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Reportaje:

Detenido en Hamburgo el destructor de obras de arte

El nombre de Hans-Joachim Bohlmann, un jubilado precoz de cuarenta años, pasará a la historia de la criminalidad alemana al lado de otros delincuentes de fama internacional, como el Vampiro de Düsseldorf o el astrólogo Imiela. Bohlmann, un sicópata abandonado por la sociedad a sí mismo, es el autor de una masiva destrucción de obras de arte, por un valor superior a trescientos sesenta millones de marcos. Detenido por la policía de Hamburgo el pasado fin de semana, ha reconocido ser el autor de catorce atentados, en los que resultaron total o parcialmente destruidos por lo menos, veinte cuadros (entre ellos cuatro Rembrandt, un Klee, un Rubens y varios Cranachs, incluido el famoso retrato de Lutero), toda una colección de tapices, y seis iglesias, cuyos retablos resultaron gravemente dañados.Bohlmann recorría el país sistemáticamente, desde finales de marzo pasado, analizando qué obras de arte eran consideradas las más notables de cada ciudad. Su repentina desaparición de un hotel de Kassel, inmediatamente después de haberse registrado la destrucción de cuatro Rembrandt expuestos en el castillo de Wilhemshoehe, cuyos precios de tasación eran de cincuenta a cien millones de marcos, pusieron a la policía sobre su pista.

El autor de estas destrucciones es un enfermo; y esto ha quedado suficientemente probado con una sencilla consulta clínica. Bohlmann fue despedido de su empresa en 1973 tras haber manifestado síntomas claros de una enfermedad síquica. Entonces se le asignó una pensión de ochocientos marcos. Desde aquel día había dedicado todo su tiempo a estudiar a los grandes maestros de la pintura y constantemente visitaba con su mujer las pinacotecas y museos de la República Federal de Alemania. La pintura se convirtió para él en la gran pasión de su vida, compartida con su mujer. Esta murió de repente como consecuencia de un accidente, sufrido en el pasado mes de marzo. BohImann empezó a odiarlo que durante los últimos años había unido a la pareja y había contribuido a que él superase su enfermedad. En tres ocasiones había tenido que someterse a una operación de cerebro. Nadie acudió en ayuda de este jubilado precoz de cuarenta años que se refugiaba en su vivienda, situada en un segundo piso de un edificio destartalado en el barrio periférico del distrito de Harburg, perteneciente a la ciudad estado de Hamburgo. Lo que hasta entonces había sido para él un placer estético se convirtió repentinamente en un motivo de repulsa: «Cuando murió mi mujer empecé a odiar todo lo que fuese, arte», ha manifestado a la policía en el momento de su detención. «El mismo 31 de marzo, al destruir en Hamburgo el cuadro La piedra de los lirios, de Radziwill, sentí que aquel objeto era apreciado por los demás y que yo me sentía aliviado cuando aniquilaba a algo que los otros estimaban.» Un día antes había arrojado ya ácido contra El pez de oro, de Klee, y había notado el mismo sentimiento. Desde entonces no cesó su frenética marcha por galerías, iglesias y palacios, a la espera del menor descuido de los vigilantes para desahogarse con lo que para los demás era estímulo de un placer sereno, estético.

Ataques a los ojos

El contenido de los frascos que llevaba siempre consigo iba dirigido invariablemente, según ha constatado la policía tras un informe presentado por los directores de museos, contra los ojos de las figuras representadas en cuadros e imágenes. En su afán destructor llegó a producirse una quemadura de consideración en una mano. Su ansia de liberación por la destrucción le llevó a recorrer, en poco más de seis meses, los museos, iglesias y palacios de Lubeck, Hannover, Düsseldorf, Laneburg, Essen, Bochum, Hamburgo y Kassel. De su obsesión da una idea, el que en un mismo día, 31 de marzo, atentase contra objetos expuestos en tres museos distintos.La policía no parece ver en Bohlmann un enfermo. Al menos ha dicho que no lo parece ni lo demuestra suficientemente, aunque en las propias fotos policiales su aspecto refleja lo contrario. Su mirada ausente, inexpresiva, y su historial clínico, parecen aseverarlo, según apreciación de la mayoría de los medios de información alemanes. Su personalidad corresponde a la de un hombre aislado, que no llegó a estudiar durante los difíciles años de la reconstrucción después de la guerra, un trabajador sin calificación profesional, sin amigos, que creyó poder superar sus deficiencias personales mediante la elevación del arte por el arte. Un criminalista especializado en este tipo de comportamientos, Armand Mergen, ha descrito la actuación de Bohlmann con estas palabras:

«El sicópata que atenta contra obras de arte llega por este medio a una especie de sentimiento de poder histórico, que le coloca sobre los demás hombres. Así llega a la impresión de que su poder es una realidad, al observar que los demás reaccionan socialmente, en masa, contra su obra. Es una especie de vivencia de masturbación similar a la del asesino patológico, algo así como una sublimación onanística. »

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