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Las Ventas:

Un presidente que se enfada cuando concede la oreja

En las invernadas, cuando la afición entretiene la espera del comienzo de la temporada con el repaso del cossio y del corrochano y le da 2.000 vueltas a los programas que vende gratis la empresa de Las Ventas (quiere decirse que, oficialmente, son gratuitos, pero si no le das por lo menos un duro al vendedor te quedas sin él), entre lectura y lectura, y papel y papel, se pregunta por qué demonios los presidentes de las corridas serán tan triunfalistas; por qué les da tanto gustirrinín regalar orejas a los torreros.Y no sabe la afición que no hay tal cosa; que a los presidentes no les da gustirrinín, sino algo así como dolor de muelag sacar el pañuelo para conceder la oreja. Depende de quién sea el presidente, claro. Por ejemplo, los inefables señores Paniagua y Torres tenían roto el frenillo de la mano de orejear, y venteaban el moquero que era un contento, por un quítame allá esas tres peticiones. Y además sonreían al personal cuando lo flameaban. Solían dirigirse con una sonrisa (más bien media sonrisa cuca) a los conspicuos de la andanada ocho, que ¿sos si ponían cara de dolor de muelas a causa de tanta orejofilia.

Plaza de Las Ventas

Novillos de García Romero, correctos de presentación (tres, terciados; tres, con trapío), mansurrones, de media arrancada. Varios de ellos sólo soportaron una vara.Manolo Sales: Estocada muy trasera y baja, y cinco descabellos (silencio). Estocada, en la que sale perseguido y empitonado (más pitos que palmas, cuando se le ocurre saludar). José Luis Ortega: Estocada volcándose, en la que pierde la muleta (escasa petición y vuelta con protestas). Estoconazo, a cambio de una voltereta (oreja protestada). Pepe Luis Chávez, de Sevilla, debutante: Estocada tendida y caída (silencio). Pinchazo y golletazo (algunos pitos).

Mas esas son excepciones. El domingo, al señor Santa Olalla, que presidía la novillada de Las Ventas, concederle la oreja a José Luis Ortega le supo a parto. No había más que verle la cara. Y el gesto: no es que sacara el pañuelo sino que pegó un pañuelazo. Es seguro que liberaba por ahí el berrinche -en el fondo, santa indignación- al verse obligado a conceder el trofeo. Me pregunto, y nos preguntamos todos, por qué lo otorgó si tan mal le sabía. Pues de haber petición reglamentaria por parte del público, bien, no tenía otro remedio. Pero no hubo tal petición mayoritaria. Entonces, ¿quién le obligó? ¿Quién pone al presidente entre la espada y la pared y le fuerza a sacar de tan malos modos el pañuelo? La afición puede dedicar la invernada a averiguarlo (si no se lo imagina ya).

Pero es el caso que José Ortega, aquel mexicanito de las banderillas y las estocadas que debutó el domingo anterior, se llevó la oreja de regalo. Aunque en la repetición ya no hubo tales banderillas. Para empezar, sacó las de juguete; no las de setenta centímetros de palo y seis de hierro, que dice el reglamento -con nuevo disgusto del señor presidente de debió pasar con eso también y con los picadores, que hacían la canoca, y con los peones, que utilizaban el capote a dos rnanos para recortar, y con ese calor, además-. De nuevo Ortega reunía en la cara el banderillear (excepto en un par al quiebro con las cortas, malísimo); pero sin emoción y sin arte, y encima clavaba bajo. Con capote y muleta estuvo atropellado, tremendista y vulgar. Y a la hora de la verdad -ahí sí- volvió a ejecutar el' volapié con entrega. En su segundo novillo salió de la suerte volteado, y eso debió ser lo que movió a algunos a pedir la oreja que tanto enfadó al presidente.

Cierto que las reses no resultaron tan claras como el día del debut. Es más: fueron bastante oscuras. De media arrancada, se ponían por delante o se revolvían. Y así cinco, pues la coftida en cuarto lugar pasaba mejor, aunque probaba .las embestidas y tenía genio. Manolo Sales volvió a apuntar buen estilo con capote y muleta, pero no pudo redondear faenas, en un caso porque no eran posibles pases, y en el otro, porque no pudo con el novillo. Pepe Luis Chávez, nuevo en esta plaza, no apuntó nada, excepto pocas ganas de aguantar quieto las embestidas.

Por enésima vez, la empresa de Las Ventas echó a lidiar garcíarromeros, que están abonados a esta plaza. Por casta, bravura y nobleza, no será. ¿Por qué será, pues? He aquí otro tema de estudio que tiene la afición para la invernada. Se le va a hacer corta.

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