"Hay que acabar con la división cultural de los hombres"
El fundamento sólidamente, marxista de acabar con la división de la cultura entre los hombres es el concepto que mejor definiría el objetivo que los intelectuales del Partido Socialista Obrero Español se han trazado durante las sesiones del Primer Simposio de la Cultura del PSOE, celebrado estos días pasados en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, y clausurado ayer.
Las ponencias presentadas en el simposio han versado en torno a todas las manifestaciones de la cultura: el mundo del libro, las artes plásticas, el cine, el teatro, la música, el patrimonio artístico-cultural, la radio y la televisión. Las exposiciones que han presentado los intelectuales del PSOE sobre todos estos temas van a servir de base para elaborar una alternativa socialista para el mundo de la cultura, conclusiones que próximamente serán editadas.El debate más polémico ha sido, quizá, el referente al papel que tiene asignado el intelectual, en la sociedad. Sobre este tema debatieron en una mesa redonda, celebrada al término de una de las sesiones, intelectuales militantes del PSOE (el escritor y editor Carlos Barral, el profesor en ciencias políticas en la Universidad Libre de Berlín, Ignacio Sotelo, y el autor y crítico de teatro Enrique Llovet), junto con los independientes José Agustín Goytisolo, el catedrático de arte Antonio Bonet, y el catedrático de ética Xavier Rubert de Ventós.
Ignacio Sotelo abrió el diálogo refiriéndose a que los intelectuales deben ser «humildes y tolerantes», y aludió a la tentación del intelectual de refugiarse cómodamente en un ghetto, sin entrar en la sociedad y luchar desde dentro para mejorarla. «A la sociedad le sirve de bien poco que cierto grupo de señores que están en la élite -dijo- monten una especie de circuito cerrado que sólo lo pueden disfrutar unos pocos.» José Agustín Goytisolo replicó vivamente que le parecía en cierta manera absurdo pedir «humildad» a los intelectuales, porque «la vanidad es una constante implícita en la figura del intelectual». Todos los intelectuales que dicen ser humildes -aseguró- están mintiendo. Para Goytisolo, el intelectual debe ser una especie de aguijón de cualquier partido. El rol de los intelectuales es incordiar a los que están en el poder, tanto sean de derechas como de izquierdas. Los partidos -añadió- aupan a los intelectuales que dicen amén a su política, toleran a los que dicen menos amén y silencian a los que dicen no. En cuanto a la tolerancia -dijo-, es curioso, pero cierto: los intelectuales vivimos como las putas, siempre bajo la tolerancia.
Ignacio Sotelo contraatacó aludiendo al narcisismo de los intelectuales, a su desligamiento de los movimientos de las clases sociales. «La crítica tan pura de las cosas, su posición por encima de todo, les conduce a la soledad del manicomio», dijo. El límite de los intelectuales debe ser la comunicación con los demás.
En lo que todos los participantes estuvieron de acuerdo fue en el aplastamiento, como dijo Llovet, a que la cultura franquista ha sometido a los creadores de cultura. «Nos han convertido en artistas seriados, nos han hecho productos mercantiles», dijo.
La cultura capitalista ha fraccionado a la sociedad de dos tipos de personas: las que están dedicadas exclusivamente a la creación de la cultura, por un lado, y muy distantes de éstas, las que están dedicadas exclusivamente a ser meras receptoras de lo que las otras, desde un status privilegiado, elaboran. El objetivo de los socialistas, reflejó Ignacio Soteló, es acabar de una vez para siempre con esta división. «Tan patológico es que una persona esté todo el día dándole a la tuerca en una fábrica, como otra que está todo el día escribiendo versos o pintando un cuadro. Tenemos que conseguir -añadió- que existan personas a la vez creadoras y receptoras de cultura.»
Sin embargo, Carlos Barral puso en duda que con el cambio de las estructuras sociales cambie también el esquema tradicional de creación de cultura.
«Aun en el socialismo, el contenido de la cultura será el mismo, aunque cambie su distribución. La creatividad deberá ser respetada. De lo que se trata es de destruir los diques de contención que unos cuantos privilegiados han impuesto a la cultura.» En este mismo sentido Rubert de Ventós señaló que, aun dentro de un sistema socialista auténtico, seguirán existiendo esos seres patológicos, de una sensibilidad enfermiza, que crearán la cultura y no se integrarán en el sistema.
Finalmente, tanto el catedrático Rubert de Ventés como Ignacio Sotelo alertaron sobre el peligro de que la llamada cultura ácrata o contracultura pueda convertirse en «la manzana de oro del capitalismo», por ese mecanismo tan típicamente capitalista de absorber todo aquello que le es inofensivo y convertirlo en una mercancia integrante de sí mismo. «Uno de los recursos que tiene el capitalismo para seguir existiendo -manifestó Sotelo- es crear ghettos marginales y convertir a los marginados en meros consumidores de cultura, sin ningún interés serio de luchar por destruir eficazmente el sistema capitalista.»
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