producciones más importantes del mundo). Este esfuerzo surge, a la vez, de un cuadro demográfico en declinación: los niños menores de catorce años y los hombres mayores de sesenta representarán dentro de poco el 760‰ de la población contra sólo el 690‰ en 1971. Tal dependencia económica es la que ahora obliga al régimen a prohibir el aborto, a primar la natalidad y a fijar la edad del retiro a los 62 años (antes, sesenta).

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Acercamiento económico a la URSS

Los especialistas rumanos y extranjeros sostienen que las dificultades económicas internas y y externas tienden a reducir la apertura económica del régimen hacia el Oeste. con el consiguiente endurecimiento político, y a ampliarlo hacia el Este. Entre las trabas domésticas cobra una especial significación la absoluta burocratización de los sindicatos, cuyos presidentes son casi siempre los secretarios locales del partido, de manera que el «diálogo» planificador se produce siempre entre los mismos personajes, con Ceaucescu a la cabeza, núcleo supremo de la centralización económica. Entre las externas juega un papel importante el fuerte intervencionismo soviético, que mientras le exige a Bucarest el mantenimiento de precios bajos aumenta los suyos en igual proporción que Occidente (70-100% desde 1974). Esta actitud de Moscú fue la que empujó a Ceaucescu hacia los mercados «capitalistas» y a reducir sus exportaciones al Este (73% del total en 1960 y 41% en 1974 -15% a la URSS-). Pero las trabas impuestas a la importación por Alemania Federal. Italia y Estados Unidos y su creciente déficit comercial exterior de cuatrocientos millones de dólares anuales lo fuerzan ahora a desandar el camino. Aparte de la Unión Soviética y de las naciones del Pacto. la única alternativa que le va quedando aparece en China Y en el Tercer Mundo. Eso es lo que explica, aparte de las razones políticas, la nueva «cálida amistad» de Ceaucescu hacia Hua Kuo-Feng y su próxima visita a Pekín, a mediados de mayo. Justifica, paralelamente, ciertos proyectos técnico-financieros que Rumania está llevando a cabo en el Tercer Mundo, como la construcción del puerto de Nador, en Marruecos, cuyos espigones, en aguas territoriales españolas, pueden convertirse algún día en un trampolín sobre Ceuta.

El incipiente distanciamiento económico de Rumania respecto de las grandes potencias industriales puede favorecer también, en principio, las relaciones con ciertos países como España. El desnivel en la balanza comercial hispano-rumana, que en 1976-77 beneficiaba a Rumania en setenta millones de dólares, se ha equilibrado en los últimos dieciocho meses, a costa de un recorte de las importaciones españolas. Por otra parte, el Partido Comunista español no ha logrado aún emular a su homólogo italiano, que a partir de 1970 colocó en Rumania productos italianos por muchos cientos de millones de dólares. Pero aunque el PCE o la diplomacia oficial se convirtiesen en buenos vendedores en Rumania, tendrían que contar con dos factores negativos, por el momento insuperables: la necesidad rumana de tecnología avanzada y la debilidad financiera hispana (7-7,5%, con plazos de únicamente seis-siete años). que le impide competir con las ofertas japonesas. alemanas e incluso francesas. Al mismo tiempo, las posibles importaciones españolas de Rumania tropiezan con el inconveniente de que, excluida la petroquímica, la industria rumana no es competitiva, ni tecnológica ni financieramente, con la del Mercado Común o Estados Unidos, y también con el hecho de que los precios de su sector externo, totalmente disociado del interno, no se determinan por los costos de producción sino por los precios internacionales.

Los técnicos españoles con los que hemos consultado este asunto indican que la única perspectiva de un verdadero desarrollo de los vínculos económicos hispano-rumanos radica en la formación de sociedades mixtas. Pero esa clase de empresas exigirían también un esfuerzo tecnológico y financiero difícil de asumir, tanto para España como para Rumania, que entre 1979 y 1981 deberá invertir sus valutas en pagar la mayor parte de los 3.000 millones de dólares de su deuda externa.

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