El valor de la prensa
Hoy SUBE el precio de los periódicos en Barcelona y Madrid. Esta es una mala noticia, como todas las que inciden en la capacidad adquisitiva de los españoles, pero era también una noticia necesaria para permitir el funcionamiento económico de las empresas periodísticas. Los argumentos que se presentan sobre el caso no son sólo fruto del oportunismo de los empresarios -públicos o privados-. Los españoles deben saber que una política proteccionista con respecto a los fabricantes españoles de papel -por razones que se dicen estratégicas y hasta de defensa nacional- hace que la materia prima de los periódicos españoles sea, en precios reales, la más cara de Europa. Además, una práctica arbitraria del Gobierno, que ha heredado no pocas mañas del pasado, mantiene el monopolio televisivo no sólo en la información, sino también en la publicidad, deformando el mercado de esta última y concurriendo con el dumping de tarifas a la debilitación económica de los propios periódicos. Mientras la televisión es la voz de la UCD, los periódicos al menos son o deben ser la voz de todos. Pero el Estado no facilita que lo sean. Mantiene en vida artificialmente y con alto costo gigantescos elefantes de la antigua opinión pública fascista, mientras no otorga ninguna ayuda en la distribución, tarifas postales o de comunicaciones de la prensa independiente.Al paso que van las cosas la historia de este Gabinete será también la de la primera batalla seria contra la libertad de expresión. No hay que extrañarse. Como no hay que extrañarse tampoco de la irritación o de la protesta de los lectores porque suban los diarios y las revistas. Todos somos víctimas de una política de recelo y desprecio ante la opinión pública.
Sigue en la página 6
El valor de la prensa
(Viene de la primera página)
Ponerse a teorizar ahora sobre la importancia de la libertad de expresión para garantizar la democracia parece superfluo. La prensa siempre es un instrumento incómodo al Poder, y el Poder trata siempre de controlarla o de manipularla. La prensa ejerce un control real en los países libres: denuncia corrupciones, evita abusos y hasta, en ocasiones, recuerda pasados. Muchos protestan de la arrogancia periodística y dudan de la capacidad de los profesionales para ser objetivos. Pero esta es también una discusión fútil. No somos los periodistas más arrogantes que los militares o los médicos, ni más prepotentes que los curas o los políticos. En cuanto a la objetividad conviene acordar que es un término lleno siempre de matices subjetivos, y que no es tanto ella como la honestidad en el proceder informativo lo que un lector debe reclamar a su periódico. Y está bien escrito el posesivo porque son los lectores los verdaderos dueños de la información, que es un bien público en la sociedad democrática.
Estas divagaciones vienen a cuento, efectivamente, de la subida de precio de los diarios, pero también de unas frases del profesor Lucas Verdú en el coloquio sobre el anteproyecto de Constitución que se inauguró ayer en Madrid (véase EL PAÍS de hoy, págs. 14 y 15). Este catedrático de la Universidad de Valladolid dijo algo más que revelador: el proceso constituyente español no ha nacido en la clase política ni en las instancias de gobierno. Ha sido la sociedad, la opinión pública, a través de cauces como la prensa, la que ha impulsado la necesidad constituyente. Lo que comenzó en una reforma política acabó en la ruptura real de las instituciones. Estas agonizaban ya de antemano por la presión popular, que no es sólo la que se manifiesta en las calles, sino la que hace su aparición en las universidades, en las iglesias, en las empresas, en los colectivos de trabajadores, en los barrios, en los movimientos feministas y... en los periódicos. La sociedad española estaba cansada del oscurantismo totalitario, y así lo hacía saber a través de los únicos cauces que en principio tenía a mano: unos periódicos muchas veces mal hechos y de muy diferente signo político, pero anhelantes todos, porque era su razón de existir, de un debate abierto y sin complejos sobre la convivencia española. Y que la prensa escrita tiene todavía algún papel que jugar en todo esto lo demuestra el hecho de que la censura y el dirigismo ejercidos sobre elemento tan poderoso como la televisión de nada sirvieron a la hora de intentar parar un proceso que la burocracia política heredera de la dictadura, claramente, no, quería.
Ahora, sin embargo, todo eso es ya historia. La clase política está en proceso de consolidación, como las élites sindicales y empresariales, y contempla con asombro que aquella prensa que contestara al antiguo régimen contesta también a los protagonistas de éste. Existe la sensación de que los neodemócratas no querían, en realidad, cambiar el sistema, sino gobernarlo ellos -en vez de los otros- tal cual era. Pero tampoco conviene alarmarse. La prensa es siempre un fenómeno social en conflicto con el Poder, con todos los poderes, porque ella misma constituye también un cierto tipo de poder.
Es la comprensión de esto último lo que abona los deseos de las élites de anular la presión de la opinión pública a través de los diarios cuando les es adversa. La prensa es algo incómodo en una sociedad democrática, pero es también algo indispensable. Y si la sociedad, a través de la prensa, ha podido convertir en constituyente un proceso que se anunciaba sólo como reformista, es preciso suponer que no faltará quien quiera mantenerla a raya. Como sea.
En el variopinto panorama actual de periódicos y revistas se inscribe, así, el hecho de las nuevas publicaciones aparecidas tras el franquismo, EL PAÍS entre ellas, y el papel que han jugado y juegan en el proceso de cambio. También las nuevas actitudes de publicaciones que en su día apoyaron, por necesidad o por convencimiento, a la dictadura, y la prensa de partido, que ha salido, por fin, de las catacumbas. Todo el proceso se caracteriza por un alto protagonismo de los periodistas en la responsabilidad de la información y una actitud irreverente, cuando no cáustica, hacia valores y convicciones establecidos. Parece que es tan divertido hacer o dirigir un periódico, que hemos tenido que oír en ocasiones cosas como las del actual ministro de Hacienda, que declaraba que el puesto que más apetecía era el de director de EL PAÍS. Aunque no me gustan los pronunciamientos de este género, me voy a permitir responderle hoy que si personalmente fuera se lo cambio sin verlo. Pero también me gustaría aprovechar el lance para decir que la virtualidad de empresas como la de este periódico se centra en la adhesión que al propio proyecto han prestado los lectores y los profesionales en él empeñados. Un diario necesita tiempo y calma para hacerse. Y si se critica al Poder desde nuestras tribunas no es porque ninguno de nosotros lo apetezca. O sea, que estén tranquilos los pequeños richelieus de la Moncloa. Como no nos gustan las prácticas que ellos inventaron, EL PAÍS ni ha sido ni va a ser un trampolín personal de nadie. Y no es preciso andar soltando cosas por ahí sobre los nuevos destinos de su humilde director, que está contento con el trabajo, no se queja aún de la paga, y va a procurar mantener ambas cosas algún tiempo.
Hecha esta pequeña licencia personal quiero decir que la mayor parte de las cosas que afirmo para este periódico, las afirmo para los demás, excepción hecha de sus ubicaciones u obediencias políticas. Y eso, incluso cuando leo los editoriales del Ya, que de manera impenitente replican a los de EL PAÍS en cada ocasión que este diario critica la estrategia política del Gabinete, sin duda inspirado o por el Espíritu Santo o por Landelino Lavilla. La prensa, en cualquier caso, es un hecho respetable que merece mejor trato por los poderes públicos. Si es que no queremos ver, cada principio de año, cómo se repite la cantilena absurda y teorizante del conjunto de razones que hacen a la postre cada vez más caro un derecho inalienable del ciudadano de una sociedad democrática: algo tan sencillo como leer el periódico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.