"Hay más de cuatro mil becarios de la Fundación Juan March"
Entrevista con su director gerente, José Luis Yuste
EL PAÍS. Quizá la primera sospecha que surge a la hora de analizar la labor de una fundación cultural de carácter privado sea la de que sirve como justificación para la evasión de impuestos de quienes la patrocinan y financian. ¿Qué puede decir sobre ello?José Luis Yuste. Es un hecho comprobable por quienes alberguen ese tipo de sospechas, que cuánto mayor es la transparencia fiscal de una sociedad, mayor es el número de fundaciones que en ella existen. Comúnmente, las fundaciones significan para sus promotores la donación a fondo perdido de bienes y sumas de dinero, que quedan de este modo al servicio de la sociedad. Pues bien, en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Suecia, por ejemplo, países en los que la presión fiscal es alta y el fraude es mínimo, es notorio el florecimiento y la influencia de las instituciones culturales, asistenciales y de investigación, de carácter privado. En cambio, en los países donde el fraude fiscal está inserto en las costumbres de la sociedad -por ejemplo, en los países latinos- las fundaciones son un fenómeno marginal. Por otra parte, creo que las grandes fundaciones españolas -que, desgraciadamente, son muy escasas- están en condiciones de justificar al fisco sus ingresos y gastos, hasta el último céntimo.
EL PAÍS. ¿Cuáles son las principales trabas con las que se encuentra la Fundación Juan March para desarrollar sus programas y planificar los de cursos posteriores?
J. L. Y. En principio, ninguna. Somos una institución privada y desarrollamos nuestra actividad sin ninguna traba ni interferencia oficial, dentro de una línea de programación que procuramos sea coherente, sin otras limitaciones que nuestras posibilidades de presupuesto. La Fundación Juan March cuenta con más de veinte comisiones y jurados, periódicamente renovados, en cuyo seno se establecen los criterios y programas de actuación, tanto en general como en los diversos campos concretos de las actividades que abordamos.
EL PAÍS. ¿Cuál es su opinión sobre los nuevos derroteros que parece tomar el Gobierno con respecto a la cultura, expuestos por el titular del nuevo Ministerio?
J. L. Y. En su actuación cultural, la Fundación Juan March sólo intenta, dentro de la medida de sus posibilidades, contribuir a llenar huecos o paliar deficiencias. La cultura española está necesitada de la colaboración de todas las iniciativas, y es bueno que el Estado haya creado un departamento ministerial con esta finalidad.
Desde luego, coincido con el ministro señor Cabanillas en que la cultura requiere en España promoción y libertad. ¿Cómo no? Yo me permitiría subrayar, además, otros dos aspectos que, a mi juicio, hay que atender desde el Estado: la puesta en marcha de una vasta tarea de instrucción pública, dirigida a inculcar a cada ciudadano «el amor de las cosas nobles y venerables» y a cultivar la sensibilidad cultural, tarea que podría acometerse a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión, de una manera igualitaria y generalizadora; y, en segundo lugar, el mantenimiento de un gran esfuerzo de animación de la vida provincial española, tan decaída en lo cultural y tan rica en respuestas generosas a quienes la ayudan y estimulan.
EL PAÍS. ¿Qué criterios se utilizan en el seno de la Fundación para otorgar las ayudas y becas de investigación o creatividad? ¿Existen condiciones favorables para dichas concesiones en función de criterios ideológicos o, cuando menos, extraprofesionales?
J. L. Y. Muchos conocen a la Fundación Juan March a través de sus continuadas convocatorias de becas y ayudas para estudios, investigaciones y creación artística, en España y en el extranjero. El número de nuestros becarios pasa de 4.000, de los cuales 1.700 han trabajado fuera de nuestras fronteras. Los jurados de la Fundación, integrados por destacacias personalidades y especialistas, operan, lógicamente, con una completa independencia de criterios, buscando, entre los proyectos de investigación o de creación que concurren en cada convocatoria, aquellos que les ofrecen mayores garantías, por la competencia profesional de los solicitantes y por los adecuados fines científicos o artísticos propuestos. Puedo decirle con toda llaneza que en la Fundación no juegan las recomendaciones, ni los vetos, ni las ideologías. Me remito gustoso al testimonio de cuantos han participado y participan en el procedimiento de adjudicación de becas y al de todos los becarios, cuyos nombres y apellidos gozan de completa publicidad en nuestros boletines informativos mensuales y en las memorias anuales de la Fundación.
EL PAÍS. Desde una perspectiva global, y no específica de la Fundación Juan March, ¿cuál cree que debe de ser la labor de una entidad privada de estas características?
J. L. Y. En un país como España, atrasado en investigación científica y deficiente en sus niveles culturales, es difícil que el Estado pueda producir por sí solo el estímulo necesario para vitalizar la ciencia y la cultura. Entiendo que, además, la pluralidad social debe ser también una base desde la cual operar. La investigación no puede quedar marginada de la Universidad, y ésta, a su vez, ha de estar estrechamente relacionada con su entorno territorial y social, y con la industria y el mundo empresarial.
En el terreno específicamente cultural, a la pluralidad de nuestra sociedad (clases sociales, regiones, partidos políticos, etcétera) se la puede servir, evidentemente, desde el Ministerio de Cultura, pero con indudables insuficiencias presupuestarias cara a la ingente tarea a realizar. Es preciso, por ello, contar con la colaboración de la sociedad, y saber atraerla. Piénsese, por ejemplo, en el gravísimo problema de la restauración y conservación viva del patrimonio histórico-artístico de la nación, uno de los más importantes del mundo. Nunca el Estado podrá resolverlo solo. Se necesita convocar a esta labor -y a tantas otras- a toda la iniciativa social, oficial y privada, de sectores empresariales y de instituciones, de partidos y sindicatos. Así y todo, la escasez de recursos y el largo hábito de desinterés y de indiferencia, multiplican la dificultad de estas cuestiones.
Es en esta labor supletoria y complementaria del Estado donde personalmente creo que está el campo de acción de las fundaciones culturales y científicas y demás entidades afines. Ellas pueden actuar con gran competencia en determinadas materias y suelen tener una cierta rapidez de ejecución. Su contacto directo con los ambientes culturales locales puede llamar la atención sobre asuntos importantes que desde lejos parecerían asuntos menores. Las fundaciones deben abrir caminos, intentar soluciones y asumir riesgos con mayor atrevimiento que otras instituciones de tipo oficial.
EL PAÍS. Por sus contactos cotidianos con buena parte de la intelligentsia nacional, ¿cree que existe el rigor necesario para que lo cultural en este país suponga un serio intento de progreso, social e individualmente?
J. L Y. En esto, como en otros campos, sucede que cuando nuestras gentes están en el extranjero dan resultados estimables en sus centros de trabajo, pero cuando regresan a España el magma de nuestra desorganización reduce sus capacidades. Creo que era Pérez de Ayala quien se lamentaba de que en este país nuestro se acaba siendo «medio hombre, un cuarto de hombre, un octavo de hombre ».
Mi experiencia en la Fundación Juan March me demuestra que los posgraduados españoles obtienen normalmente excelentes resultados académicos en el exterior. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde el grado de competitividad es grande, los jóvenes investigadores españoles mantienen muy bien sus puestos de trabajo en laboratorios, clínicas y universidades. Se cuentan por docenas los profesores españoles que allí han ejercido o ejercen la docencia en áreas tan difíciles como la biología, la química, la sociología o la física.
No se puede hablar, por supuesto, de que padezcamos insuficiencias raciales o nacionales, sino de simple desorden interno para establecer y alcanzar unos objetivos científicos prioritarios a medio y largo plazo; así como de dificultades económicas y falta de un clima social que sepa valorar el esfuerzo de tantas personas, jóvenes y maduras, capaces de protagonizar una importante mejora de nuestra investigación. Muchos de ellos regresan al extranjero, sin duda ante la indiferencia y la increíble inconsciencia de los más. Por otra parte, la vida profesional del científico y del investigador español está llena de, sacrificios materiales, marcada por la austeridad, como puede comprobar quien visite algún laboratorio.
En cuanto a la intelligentsia puramente cultural, creadora de ideas y formas nuevas de comunicación espiritual, la historia de los últimos años prueba bien a las claras que artistas y pensadores, escritores y músicos, profesores y periodistas; en suma, una gran mayoría de nuestra clase intelectual, ha venido impulsando el proceso de cambio de la situación española, y no pocas veces a costa de exilios y censuras personales.
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