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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los tribunales eclesiásticos

Con motivo de la nota hecha pública el pasado día 26 del mes de febrero por la Oficina de Prensa del Arzobispado de Madrid, en la que se sale al paso de una serie de denuncias y críticas hechas recientemente a los tribunales eclesiásticos, deseo hacer, a título personal, las puntualizaciones siguientes:1. Entiendo que la apelación a la honorabilidad de las personas o a la sinceridad de la intención de reforma y perfeccionamiento de los procedimientos en vigor de esos tribunales, así como a la incompatibilidad de cualquier forma de manipulación de los hechos o distorsión de la realidad inspirada en fines de propaganda o de denuncia sensacionalista, con una actitud genuinamente evangélica, constituye, por su evidencia, más bien una huida mística que una respuesta convincente al problema

2. Se dice en la nota que para perseguir presuntos delitos o denunciar posibles irregularidades, tanto el Derecho Civil como el Eclesiástico «proporcionan los medios aptos y suficientes». Limitándome aquí al ámbito eclesiástico, y más en concreto al campo complejo de la problemática matrimonial que se contempla, una amplia experiencia en situaciones conflictivas y un análisis ponderado de los hechos me permiten cuestionar con fundamento el alcance real de esa afirmación

En efecto, ¿qué credibilidad puede merecer esta proclamación ideal de principios cuando, por ejemplo, me consta la inutilidad de los esfuerzos de determinadas personas que -por contactos privados, por escritos enviados notarialmente o por otras vías- buscaban con ansiedad el ejercicio de unos derechos tan elementales como la rehabilitación de la fama o la reparación que se debe a un atentado a su honra o a su intimidad?, ¿o qué justificación puede tener, cuando una persona se debate en una situación de injusticia y clama por hacer oír su verdad, el ofrecerle como única respuesta a su demanda un silencio helado y distante, la total indiferencia o incluso la recriminación o la censura inapelable por haber denunciado proféticamente hechos gravemente injustos al excelentísimo señor cardenal de Madrid?

3. La forma y el fondo de la nota que comento pone de manifiesto que se inspira más bien en un reflejo de autodefensa que en una voluntad clara de afrontar los hechos. Sólo así puede explicarse, por ejemplo, la irritación que provoca el simple intento de recurrir a la prensa escrita como medio de opinar, criticar o exigir responsabilidades. Pero ¿qué argumentos -teológicos, canónicos, éticos o de alta y arcana sabiduría- pueden aducirse para obligar a una persona a ahogar su protesta, a resignarse a la impotencia o a exiliarse en el silencio? El miedo a la luz y a la confrontación abierta no ha sido nunca, que yo sepa, una actitud evangélica. También aquí, como en otros órdenes de la vida, si las conciencias callaran gritarían quizá su verdad las mismas piedras.

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