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La Universidad tiene que recuperar su funcion educadora

En 1888, hace noventa años, publica Francisco Giner de los Ríos un trabajo titulado Inconvenientes de la aglomeración de alumnos en nuestras clases de facultad. En aquella Universidad tan pequeña de entonces ya nos dice el maestro de qué manera no puede ¡ni partirse una enseñanza eficaz si los estudiantes no pueden ver di rectamente las demostraciones del profesor, los experimentos de química, o los enfermos. Y nos dice también cómo ni siquiera en su facultad de Derecho, con muchos alumnos, se puede enseñar bien, pues el profesor tiene que conocer a cada uno de sus estudiantes, poder formar cada día un juicio sobre su asistencia y aprovechamiento, y sólo de esta manera poder calificar sin necesidad de examinar. Ya hace un siglo que Giner condenaba los exámenes como una servidumbre a la masificación universitaria. El artículo que acabo de citar está recogido en el tomo II de sus Obras completas, titulado La Universidad española (Imprenta Clásica Española, Madrid, 1916). En dicho libro, hoy difícil de encontrar, está toda la doctrina del gran educador español sobre la Universidad. No solamente condena la masificación, sino que además se plantea -y es importante, que esto se haya dicho ya en España hace ya un siglo, y es doloroso que se hayan sacado tan pocas consecuencias de ello cuál debe ser la misión de la Universidad frente a la sociedad. Añade que en su tiempo hay tres tipos de Universidades: la ale mana, investigadora; la inglesa, educadora, y la francesa, y a su copia la española, profesionalizadoras. Quiere decir con esto que en la Francia, como en la España de hace un siglo, los jóvenes iban a la Universidad no para saber más, ni para formarse cultural o científicamente, sino simlemente a obtener un diploma, un título que les abriera las puertas de la política, de una profesión lucrativa o simplemente les ayudara a subir un escalón -o muchos escalones- en la pirámide social. Desde entonces, la Universidad española ha seguido su vocación profesionalista, olvidando su misión investigadora -salvo contadas excepciones, que han sido más bien el producto de vocaciones aisladas-, y nunca ha habido una organización universitaria destinada a la investigación. Ortega dijo una vez aquella amarga frase de que el ejemplo de Cajal no debía enorgullecernos, sino avergonzarnos, porque era una casualidad.Mucho menos ha sido aún la Universidad española educadora. Con este fin quiso crear una Universidad libre, la Institución Libre de Enseñanza, que, aunque no consiguió convertirse en una verdadera Universidad, en el sentido estricto de la palabra, sí fue, y de esto no cabe duda, un magnífico instrumento de educación. Creó así varias generaciones de educadores, cuyo impacto en la cultura española-de la primera mitad de nuestro siglo ha sido enorme. Esta misión «educadora» en la Institución, en la Residencía de Estudiantes y en el Instituto Escuela, al cual yo -y otros muchos como yo- tanto debemos, nunca se implantó en la«universidad oficial» española, ni siquiera en la época en que Giner y sus discípulos ocupaban muchas cátedras e intentaban desde ellas renovar la docencia.

Universidad educadora

Según Giner, la Universidad debe tener las tres misiones: educadora, investigadora y profesional; pero ésta, de un modo secundario o subsidiario, y no primordial, como lo tiene ahora la Universidad nuestra. ¿Y cómo podemos unir -pienso yo- estas tres misiones de la Universidad, en un conjunto armónico? Desde luego, no con la masificación actual de las Universidades. Sin embargo, tampoco podemos negamos a la demanda creciente de acceso a la Universidad porque es un hecho social e irreversible de nuestros tiempos. He aquí un problema, que también se plan teaba ya hace noventa años al analizar la ya incipiente masifi cación de la Universidad de en tonces. Será necesario, dice don Francisco, multiplicar el número de profesores, y sobre todo unir estas dos finalidades fundamen tales: la de la creación de la cien cia y la de la aplicación de la mis ma a la tarea universitaria. Pero, sobre todo, se descubre en Giner una idea-que venía ya latiendo desde principios del siglo: desde Quintana, primero, más tarde con Sanz del Río y luego con los krausistas. Esta idea es la del intento de regenerar España a través de la misión educadora de la Universidad. Esta misión educadora no se ejerce solamente en las aulas. Enseñanzas extrauniversitarias, cursos de extensión, como los que en aquella época empieza a dar la Universidad de Oviedo, y que Giner alaba en este mismo libro, constituyen algo que desde hace muchos años se está intentando y que ahora se ha querido resucitar en la Universidad a Distancia, sin haber obtenido, creo yo, los frutos esperados.

Demasiadas leyes

Se va a plantear, por enésima vez en nuestro país, un debate a nivel de Cortes, sobre una nueva ley de educación. Después de la ley Moyano, pasando luego por las diversas reformas nacidas de la revolución de septiembre, primero, de la República y de la restauración, más tarde, y hasta nuestra reciente ley General de Educación de 1970, en España se ha querido mejorar la Universidad a golpe de leyes y de decretos, y no es así como hay que hacerlo. La Universidad mejorará si es educadora, y para ser educadora lo primero que hace falta es tener personas capaces de educar. Hay que crear los maestros cuidadosamente, amorosamente, cultivándolos uno a unocomo Giner sabía hacerlo. Hay que saber ver en cada joven la vocación incipiente para enseñar, las aptitudes que pueden convertirle en un maestro, y si estas aptitudes existen, hay que fomentarlas como se riega una planta, y el maestro tiene que tener atención personal, diríamos de artesanía, sobre aquel discípulo. No se puede hacer esto con muchos alumnos, hay que hacerlo con pocos. Hay que renunciar a una mayoría para quedarse con una ininoría a la que se sabe ciertamente que se puede formar. ¿Que esto es elitismo? Claro que lo es. Es imposible concebir una Universidad creadora sin que sea elitista. Pero el elitismo no debe nacer ni del dinero, ni de la influencia social, ni del poder, ni de ninguna clase de privilegios, sino únicamente de la inteligencia. La igualdad de oportunidades, a partir de la escuela, tiene que ser una realidad en la España democrática actual. No hay injusticia social más grande que la que condena a un niño inteligente a no recibir una enseñanza adecuada a su capacídad, e, inversamente, la que se empeña en hacer de un tarugo un licenciado universitario.

Pero, ¿cómo podemos armonizar esta Universidad aristocrática -de aristocracia intelectual, nacida del pueblo, se entiende- con la necesidad creciente de cultura en nuestra sociedad? A mi modo de ver, creando dos tipos de enseñanza universitaria diferentes. Una destinada a alumnos que entrarían en la Universidad y que con una estancia de dos o tres años obtendrían un diploma universitario profesional o técnico que -juntamente con la cultura universitaria adquirida- les permitiría ejercer un trabajo de los muchos que nuestra sociedad necesita a nivel medio. Porque España necesita hoy, en gran número, hombres cultos, eduados, trabajadores y modestos. Y también, de una manera urgente e imperiosa, necesita, pero en un pequeño número, esos otros hombres escasos y selectos: investigadores, economistas, hombres de leyes, filósofos, escritores, artistas, capaces de hacer progresar la sociedad en que vivimos. La Universidad debe ser una pirámide. En ella deben ingresar muchos con una amplísima base, pero no es necesario que todos lleguen a la cúspide. A medida que se vaya avanzando en los cursos, el número de alumnos deberá ser menor. Esto no quiere decir que el alumnado disminuya por abandono o por suspenso reiterado, sino, simplemente, porque se le vaya diversificando en el camino, de tal manera que pueda cumplir misiones útiles sin necesidad de perder años en un esfuerzo intelectual para el que el tipo medio no está preparado.

El hacer converger así la Universidad educadora e investigadora con la Universidad profesional -no digo expendedora de títulos, sino formadora de hombres cultos, que sepan bien su quehacer diario- es a lo que deberá tender la reforma universitarla futura. Yo pediría que no se aprobara ninguna ley nueva y que simplemente con los instrumentos legales que ya tenemos y que son suficientes (y no olvidando a los maestros, que como Giner, Cossío, Unamuno, Ortega o Marañón, han dicho ya sobre nuestra Universidad todo lo que cabe decir) fuéramos aplicándonos a la tarea inmediata de ir reformando la Universidad. Porque desde las columnas del Boletín Oficial del Estado se ha descubierto ya América demasiadas veces.

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