Aumenta la presión de los guerrilleros saharauis
Entre las tres de la tarde del jueves 24 de noviembre y las cinco del viernes 25, el enviado especial de EL PAIS y otro periodista recibieron sendas llamadas telefónicas en las que se les anunció, en «nombre del Frente Polisario», un ataque «inminente» a Nuakchott, la capital mauritana, nacida hace diez años del desierto.El jueves las escuelas fueron cerradas y muchos embajadores empezaron a comunicarse febrilmente con sus cancillerías o a aconsejar como en el caso del español, la suspensión de ciertas visitas oficiales (el presidente del INI). Las residencias de los diplomáticos, que en su mayoría rodean la villa del presidente Ould Daddah, se prepara ron a recibir, como el 8 de junio de 1976 y el 3 de julio pasado, los morterazos polisarios.
El siroco, el viento de arena del desierto, envolvía Nuakchott, y la luna llena se mostraba esas noches con todo su esplendor, lo que, según la población árabe, no hacía más que confirmar el próximo ataque saharaui. El presidente Daddah había viajado el jueves por la mañana a Marruecos, y el timón estaba a cargo, durante esas horas, de uno de sus más curiosos allegados, Salah, que a veces, en los últimos años, ha oficiado de vicepresidente.
Pasado el mediodía del viernes algunos ministros y subsecretarios empezaron a desaparecer de sus despachos. Una audiencia a EL PAIS, concertada para las once y media, fue cancelada sin aviso previo, y el funcionario encargado de conducirme hasta el despacho de un ministro no dio señales de vida. A las dos de la tarde los rumores sobre una «gran columna polisaria» en las inmediaciones de Nuakchott circularon rápidamente por el mercado bereber y se propagaron a las embajadas. Entre las siete y las diez de la noche de ese viernes, las horas más «críticas», no había un alma en las calles, ni árabes, ni negros, ni europeos, y en la oficina de correos, el télex (modelo 1945) apenas funcionaba. Sólo algunos soldados, con sus cascos (también modelo 1945), patrullaban lentamente la avenida -carretera que insensiblemente separa a la ciudad del desierto- A las ocho de la noche Nuakchott parecía una ciudad sitiada. Sin embargo, las « horas críticas» pasaron y el ataque no se produjo. La tensión vivida sólo sirvió para probar el prestigio militar del Frente Polisario en Maurítania. Una simple campaña de rumores, cuyo fin aún se desconoce, bastó para casi paralizar la vida nacional.
Frente a este poderío psicológico, que sólo en parte surge del estrictamente militar, Mauritania cuenta con un ejército de apenas dos años de vida, que en los últimos dieciocho meses ha pasado, en plena guerra, de los mil hombres a los 15.000 ó 20.000, de los cuales muchos soldados, y hasta oficiales, aún, usan sandalias árabes y sustituyen el casco por el turbante. Sus jefes son formados por tres o cuatro docenas de oficiales franceses, en la academia de Atar, y «aconseja dos»: por otros cincuenta en Nuak chott y Zuerat, sobre todo a lo largo de la vía férrea (650 kilómetros) que une a ese centro minero con el puerto de Nuadhibu.
Pero la presión polisaria se multiplica: en dos días, el martes 23 y el miércoles 24 de noviembre, los saharauis, con sesenta Land Rover (entre ellos muchos de la marca española Santana, de los que hoy hay': unos ochocientos en Tinduf), asaltaron un tren militar, cuyos dos primeros vagones inutilizaron, y un puesto de vigilancia, en las inmediaciones de Inal, a 230 kilómetros de Nuadhibu, en pleno desierto. Tres días antes, el régimen de Daddah había anunciado el «próximo» restablecimiento de la línea Zuerat-Nuadhibu, cortada por el Polisario entre el 22 y el 26 de octubre: una línea de la que depende la vida económica del país, puesto que por ella circulan las 32.000 toneladas de mineral de hierro que Mauritania debe exportar diariamente a Europa para sobrevivir.
Por si fuera poco, el 70 % del ejército polisario es de origen mauritano -como me lo indicó el propio presidente Daddah-, y su aparato logístico cuenta no sólo con camiones-cisterna o grandes depósitos de combustible enterrados en el desierto, sino también con elementos tan sofisticados como camiones frigoríficos para retirar a sus muertos. Así resulta imposible establecer el número de bajas reales que se causan al enemigo. El 15 de agosto pasado un militar de alta graduación informó a algunos embajadores que el Polisario había perdido sesenta o setenta hombres al retirarse de Zuerat, tras un ataque relámpago. Posteriormente la cifra bajó a cuarenta.
ótro tanto ha ocurrido con el total de los caídos polisarios durante agosto, septiembre y octubre, los meses más cruentos, al parecer, para los saharauís: los 150 muertos iniciales se han quedado ahora en ochenta o noventa, e incluso menos. Se explica así que el 23 de noviembre, al celebrarse la gran fiesta islámica del Aid El Kebir, Ould Daddah reconociera públicamente que su país se estaba enfrentando a un problema de «vida o muerte», y se mostrara «dispuesto al sacrificio, e incluso al martirio». Dos días más tarde, naturalmente, el presidente viajaba a Marruecos.
2.500 marroquíes en Mauritania
Si la protectora política de Mauritania sigue siendo en la actualidad Francia, su principal apoyo militar es el de Marruecos. El señor Ahmed Osman, primer ministro marroquí, me dijo en Rabat, a mediados de noviembre, que en este momento hay en Mauritania alrededor de seiscientos soldados marroquíes. A fines de ese mes todas las fuentes militares de Nuakchott me hablaron de 2.300 a 2.600, especialmente en torno de Zuerat. Se trata de una presencia que, sin duda, preocupa a París, ya que fue en el Quai d'Orsay donde, en 1960, se creó -con un tiralíneas- el Estado mauritano, para que sirviera, precisamente, de «tampón» frente a cualquier posible expansión del Magreb hacia las ex colonias que más importan a Francia, como el Senegal y Mali. Pero esa presencia es, por ahora, inevitable, y de ahí que tanto Osman como Daddah me hayan reiterado, estos últimos días, su «firme determinación» de preservar una alianza. militar que consideran «irreversible»; de ahí también que Argel y el Polisario hayan encaminado últimamente sus esfuerzos a romperla, por medio de dos entrevistas secretas, en Madrid y Roma, del ministro de Asuntos Exteriores del Frente, Ibrahim Hakim, y del secretario de Estado marroquí, Khali Henna Ould Rachid. Contactos que, seguramente, se reanudarán a comienzos ¿el próximo año, cuando la influencia pro-libia de El Uali -que se entrevistó con Daddah en Nuakchott pocos días antes de morir- haya desaparecido ya del Polisario por completo.
Como es lógico, el Gobierno de Nuakchott puede recurrir también, in extremis, a la ayuda de las tropas francesas estacionadas en la frontera del Senegal: de 1.300 a 2.000 hombres, susceptibles de multiplicarse por tres o por cuatro en una semana, dotados de «orugas flotantes» para la lucha en el desierto, de paracaidistas y de Mirages.
El ejército saharaui
Pero también el Polisario está reforzando su zona de presión sobre Mauritania. El Estado Mayor mauritano (coronel Embarik Ould Buna Motkar, hermano del embajador en Madrid) y los servicios de información franceses calculan que el Frente ha reclutado en los últimos meses alrededor de medio millón de tuaregs en Mali, en el Níger y en el Chad. Algunos expertos aseguran que el Polisario posee hoy de cuarenta a cincuenta bases móviles a lo largo de los 1.500 kilómetros de frontera entre Mali y Mauritania. Este hecho ha provocado algunas fricciones entre las dos naciones: el mismo presidente Daddah me dijo, el 23 de noviembre, que «Mali, claro está, también es amigo de Argelia».
Ante las "katibas"
En cuanto a tropa y armamento, el ejército saharaui tiene ya todo lo necesario. Los 3.000 harkis del ejército español en el Sahara, pasados al Polisario en 1975 -como me lo han asegurado en El Aaiun y en Nuakchott varios prisioneros-, se han incrementado con los refugiados saharauis en Tinduf (unos 40.000) y, según los mauritanos, con los habitantes de las altas planicies argelinas, parecidos a los erguibats del desierto. «Cada katiba (unidad operacional polisaria) -me explicó un militar francés dispone ahora de trece a dieciséis Land Rover (Santana y de otras procedencias), de una ametralladora pesada (las 12,7 americanas), de morteros 105 y de cañones sin retroceso; y el viejo fusil francés Mass 36.ha sido reemplazado por los modernos Kalachnikov, con buena refrigeración y precisión de tiro. Todos los vehículos llevan un barril de gasolina, lo que les permite una autonomía de quince horas de ruta. A veces, las katibas se dan cita en el desierto para una operación de gran envergadura, y tras el ataque se dispersan y desaparecen. ¿Cómo puede un ejército regular controlar cientos de miles de kilómetros cuadrados?
Tal control sólo sería posible por medio de los satélites espías de Estados Unidos y de la Unión Soviética. Los terribles misiles Sam 7 del Polisario impiden que ningún avión baje a menos de 1.500 metros para observar el terreno, aparte de que las columnas saharauis suelen disimularse perfectamente bajo la arena. Con el propósito de conseguir la colaboración de los satélites norteamericanos, el rey de Marruecos, Hassan II, preparó un viaje a Estados Unidos el pasado día 6. Con ese mismo fin, quizá, fue que el monarca convocó su conferencia de prensa del 11 de noviembre, dedicada, justamente, a denunciar el creciente poderío polisario-argelino. Pero el viaje a Estados Unidos ha sido aplazado a última hora. Washington prefiere, por ahora, mantenerse alejado del Sahara, al menos hasta que se resuelva el problema del otro desierto, del Sinaí.
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