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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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El encierro

O sea que me había citado yo con las de la Asociación Democrática de la Mujer, a eso de la media tarde, en los Tribunales Eclesiásticos, para encerramos veinticuatro horas y pedir el divorcio., pero llego allí y ni rastro, todo cerrado, y me dice el taxista que este sitio no funciona hace mucho tiempo:-Este sitio no funciona hace mucho tiempo. Lo han trasladado todo.Sobre las puertas clericales y férreas hay unas pintadas que dicen No al divorcio, con ese fingido desgarro que la pintada de derechas ha mimetizado de la pintada de izquierdas, y que tan bien estudia Pedro Sempere en Los muros del posfranquismo. En estas meditaciones estoy cuando unos progres me llevan a la iglesia de al lado, en la calle de Sacramento, que es una iglesia de la Nunciatura Apostólica o cosa así, y que me aseguran está consagrada al Opus Dei. Allí, en la fina escalinata semicircular, bajo la lluvia de entre dos luces, el rebujón de las feministas, con sus bolsas de El Corte Inglés y sus aperos, dispuestas, a pasar la noche dentro de la iglesia.-¿Por qué no nos encerramos ya?-Hay una boda.Señoras bien con abrigo de pieles y boina, mujeres gordas de Entrevías, andaluzas jóvenes y rubias, progres con el chorvo y el tejano. Se fueron metiendo para adentro, al cobijo de una capilla y un confesionario, entretalladas entre el coro y el altar, como diría don Diego de Torres-Villarroel, y un padre cura, al ver tanta parroquia, viene al confesionario y se dispone a empezar que la mies es mucha y los obreros pocos:

-A ver, hijas, la primera.

-Que no, padre cura, que no venimos a eso.

Y le explicaron de qué iba. El clérigo huía perplejo. En tanto, la boda de rumbo se guía su dulce navegación entre músicas del cielo, dineros de la tierra y luces del altar. Hubo dentro de la bella iglesia un entrecruce de rebaños: la brigada oscura de las divorcistas y la hueste esbelta de los invitados a la boda, que nos miraban como si fuésemos los parientes pobres de la novia. Una del pelotón saca una tarjeta de la Asociación de Mujeres Separadas:

-Se la voy a dar a la novia. Pobrecilla. La va a necesitar dentro de un mes.

Las familias católicas claman en el Palacio de los Deportes, en tanto, pidiendo una libertad de ensenanza que no es sino la coartada de colegios caros y religiosos para seguir con lo suyo. Como bien ha ilustrado Máximo, ¿qué libertad de elección tiene el hijo del pobreo el padre del pobre? El divorcio que nos promete la Constitución (en borrador) es siempre una especie de catastrofismo indeseable, y no un trámite normal de sociedad moderna, y huida ya la boda de rumbo, apagadas las candilejas, un cura esbelto, entrecano, pulcro, jesuítico (no sé si jesuita), viene con la mano al pechoy la,capa en vuelo, San Sebastián de los dardos feministas, a denunciar el escándalo en la casa de Dios:

-¿Qué invasión es ésta, qué se proponen ustedes, qué cosa insólita está ocurriendo?

Le graban lo que dice,, le sacan fotos, le rodean curas y domésticos. Las divorcistas hablan todas a la vez.

-¿No es esta la casa de Dios?

-Esta es mi casa. Todo ha cambiado níticho en España desde hace unos meses. Lo que ustedes pretenden es ridículo.

Tiene la mirada en sombra ardiente, la boca fina de los elegidos y la mano crispada sobre su pureza. Quiere sacamos fuera a discutirlo. Sin duda para que otros cierren. la iglesia. Sale y entra, dueño de la noche y de la iglesia, y en el altar mayor ha comenzado un rezo, y por fin amenaza desde la eternidad, lleno de ira santa de Dios y de cruel elegancia:

-Están avisados el Nuncio y la policía. Ustedes verán.

El rebujón oscuro de las feministas duda y parlamenta. La noche está en suspenso. La Constitución habla ya de religiones mayoritarias. El cielo sigue en su sitio.

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