Los perros
Hay apetencias írreprimibles de la sociedad que los políticos tienden a reprimir, porque les asustan, pero que lo mejor es dejarlas sueltas para ver hasta dénde llegan y que mueran por sí solas. Un suponer, la-ola-de-erotismo-que-nos-invade.Lo que pasa es que padres de la Patria y padres de la Iglesia, que no han sido tan afortunados en amores como uno, creen que eso del sexo y la mujer, es un mar lujuriante, un finisterre, un océano de los sargazos en el que podemos nau fragar todos con nuestros niños y nuestras libretas de ahorro. Si tuviesen un poco más de experiencia en el tema, sabrían que todo el erotismo de un hombre se cansa en media hora y que las jais, como dice Summers, hartan más que el gazpacho. No hay otra fórmula para vencer las tentaciones que la patrocinada por aquel moralista con guantes amarillos que fue tío Oscar: caer en ellas. Ya hemos caído los españoles democráticos en todas las tentaciones del sexo, el pomo, la libertad sexual y el desmadre. ¿Y qué pasa? Que los hombres y las mujeres de España, que llevábamos siglos acechándo nos con lujuria desde distintos bancos de la parroquia, en un ano de democracia nos hemos cansado unos de otros y ahora lo que se lleva son los perros.
Parecía que la orgía de la pareja no iba a terminar nunca, y ha terminado tan pronto que ha'.habido que recurrir al perro. Ya andan por ahí algunas películas de perros, donde el cuerpo deldelito erótico es un perro. Una de estas películas está interpretada por Ana Belén y Claudia Gravi, mis queridas y anheladas amigas. Más que un recurso Comercial al bestialismo, lo del perro me parece una metáfora: detrás del amor, detrás del cansancio erótico está siempre el perro de la disputa, el ladrido de la incomprensión y el hastío. Lo dice la sabiduría popular y foIk salvada por Pilar Primo de Rivera: «Cada vez que yo vengo de noche a verte, el perro de tu padre sale a morderme, sale a moderme a mí. »
Cualquiera con medianas aficiones de violador protervo, en este país, ha tenido que luchar y trabajar, sucesivamente, contra la competencia de los cadetes y los futbolistas (años cuarenta), de los ingenieros, los marinos de Botón de ancla y los arquitectos (años cincuenta), y los cantantas pop y rock (años sesenta), que han ido siendo los sex-simbol masculinos de la española refrenada y cachonda. Ahora nos toca competir con los perros.
Lo siento. Me coge tarde. En el chiste famoso, lo último que tenían era algo en peces. Ahora se lleva algo en perros. Antes, la naturaleza imitaba wildeanamente al arte, pero ahora la vida imita al cine, y el otro día se ha dado el caso, real como la realidad, misma, de una señora a la que ha habido que atender en unión de su perro, con el que aparecía gongorinamente trenzada de amor en múltiples- lazos. Uno ha competido bizarramente con cadetes de la Academia de Caballería de Valladolid, para quitarle la novia, con futbolistas del club local, con marinos hermosos y rubios como la cerveza, cantados por doña Concha Piquer, y con los Mike Kennedy y Joan Manuel Serrat, asténicos y bellos, de la yeyemanía y los sesenta. Uno, a pesar de todas esas legiones masculinas y marciales, se ha comido alguna rosca que otra, pero lo de los perros, y ya a esta edad que me coge, les prometo a ustedes que es demasiado. Perros no.
Toda prosa en que interviene un animal se convierte en una fabulilla, y la moraleja o bastardilla de esta fábula de perros es que el erotismo cánido, tan artificialmente de moda en el pomo nacional, significa para mí la señal de alarma, el consolador anuncio de que hemos tocado fondo. A los comerciantes del sexo ya no se les ocurre nada. Hoy recurren al perro y manana nos describirán el erotismo de la quisquilla en celo. El cielo se ha cerrado, la fiebre erótica nacional se ha consumido y consumado. Una vez seducidos cinematográficamente todos los perros de la perrera española, volveremos a interesamos los hombre por las mujeres y a la viceversa. Ya sin represiones, pero también sin perros.
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