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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Elecciones francesas: balance de una experiencia / y 2

Dicho con las palabras de los hechos, si bien la política de unidad de la izquierda es la condición, previa e inexcusable, de su victoria, sin embargo, el ejercicio unitario de la misma, para que no conlleve su segura autodestrucción, requiere una perspectiva metapartidista, cuyo término sea el alumbramiento de una gran formación de la izquierda que. confiera a los objetivos específicos de cada partido la condición de soporte y vehículo de las metas permanentes del conjunto y que, sin atentar contra la específicidad de cada uno, permita su inserción en un ámbito conjunto, al mismo tiempo, plural y efectivo. flexible y permanente.No hace falta agregar que esta tarea no es fácil ni corta. Y que le cabría el calificativo de utópica. Pero en dicho caso se trataría de una utopía necesaria, para que la lucha de la izquierda no se convierta en una esterilizante e inacabable brega intramuros por el poder, para que no se reduzca a esa desalentadora tela de Penélope, tejida y destejida entre el estalinismo y la socialdemocracia, entre la rigidez y el mandarinazgo burocrático de la vida particular e interior de los partidos, y el reformismo, miope y amedrentado, de sus propósitos exteriores y colectivos.

La condición suficiente

Una izquierda agrupada desde los supuestos anteriores hubiera debido conseguir en las pasadas elecciones la clara mayoría de votos y la ligera mayoría de escaños que le auguraban las encuestas predictivas. ¿Pero hubiera bastado esa superioridad del 2, 3 ó 4 % sobre la derecha para acometer las reformas revolucionarias capaces de iniciar la transformación socialista que ella se proponía? La respuesta razonable es la negativa. No sólo porque la insuficiencia del margen hubiera normalmente producido un eficacísimo efecto de rechazo social, sino también por la desigualdad en la distribución geográfica de los votos de la izquierda que, como prueba el mapa electoral de resultados, la coloca en situación de franca debilidad en amplias zonas del país, y hace muy problemática, por no decir inviable, su acción política en ellas.

Por otra parte, el socialismo democrático, en cuya perspectiva se inscribe hoy toda la izquierda europea, implica, como condición esencial, la posibilidad de la alternancia en el Gobierno y, por ende, la eventual reversión, como consecuencia de un posterior triunfo derechista, de las mutaciones socialistas ya operadas. Y ¿qué sentido tiene introducir cambios, progresivos y pacíficos, pero de costo social relativamente elevado, por su intención y alcance revolucionarios, si esos cambios penden de un hilo tan tenue como el 2 o el 4% de una mayoría electoral? ¿No es eso querer hacer una política sin disponer de los medios que la misma reclama? Ello, para no referirnos, de nuevo, al Chile popular y a su dramático paradigma.

Por esto, el primer objetivo de la izquierda no es de gobernar, aunque sea por un solo voto de diferencia, como dijo en un momento de gran tensión Mitterrand, sino el de ampliar su base militante y electoral, pasando del 52 al 70/75% de los votantes, para, así, imponer los objetivos socialistas de la izquierda, no desde el poder sino desde el país. Unica manera de que dure. ¿Es esto posible? Posible, tal vez. Fácil, desde luego, no.

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La extraordinaria estabilidad del comportamiento electoral -en cuanto a las grandes corrientes políticas y asumiendo los inevitables cambios de siglas- en los países desarrollados, se produce también en Francia, y no induce, precisamente, al optimismo de receta. Basta recordar que del primer Mitterrand, desafiando al general De Gaulle en las elecciones presidenciales de 1965 y obteniendo algo más del 45% de los sufragios, al Mitterrand de los grandes pronósticos de julio de 1977, apenas media el 7% de votos. Se trata, pues, de una batalla larga y esforzada que postula un replanteamiento político totalmente nuevo, más allá de las tácticas y estrategias de los partidos.

La condición de la victoria

La estructura social francesa reduce, hoy, a menos del 20% a aquellos sectores cuyos intereses reales, mediatos e inmediatos, pueden coincidir con los de la derecha. ¿Cómo explicar, entonces. que el 46% vote por ella? Olv¡dando. por una vez, la palabra mágica, alienación. que sirve de coartada a tantas cegueras e incompetencias, ¿no es evidente que. por ejemplo. el éxito populista de Chirac. que ha arrastrado a una parte importante de la pequeña burguesía, se debe, antes que nada, a la incapacidad de la izquierda?

La campaña electoral y las elecciones deben ser el punto culminante de una trayectoria en marcha permanente, de una movilización, efectiva y cotidiana, que articule las metas locales y cotidianas y las luchas específicas y de base con las grandes dianas de un proyecto nuevo de sociedad. La última campaña electoral, tan mediocre, tan a ras de suelo, en la que las injurias y el dogmatismo partidista sustituyeron sistemáticamente al debate en torno a los temas capitales de una sociedad en cambio, reprodujo unos modos políticos viejos, que debían producir, como produjeron. los resultados de siempre.

El PS que se proponía changer la vie y no sólo la sociedad, acabó dejándose empantanar en el SMIC y en el número de ministros socialistas y comunistas. Cuando la gran esperanza de la izquierda estaba en el alzamiento general por un orden distinto de civilización. Es indudable que la profundización de la democracia; su práctica real a todos los niveles; la consideración de la abundancia y del bienestar, no desde baremos impuestos y heredados, sino de los que hoy emergen de las zonas más vivas y germinales de la sociedad, lo cualitativo social como dimensión reformuladora de las reivindicaciones cuantitativas; el desarrollo económico y social como modo de consolidación del medio natural; la flexibilización de la burocracia y su compatibilidad con la espontaneidad social; la necesidad de que la autoridad se diga de muchas maneras; los movimientos de base como portadores de cambio y agentes de armonía y de eficacia; es decir, toda la problemática que sacude, día a día, las entrañas de la sociedad francesa debe constituir el cogollo de la reflexión y de la práctica de la izquierda. Hasta que esto no suceda, la diferencia entre ella y la derecha habrá que seguirla computando en decimales.

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