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Gran redada en Roma en busca de la "cárcel" de Aldo Moro

Un centenar de jóvenes de la izquierda extraparlamentaria fueron detenidos ayer en Roma, en una vasta operación policial en torno del secuestro de Aldo Moro. La operación, de carácter simultáneo, fue llevada a cabo apenas despuntó el alba.

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Las autoridades judiciales suizas

La mayoría de los detenidos, chicos y chicas entre los dieciséis y los diecisiete años, fueron sorprendidos en pleno sueño (eran las seis en punto de la mañana) y encerrados minutos más tarde en celdas de seguridad que no se utilizaban desde hacia años, algunas habilitadas como cuartos trasteros de las comisarías o como almacenes de material, hasta que las recientes disposiciones contra el terrorismo aprobadas por el Parlamento las han puesto de nuevo al uso.La aparatosidad y el carácter alarmista de la redada (mucho honestos ciudadanos de Roma tuvieron ayer por despertador el ulular de las sirenas de los coches de policía en continuo ir y venir) no se corresponde con el balance que arroja: sólo cinco arrestados y un pistola incautada. Lo mismo cabe decir de operaciones similares llevadas a cabo en Génova y Pescara. Nada nuevo, ninguna pista que conduzca hasta la cárcel del pueblo donde se halla, desde hace ya veinte días, el presidente de la Democracia Cristiana de Italia, Aldo Moro.

No obstante, el objetivo se ha cumplido: privar a las Brigadas Rojas de sus posibles contactos o cómplices, voluntarios o no; crea una tierra de nadie entre ellos y el resto de la sociedad. Sobre todo ahora que los expertos del Viminale, el Ministerio del Interior, parecen convencidos de que no hay ningún lazo entre los secuestradores del señor Moro y algunos grupos terroristas europeos, o de estos brigadistas de ahora con aquellos otros a los que se juzga actualmente en Turín.

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La Iglesia aún no entró en contacto con los secuestradores de Moro

(Viene de la primera página)

Tampoco hay novedades sobre posibles contactos con los secuestradores. Pablo VI, en su habitual alocución dominical a la hora del ángelus, dijo que la Iglesia no puede «aislarse de los dramáticos acontecimientos que conmueven la vida social» italiana, hizo un llamamiento a los secuestradores del político democristiano para que lo pusieran en libertad y desmintió que el Vaticano haya entrado en contacto, por el momento, con el grupo terrorista. «Nos no tenemos ningún dato concreto sobre el estado del caso», fueron las palabras, secas y explícitas del Papa.

En cuanto a una tercera carta del presidente de la Democracia Cristiana (DC), ésta dirigida a su secretario particular, el profesor Nicola Rana, la única confirmación sobre su existencia es que no ha sido desmentida por las autoridades. Esta tercera misiva, de la que se dice que llegó a su destinatario el miércoles pasado, al mismo tiempo que las enviadas por Aldo Moro a su mujer y al ministro del Interior, parece que es más explícita sobre los medios para establecer una negociación o canje con las Brigadas Rojas. Otra versión de la misma es que en ella se explica qué clase de confesiones pretenden arrancar los brigadistas a su rehén.

Posible ocultación de datos

Sin embargo, los jueces que entienden del caso no tienen noticia sobre esa carta, que es ya motivo de polémica. Uno de estos jueces ha declarado: «Si alguien no nos dice cosas de las que tiene conocimiento por casualidad, la responsabilidad es suya». Y esto se interpreta como indicio de que existen algunos datos del secuestro del presidente de la DC que se ocultan a la Magistratura.

Por otra parte, existe también cierta polémica, en los medios políticos e intelectuales sobre las posiciones adoptadas en el caso Moro. Así, por ejemplo, Giuseppe Saragat, presidente del Partido Social Demócrata y exjefe de Estado, no es partidario de la línea de intransigencia, de no negociación con los terroristas, adoptada por la Democracia Cristiana, con la que se han solidarizado los partidos de la coalición gubernamental. El señor Saragat, en una declaración a la prensa hecha en vísperas del debate parlamentario sobre el caso Moro, previsto en Montecitorio para hoy, martes, ha dicho: «Un acto del Parlamento que condenase a un inocente a la muerte segura sería insensato. En una situación tan compleja conviene dejar al poder ejecutivo la necesaria elasticidad de maniobra para hacer posible el objetivo de salvar la vida de Moro sin concesiones inadmisibles.»

La opinión de Giuseppe Saragat, hecha a título particular, sin duda, puesto que horas después el secretario general de su propio partido, Pierluigi Romita, se mostraba contrario a toda negociación, es compartida por un católico de izquierda, hoy senador elegido como independiente en las listas comunistas. En un artículo publicado el domingo en la primera página de Paese Sera, periódico próximo al Partido Comunista (PCI), Raniero la Valle mantenía que con el secuestro de Aldo Moro el daño al Estado ya estaba hecho y que, por tanto, la no negociación con las Brigadas Rojas no podía ser esgrimida como razón de Estado.

«Ni con el Estado, ni con las Brigadas»

En parecidos términos, aunque con otros argumentos, se han manifestado intelectuales como Alberto Moravia o como Lamberto Sciascia: «Ni con el Estado, ni con las Brigadas Rojas.» En fin, hay quien con un agudizado sentido de la oportunidad electoral se ha mostrado partidario del restablecimiento de la pena de muerte, idea que, sin duda, ha de hacer mella entre los buenos burgueses, aunque quizá no tan buenos contribuyentes a los que el ulular de las sirenas de la policía despertó ayer a las seis de la manana. Ese es el caso del republicano Ugo la Malfa.

Pero por encima de todo está la polémica entre comunistas y de mocristianos. Los primeros, desde las páginas del portavoz de su partido, L'Unita, niegan que las Brigadas Rojas sean una consecuencia, aun sin quererlo, de un su puesto extremismo de izquierda amamantado ideológicamente en los pechos del PCI, como se les espetó desde las filas democristianas o afines. «El terrorismo no es el hijo degenerado, sino exactamente todo lo contrario, de cualquier posición que quiera referirse a Marx o a Lenin», ha escrito el diputado comunista Aldo Tortorella. Y Aniello Coppola, en la columna editorial de Paese Sera: «La historia no se cambia con un juego de palabras preelectoral. El PCI, desde 1926, se ha reconocido en Gramsci y en Togliatti, no en Bordiga (Amadeo Bordiga, fundador del PCI junto a Antonio Gramsci, y pronto alejado de las filas comunistas por su radicalismo revolucionario).»

Polémica de la DC con el PCI

Por lo que respecta a los democristianos, se duelen de que se haya dudado de su comportamiento como partido con responsabilidades nacionales y de gobierno, y de que algún comunista haya podido insinuar que la DC fue forzada a rechazar toda negociación con los secuestradores de Aldo Moro por la presión de otros partidos, entre ellos, naturalmente, el comunista. A ello, Corrado Belci, director de Il Popolo, portavoz de la DC, ha respondido que el PCI «está intentando hacer suyo el caso Moro» y que «el valor intrínseco de la decisión que debía de tomar (negociar con los secuestradores del señor Moro o no) era cualitativamente diverso de aquel que pudiera tener la decisión de otro partido cualquiera».

Las divisiones, los guiños al electorado, la polémica ideológica, los análisis de estrategia política, desaparecidos estos días de los periódicos italianos y olvidados incluso en los debates parlamentarios, han vuelto a hacer su aparición, lo cual es una buena señal. La señal de que la Italia del comprorniso, histórico o existencial, está recobrando su pulso.

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