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Reportaje:

Vicente Aleixandre cumple hoy ochenta años

«El Premio Nobel ha sido, de alguna manera, una conmoción en la vida de Vicente Aleixandre», ha dicho a EL PAÍS su biógrafo Leopoldo de Luis. «Le ha conmocionado, sobre todo, por la tensión de todas las televisiones y la prensa del mundo, y porque Vicente siempre ha llevado una vida muy metódica, que el premio invadió y quebrantó.»No se sabe si por el Nobel o simplemente por mala suerte, lo cierto es que Aleixandre, que cumple hoy ochenta años, ha pasado unos meses enfermo, atacado por un extraño herpes infeccioso que le impedía recibir salvo a sus íntimos, y le mantenía sumido en fuertes dolores de cabeza. Sólo ahora, según noticias de José Luis Cano, comienza a recuperarse, justo cuando se suman los homenajes que por su edad y su importancia viene recibiendo.

Por ejemplo, en la Universidad de Boston, hoy mismo, se está celebrando su cumpleaños con un homenaje en el que intervienen Jaime Ferrán, por la Universidad de Syracuse; el profesor Puccini, de la de Roma, y el señor Renich, de la MIT americana. Y para esta fecha estaba pensada la salida de un libro homenaje que, bajo el título Ambito del paraíso, le dedican sus amigos los poetas granadinos, en una edición cuidadísima que lleva ya unos días por los circuitos casi clandestinos de la poesía. Fue presentado en el seno de un amplio homenaje en Granada, parecido al que se celebró recientemente en Madrid.

Por el mundo, el Nobel de Literatura ha catapultado la figura de Aleixandre. Según su agente literaria, Carmen Balcells -otra de las novedades que el premio sueco ha traído a la vida del poeta-, han crecido infinitamente las reediciones y, de una manera desmesurada, las traducciones. Carmen Balcells tiene en su despacho los contratos con las más importantes editoriales del mundo para la edición de la poesía aleixandrina. La Harper and Row, de Estados Unidos; Einaudi y Newton Compton, de Italia; Gallimard y Federov, la Klett Verlag y la Autoren Ferlat, alemanas, son sólo algunos de estos nombres. Ayer mismo, la agencia Efe anunciaba la primera versión polaca de su poesía, traducida para la PIW de Varsovia, y su agente confirmaba a EL PAÍS que están en trámites versiones al yugoslavo y a otras lenguas hasta ahora exóticas para los españoles.

Una vida retirada

Detrás de todo este barullo sigue estando Vicente Aleixandre, el personaje entrañable. «Cuando se lleva un rato hablando con él se tiene la sensación de que el importante es uno. Tal es la atención que pone en nuestras palabras», dice Leopoldo de Luis. «Y no es de ahora. Ha sido así siempre.»Vicente Aleixandre se levanta tarde. Salvo estos días, en que debe permanecer en cama muchas más horas, lee un rato, y se ocupa de sus quehaceres cotidianos. «La gente dice que no salía nunca, pero no era cierto. Por las mañanas iba a las editoriales, llevaba la administración de sus bienes, se ocupaba de todas esas cosas normales en la vida de todo el mundo», dice Leopoldo de Luis. «A mí ha venido a verme a mi oficina, lo recuerdo bien. Además, es precisamente así como me recuerda en uno de sus encuentros.»

«Alrededor de la enfermedad de Vicente -sigue Leopoldo de Luis- se creó una especie de leyenda patológica. Moreno Villa, en su libro Vida en claro, comenta que, con su aspecto sonrosado, le pareció más un inglés dado al whisky que un poeta español gravemente enfermo... Lo cierto es que muchos eran los que pensaban que la enfermedad de Vicente Aleixandre no existió nunca. Y otros, en cambio, pensaron que era peor de lo que era. Recuerdo la visita que le hice con el poeta mexicano Carlos Pellicer. Nos recibió a la hora de la siesta, en el diván de la salita. Todo fue bien. Cuando salimos, Pellicer me dijo: "Y dígame, De Luis, ¿Aleixandre camina?"»

En cualquier caso, esa no es la manera normal de recibir a sus amigos. La hora de la siesta sólo es tiempo de conversación con algunos, los más cercanos, y se hace sobre todo en verano, cuando invariablemente descansa en una tumbona, en el jardín, cerca del cedro.

Por la tarde, y en tandas de una hora aproximadamente, si no son de demasiada confianza, Aleixandre escucha y habla a sus visitantes. Es hombre -asegura su biógrafo- de tertulia reducida, que gusta juntarse con poca gente a un tiempo, pero que está siempre al tanto de lo que ocurre en el mundo. Le interesan mucho, casi sobre todo, esos pequeños detalles de la vida diaria, esas historias cotidianas del personal. Pregunta, se interesa, habla. Las pequeñas guerras, literarias y no, y los grandes hechos -desde la publicación de un libro de ese joven, hasta el reciente noviazgo de aquel otro- encuentran siempre un eco.

Aleixandre escribe siempre en la cama, desde joven, tal vez porque el quehacer poético le coincidió con la enfermedad juvenil. «Su madre le regaló un atril -dice De Luis- pero él nunca se acostumbró. Escribe en una carpeta sobre sus rodillas, siempre en cama y por la noche, hasta la madrugada. Por eso se levanta tarde.»

De allí salió aquel primer poema que firmó con seudónimo -Alejandro García de Pruneda- en la revista Grecia, de los ultraístas. De allí, desde el primero hasta el último de sus libros, que fueron publicados casi casualmente. «Apareció Dámaso en su casa, y se los encontró en su habitación. Era un cuaderno con algunos poemas de Ambito. Luego fueron publicados en Revista de Occidente.»

La lectura, el aprendizaje de idiomas, el estudio, lo hace Aleixandre por la tarde. Al estudio están unidos algunos de esos capítulos que don Vicente se empeña en mantener en la oscuridad de la vida privada. Por ejemplo, fueron poemas en otra lengua, en catalán, los que copiaría del cuaderno de una profesora de Conchita, su hermana, poco después de enrolarse en la poesía. Por ejemplo, también, esa mujer que hay en su vida, amistad y amor entrañable, de la que apenas sabemos sino el nombre, Ana, el oficio y la ocasión del conocimiento, cuando ella le enseñaba el alemán para leer a los maestros, y las veraniegas visitas durante pocos días y a lo largo de cuarenta años. Ana misteriosa, que se esconde detrás de algunas cartas publicadas por Aleixandre.

En la comida es frugal. Y en la bebida, abstemio. Sin embargo, suele ofrecer jerez, oporto, whisky, «y en la balda de abajo del carrito -dice Leopoldo de Luis- reserva su zumo de frutas, para no incomodar a los que toman alcohol». No fuma, pero tiene la casa llena de ceniceros. Y en la biblioteca, un aire dulce, como de no pasar los días. Los ochenta años.

También es un mito, según Leopoldo de Luis, ese Vicente Aleixandre perennemente encerrado en casa. Vicente ha viajado abundantemente, sobre todo en sus primeros años, y ha preferido, tras conocerlas bien, París y Londres. «Su familia era muy amante de las curas de hidroterapia, así que solía visitar los balnearios. Por supuesto, todos los de España, y también los franceses y los suizos. Creo que su último viaje fue en 1950, recién elegido académico, que fue a Londres a dar unas conferencias. Estuvo también en Oxford.»

El verano supone algún cambio en su vida metódica. Ya hace muchos años que va a Miraflores, cada verano, a la casa con jardín que posee allí. Entonces su retiro se hace más estricto, son muy pocos los que le visitan y, muy pocos también los que tienen su número de teléfono.

Su fidelidad con el tiempo y con la historia es muy grande. Un detalle de última hora lo confirma: la revista Insula publicará por primera vez en castellano el discurso de recepción del Nobel enviado por Vicente Aleixandre a la Academia Sueca. El propio poeta se ha encargado personalmente de que así sea. Una manera de responder a la que fue para él, durante el exilio interior, esa isla a que él se ha referido muchas veces.

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