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Tribuna:Niños en la ciudad / 1
Tribuna
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Barrios contra urbanizaciones

Problemas de sueño, falta de apetito, crisis nerviosas, bajo, rendimiento escolar, los problemas de los niños se multiplican día a día, a pesar de que la sociedad moderna ha conseguido grandes adelantos de toda índole. Los niños de hoy, al menos en los continentes afortunados, están mejor alimentados, mejor vestidos, son niños que reciben más atenciones y, sin embargo, las dificultades aumentan.La presión del medio urbano produce toda una serie de trastornos sicosomáticos que se han visto agravados en los últimos quince años con nuevos motivos de desajuste, debidos a la planificación urbana. La expansión del tráfico rodado ha convertido los barrios antiguos de las ciudades en una zona de peligro intransitable para los pequeños, mientras los barrios modernos se construyen, prácticamente, sin espacios verdes, sin sitios donde los niños puedan jugar, en una loca carrera por aprovechar el espacio.

No se piensa en el niño a la hora de construir torres elevadísimas, cuyo efecto sobre el equilibrio nervioso infantil es absolutamente negativo. Edificios tristes e inhóspitos que no permiten la comunicación ni la convivencia son los sustitutos de los barrios populares, con los que la vida social desaparece.

El niño en la ciudad es un estorbo, un motivo constante de molestias. En los transportes públicos, los espectáculos, los paseos, frente a la agresión del automóvil. Poco a poco el niño se va acostumbrando a ser un individuo inferior, sin derechos. Sus juegos en la calle molestan, en la casa los ruidos provocan la protesta inmediata de los vecinos, y su conducta se va modificando.

Donde aún existe la estructura del barrio, queda la posibilidad de una vida más independiente, los límites físicos de este barrio son normalmente aceptados por los padres como un buen escenario para el juego. Lo malo es que los barrios desaparecen.

«Madrid, como Barcelona, como cualquier gran ciudad de España -afirma David Antona, urbanista-, han sufrido un rapidísimo y devastador proceso de transformación urbana. En treinta años ha dejado de ser una ciudad de barrios populares para empezar a convertirse en una especie de ciudad de nadie, donde los comercios, el trabajo y, por supuesto, la escuela de los niños, se sitúan muy lejos de la vivíenda. El capitalismo español, tan peculiar en esto como en todo, ha propiciado un crecimiento salvaje, del que, desde luego, los niños son los primeros en sufrir las consecuencias.»

Nuevas ciudades, viejos problemas

Existen algunos ensayos ínteresantes de ciudades modernas construidas,con una verdadera voluntad investigadora, pensadas para superar los problemas de las grandes concentraciones urbanas de hoy. Sin embargo, estas experiencias piloto no han conseguido, en la mayor parte de los casos, sus objetivos, al partir la iniciativa no de los ciudadanos, sino de instancias oficiales.

Este es el caso, en Francia, de Grigny-La Grand Borne, proyecto que data de 1963 y que quedó emplazado al sur de París. El romanticismo de arquitectos y constructores, que pensaron la ciudad como una evocación constante de personajes literarios, no ha sido comprendido por los habitantes. Ciudad laberíntica, donde las fachadas de algunos edificios, convertida en pantalla, refleja el rostro de Rimbaud o Kafka; donde los niños, para quienes, según el arquitecto, la ciudad está pensada pueden perderse tranquilamente sin ningún peligro. En La Grand Borne cada ciudadano dispone de cincuenta metros cuadrados de zona verde, y los edificios llenos de fantasía no superan los cuatro pisos de altura. Pero todos los proyectos, todas las interpretaciones ideales, chocaron con las vivencias de los propios habitantes, muy en particular con las de los niños. Si los comercios y las escuelas se habían alejado de la zona residencial con objeto de conseguir un agradable clima de paz y comunicación, resulta que los pequeños se quejaban del tiempo perdido camino de la escuela, que las amas de casa se aburrían espantosamente encerradas en una especie de «jaula de oro», se resentían de la distancia a los comercios. Los niños jugaban bajo la mirada protectora de las madres, a pesar de que la ciudad-laberinto estaba hecha para perderse por sus calles.

Grigny, como la Villeneuve de Grenoble, para la que, sin embargo, se tuvo mucho cuidado en escoger una población progresista y de un elevado nivel cultural, han quedado como experiencias de laboratorio truncadas por la realidad. Si se construyeron para favorecer la convivencia y hacer más agradable la vida de los niños, terminaron provocando el efecto contrarío en todos los habitantes, que se sumergieron aún rriás en la intimidad de sus casas. Los niños y los mayores abandonaron la galería y las calles de la Villeneuve en favor de la vieja Grenoble.

Si estos han sido los resultados de ciudades-piloto en las que tanta imaginación, dinero e interés se ha invertido, ¿qué podríamos decir de las monstruosas ciudades-dormitorio adosadas a Madrid, Barcelona, Zaragoza? Las modificaciones que este tipo de «habitat» puede producir en la conducta de los niños han sido poco estudiadas, pero todo parece apuntar hacia un mayor sentimiento de inseguridad frente al medio y un más intenso espíritu individualista.

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