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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Los "denarios" de la cultura

Los últimos años he vivido y vibrado, apasionado como todos los que pueblan esta piel de toro, la historia minuciosa de nuestra «evolución» desde la muerte de Franco. Los últimos años los he vivido en Francia como periodista contratado por RTVE primero, y como «extrañado» de RTVE después. Como periodista y como «extrañado» sabía día a día, casi minuto a minuto de cada esperanza, cada lágrima, cada gota de sangre, cada costoso paso. Pero me faltaba la calle.La calle, los gritos, los susurros, las canciones, el aire, los olores, los colores, los mensajes de las paredes, la lluvia y el polvo, la alegría estallada en cada esquina, los dramas sordos de las esquinas del odio, los he recuperado desde las elecciones acá.

La gente de mis tierras están ya en la calle. Y las pueblan y se manifiestan en ella. Viven y se expresan y al hacerlo tejen, sutilmente aún, los hilos de una nueva cultura sobre el cañamazo de una libertad que a su vez no está urdida del todo.

Y al escuchar el rumor de quienes zumban ya en la labor de creación popular, de los nuevos cómicos, los nuevos cantores, los nuevos poetas, las nuevas personas, hay quienes se espantan. Quienes al «escuchar la palabra cultura echaban mano a la pistola», quisieran hoy pasar por cultos ensayando nuevos métodos sin necesidad de fusilar poetas, encarcelar pintores, acallar autores, citar al bardo de la Destrucción o el amor por el enunciado de su obra. Esos métodos existen: está al alcance de la mano el asfixiar sutilmente los canales por los que esa libertad de expresión que se abre paso entre las brumas debe de discurrir, alimentarse y crecer.

Quizá piensen algunos, haciendo buena la plácida filosofía burguesa, que son el hambre, la mugre y los piojos los mejores caldos de cultivó de la lírica que degustan en las butacas de las salas, entre las pastas de cuero de los libros caros. Que la vida de bohemia la vive el artista porque le gusta, que las fábulas con que les han adormecido desde niños, son verdad y que el creador sólo está a gusto para crear, es más, el solo acicate de la creación es la escasez de medios y la privación de las necesidades más primarias.

Sin embargo, pese a haber vivido en esas condiciones, a las que hay que añadir la de la represión política, las voces de quienes piensan y escriben, pintan, hablan o difunden, han logrado hacerse escuchar configurando en gran medida las condiciones para el «cambio», lo qué unido a una reflexión sobre el papel de la cultura en la consolidación de la democracia, ha hecho que quienes están empeñados en consolidarla, la doten de un ministerio.

Al frente de él han decidido colocar a un ministro con prestigio, capacidad de negociación innata, profundos conocimientos, y cultura arraigada en sus entrañas; con dotes de organización y que a la par que traza los canales de la libertad, debe cegar los viejos canales de la censura y la manipulación, la denuncia y la, represión.

Pero esto último sena sólo una triste cortina de humo que cubriría las vergüenzas de oscuros propósitos y que al descorrer se podría producir una profunda desilusión colectiva, si se hace hurtando a la cultura el único contexto en el que los textos tienen sentido y pueden cobrar vida: el de la vida misma. La vida que brota espontánea y al vibrar con el aire que todos respiramos se convierte en cultura.

Para poner en marcha el enmohecido motor de vida, para esa impregnación de todos en todos, para esa información, formación y deleite colectivo que sé crea dialécticamente desde uno. a todos, impregnado uno por todos y que vuelve a uno desde todos, hace falta, ¡ay! y aquí es donde se rompe la fábula dulcemente aprendida y transmitida por los labios tradicionales a lo largo de los siglos, hace falta dinero. Dinero limpio, honrado, no vergonzoso. Dinero claro, que sepa claramente cuál es su misión, y que ésta es tan noble y esforzada como la que respalde la solución a cualquiera de los problemas graves que tenemos planteados.

Como no se avergüenza el artista (en contra de la leyenda) en cobrar el precio, justo de su trabajo, desprendiéndolo de todos los mitos, hay que desmitificar también al dinero y explicar despacito que sirve también para procurar los medios de generar cultura, y generándola reparar graves injusticias sociales de muy diversa índole, tanto por lo que atañe a quien es generador y receptor de la cultura, el pueblo, como a quien sirve de «medium» o catalizador dé ella, el artista, que tiene derecho también a seguridad social, estabilidad en el empleo, salario justo y defensa ante las posibles intentonas de manipulación ideológica de sus obras.

No agoto el tema (¡Vive el cielo, que doctores hay ... !) sólo quiero señalar junto a mi amigo Manuel Vicent (Reporter, 4.10.77) viejo compañero de los años mozos en la ocupación de rellenar paredes con murales apretados de afirmaciones y frustraciones tempranas, que «sería una bella labor dedicarse a cazar desde aquí los dorados piojos de ésta nueva cultura», y que para ello es preciso evitar la traición histórica que supondría arrojar sobre las sayas de nuestros pueblos, treinta miserables denarios, precio de una más miserable cortina de humo contra los problemas reales que vive, sufre y traduce culturalmente cada españolito que viene al mundo.

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