Buenos y malos
Es ya un tópico progre de nuestro tiempo decir que el delincuente común es siempre delincuente político en el sentido de que es un caso social, una víctima de la sociedad. Bien, pues ahora tenemos que volver eso del revés, entre gasolinera asaltada y gasolinera ensangrentada, y preguntamos si la ola de delincuencia que nos invade no tiene también un secreto carácter político de desestabilización. Porque matar por mil y pico pesetas es ya mucho matar.El crimen político está desacreditado, claro. Hasta Carrillo ha ido al funeral por los laboralistas de Atocha, y el cementerio de Carabanchel era un ámbito inmenso y frío, una galaxia de muertos bajo un pálido naranjal de puños, en el cielo nublado del aniversario. El crimen político ya no es útil, y quizá se está ensayando el crimen común -el robo y la violación y la locura- para bordear y rebordear de náusea la temblorosa democracia burguesa que nos está naciendo.
Por ejemplo, la cola de las pistolas: hay cola de gente que va a la Guardia Civil a renovar la licencia de armas. A lo mejor es con vistas a las municipales, que todo el mundo quiere tener la pistola engrasada y con los timbres móviles recién pegados. Yo no digo que todo el que se pone a la cola de la pistola vaya a asaltar una gasolinera, sino todo lo contrario: ninguno de ellos va a asaltar una gasolinera ni utilizar el arma como ganzúa ni puñal, que escribía don Felipe Sassone, un articulista que había antes de La guerra, y al que yo le ponía la capa española por estas fechas crudas. Pero sí que es alarmante este clima de pistolas, este tiritar de los viejos cuchillos bajo el polvo franquista. Pepe Mayá, editor y amigo, iba a presentar en El Pardo (pueblo) el primer fascículo de una interesante serie de Daniel Sueiro y Díaz Nosty, diseñada por El Cubri, sobre los cuarenta años del franquismo. Bueno, pues parece que el pueblo de El Pardo estaba en pie de guerra para recibir a los escritores y editores periodistas, y han tenido que hacerlo en otro sitio. Estamos viviendo una película de buenos y malos.
Ahí está la Patrulla Antipornográfica de Arespacochaga, que una vez que se haya llevado a los calabozos municipales a la Mariblanca (en fría piedra) y a Susana Estrada (en cálida carne), se va a quedar sin misión, como diría Juan Aparicio. ¿Por qué no se dedica también esa brigada, y tantas otras, a reprimir una delincuencia que nos está poniendo a niveles siniestramente europeos? Claro que la libertad trae un excipiente de marginalidad y crimen, pero me parece que, más allá de eso, se está moviendo el delito común como arma desestabilizadora. Porque el crimen político, ya digo, está un poco desprestigiado. Es algo así como el soneto del mal. Ahora se lleva el verso libre del delito común, que no impopulariza a los contrarrevolucionarios e inquieta igualmente, la calle. Hemos pasado de la pintada al crimen, del kánfor a la sangre.
El director general de Prisiones salió por la tele diciendo que el ensayo de las vacaciones navideñas a los presos había salido bien, pero la conducta de esos presos, estudiada en estadística, hace humorísticas las declaraciones del director general. Y lo que no se cuenta es que muchos presos no volvieron por miedo a la represalia de los compañeros que se habían quedado sin vacaciones.
El otro día hubo una manifestación ultra ante el Gobierno Civil de Madrid. El megáfono interior ordenaba disolverla, pero algún guardia quedó perplejo ante la pancarta -Viva la policía- de los manifestantes. Un chico es amenazado por unos navajeros en la escalera del Metro y los guardias de la puerta dicen que ellos tienen orden de no moverse del sitio. Estamos organizando muy mal el orden público, y tengo que decírselo a Martín Villa el próximo día que le encuentre en La Fuencisla comiendo la ventrisca de la casa. No hay espacios aislados en la sociedad ni en la política. La ola de delincuencia que nos invade (qué rosados los tiempos en que sólo había que denunciar la ola de erotismo) es para mí un fenómeno político, un epifenómeno, para decirlo más fino y mírese por donde se mire.
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