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Tribuna:Chabolismo, problema de Madrid / 1
Tribuna
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El centralismo como causante de la degradación

Ex delegado provincial del Ministerio de Obras Públicas y UrbanismoSon dos los factores que contribuyen a la aparición del fenómeno del chabolismo en una gran ciudad. El primero, de acción muy lenta y prolongada, a veces durante siglos, alude a lo que podría denominarse el deterioro o envilecimiento del casco antiguo de la población, y obedece a causas de índole física, edificatoria, arquitectónica. El segundo, en cambio, de acción más rápida, se debe a presupuestos socioeconómicos de oferta y demanda de trabajo en torno a unos centros fabriles localizados por meras razones de economía de concentración y sin tener en cuenta los problemas de asentamiento residencial que la incorporación a la ciudad de la nueva mano de obra crea. Aquel deterioro arquitectónico genera los barrios céntricos, pero pobres, y, en el orden de cosas que aquí interesa destacar, es causa de proliferación de ejemplos del llamado chabolismo encubierto, vergonzante o, mejor chabolismo vertical (en casas de pisos). Por su parte, aquella dislocación social (económica y laboral) constituye el factor determinante agrupación de alojamientos precarios para instalación en zonas suburbanas del proletariado industrial.

Todo el mundo conoce los barrios deteriorados de un Madrid viejo y céntrico y también tiene una idea acerca, de la localización de los grandes núcleos chabolistas. Ciñendo el tema a esta segunda forma del alojamiento infrahumano, habrá que reconocer que Madrid encierra un elevado porcentaje de chabolas dentro del total nacional (algo más del 33 %). Y será, seguramente, el centrálismo, en todas sus vertientes (política, administrativa, comercial, financiera, económica), el acelerante del proceso de concentración demográfica que habrá comportado en las áreas suburbiales de la capital el crecimiento del chabolismo.

La ausencia crónica de una política de barrios unida a la debilidad de la política de vivienda durante los años cuarenta, favoreció durante dicha década los asentamientos clandestinos de chabolas y, la multiplicación de torpes construcciones de tipo seudorrural sobre pequeñas parcelas adquiridas con ahorros campesinos (lo que obstaculizaría toda acción urbanística coherente posterior). La fácil conversión de los brazos del éxodo rural en mano de obra para la albañilería y los ambiciosos programas de construcción de los años cincuenta y sesenta mantuvieron el ritmo de incremento del chabolismo en la metrópoli. Y únicamente la creación de las unidades vecinales de absorción (UVA) vino a representar una preocupación por el alojamiento de la mano de obra que venía a hacer posible la edificación de un Madrid empeñado en un crecimiento rebelde a todas las medidas de descongestión (polígonos de Toledo, Guadalajara, Alcázar, etcétera). La provisionalidad, sin embargo, de las UVAS, como fórmulas estratégicas para la absorción del chabolismo, no ha hecho sino aplazar la solución definitiva al problema de escasez de vivienda para las clases sociales necesitadas.

En Madrid hay del orden de 32.000 chabolas. La frase parece ambigua, pero es que cualquier intento de precisión mayor perdería en rigor científico, porque no hay que olvidar que en materia de chabolismo no hay definiciones legales ni reglamentarias que permitan concreciones del concepto. Y que quede claro que dentro del conjunto se comprenden desde piezas de diez a quince metros cuadrados, sin servicios, con una elemental separación entre cocina y dormitorio, en las que se cobijan familias enteras bajo techumbres de madera, lona, chapa, uralita, etcétera y cerramientos de desecho (el típico bidonville), hasta casitas bajas, de unos cincuenta metros cuadrados, pero que carecen de los servicios necesarios.

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